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"Pedro Páramo", Juan Rulfo (1955)

Asier Sarasua 2018/10/09 17:45
"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo". Klasikotzar bat.

Badira liburu magikoak. Irakurlea lehenengo lerroetan jo-ta-harrapatzen dutenak. Misterioan murgildu eta betirako ahaztezin bihurtzen zaizkigunak. Horietako bat da, zalantzarik gabe, Pedro Páramo (Juan Rulfo, 1955).

Oso gutxi idatzi zuen Rulfok, 3 liburu besterik ez, baina El llano en llamas ipuin-bilduma zoragarriak eta Pedro Páramo eleberri labur honek betirako eraman dute idazlea klasikoen panteoira.

Azken liburu horren kasuan, 100 orrialde eskaseko "lantxoa" besterik ez da, baina nahikoa zaizkio 100 orri horiek hainbat ertz dituen historia sekulako sakontasunez kontatzeko, idazmolde berriak lantzeko, Pedro Paramoren eta bere bila doan Juan Preciadoren bizitza gure esku jartzeko, eta, euren bitartez, beste mila aurpegi, gai eta kontu jorratzeko. Errealismo magikoaren eta Hego Amerikako "boom" edo eztandaren aitzindari bihurtu zuen lan honek idazle mexikarra.

Euskaraz ere badago, Juan Garzia Garmendiak euskaratua. «Nire aita, Pedro Páramo delako bat, hemen bizi zela esan zidatelako etorri nintzen Comalara».

Ez da liburu erraza. Zatika kontatuta dago, espazioan eta denboran demaseko saltoak eginez, hildakoei ahotsa emanez (Comala izeneko herrian hilik dauden pertsonaiak dira protagonista), garrantzitsuak diren hainbat kontu zeharka iradokiz baina ez erabat azalduz. Gainera, kapitulurik ere ez dago liburuan zehar; elkarren ostean datozen 69 pasartek osatzen dute liburua, irakurleari esfortzu gehigarria eskatuz. Rulfok adi nahi gaitu; gure arreta eta ahalegina eskatzen ditu. Baina gu harrapatzeko badu idazleak tresnarik: maisuki garatzen du istorioa eta narrazioa, idazkera aberats eta poetikoarekin, mexikarren mintzaira dantzariz jantzita, keinu, amu eta lotura txiki etengabeak erabilita, irakurlea estu-estu harrapatuz.

Liburua bi plano nagusitan dago kontatua. Batetik, Juan Preciadok kontatzen digu nola iristen den Comalara, bere ama Doloresek bidalita aita Pedroren bila. Bestetik, Pedro Páramoren bizitza kontatzen zaigu (ume, gazte eta nagusi zela), guztia ere beste hainbat pertsonairen ahotsean kontatua, zatika, puzzle bat bailitzan, Pedroren eta Comalako beste bizilagunen bizitza osatuz.

Laburbilduz. Klasikotzar bat.

 

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Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

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El agua que goteaba de las tejas hacia un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas, plas, y luego otra vez plas, en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. Ahora de vez en cuando la brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. Las gallinas, engarruñadas,como si durmieran, sacudían de pronto sus alas y salían al patio, picoteando de prisa atrapando las lombrices desenterradas por la lluvia. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire de la mañana.

(...)

Entonces oyó el llanto. Eso lo despertó: un llanto suave, delgado, que quizá por delgado pudo traspasar la maraña del sueño, llegando hasta el lugar donde anidan los sobresaltos.
      Se levantó despacio y vio la cara de una mujer recostada contra el marco de la puerta, oscurecida todavía por la noche, sollozando.
      -¿Por qué lloras, mamá? —preguntó, pues en cuanto puso los pies en el suelo reconoció el rostro de su madre.
      —Tu padre ha muerto —le dijo.
      Y luego, como si se le hubieran soltado los resortes de su pena, se dio vuelta sobre sí misma una y otra vez , una y otra vez, hasta que unas manos llegaron hasta sus hombros y lograron detener el rebullir de su cuerpo.
      Por la puerta se veía el amanecer en el cielo. No había estrellas. Sólo un cielo plomizo, gris aún no aclarado por la luminosidad del sol. Una luz parda, no como si fuera a comenzar el día, sino como si apenas estuviera llegando el principio de la noche.

(...)

—No lo sé, Juan Preciado. Hacía tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo. Y aunque lo hubiera hecho, ¿qué habría ganado? El cielo está tan alto, y mis ojos tan sin mirada, que vivía contenta con saber dónde quedaba la tierra. Además, le perdí todo mi interés desde que el padre Rentería me aseguró que jamás conocería la gloria. Que ni siquiera de lejos la vería... Fue cosa de mis pecados; pero él no debía habérmelo dicho. Ya de por sí la vida se lleva con trabajos. Lo único que la hace a una mover los pies es la esperanza de que al morir la lleven a una de un lugar a otro; pero cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es nomás la del infierno, más vale no haber nacido... El cielo para mí, Juan Preciado, está aquí donde estoy ahora.
      —¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?
      —Debe andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando vivos que recen por ella. Tal vez me odie por el mal trato que le di; pero eso ya no me preocupa. He descansado del vicio de sus remordimientos. Me amargaba hasta lo poco que comía, y me hacía insoportables las noches llenándomelas de pensamientos intranquilos con figuras de condenados y cosas de ésas. Cuando me senté a morir, ella me rogó que me levantara y que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro que me limpiara de culpas. Ni siquiera hice el intento: “Aquí se acaba el camino —le dije—. Ya no me quedan fuerzas para más.” Y abrí la boca para que se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.

(...)

Faltaba mucho para el amanecer. El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que nadie hace caso. Estuvo un rato allí desfigurada, sin dar ninguna luz, y después fue a esconderse detrás de los cerros.
      Lejos, perdido en la oscuridad, se oía el bramido de los toros.
      “Esos animales nunca duermen —dijo Damiana Cisneros—. Nunca duermen. Son como el diablo, que siempre anda buscando almas para llevárselas al infierno.”

(...)

A esa misma hora, la madre de Gamaliel Villalpando, doña Inés, barría la calle frente a la tienda de su hijo, cuando llegó y, por la puerta entornada, se metió Abundio Martínez. Se encontró al Gamaliel dormido encima del mostrador con el sombrero cubriéndole la cara para que no lo molestaran las moscas. Tuvo que esperar un buen rato para que despertara. Tuvo que esperar a que doña Inés terminara la faena de barrer la calle y viniera a picarle las costillas a su hijo con el mango de la escoba y le dijera:
      —¡Aquí tienes un cliente! ­¡Alevántate!
      El Gamaliel se enderezó de mal genio, dando gruñidos. Tenía los ojos colorados de tanto desvelarse y de tanto acompañar a los borrachos, emborrachándose con ellos. Ya sentado sobre el mostrador, maldijo a su madre, se maldijo a sí mismo y maldijo infinidad de veces a la vida, “que valía un puro carajo”.

 

etiketak: liburuak
Jon Etxabe
Jon Etxabe dio:
2018/10/12 09:52
Eskertzen diat informazioa. Bilatuko diat J.SM.LIburutegian.
Asier Sarasua
Asier Sarasua dio:
2018/10/14 12:52
Uste dot gustatuko jatzula, Jon. Rulforen ipuin liburua be oso-oso interesgarrixa da. Neri izugarri gustatu jatan ("El llano en llamas"). Besarkada bat.
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Asier Sarasua Aranberri

Eibar, 1969. Naturzalea txikitatik; txorizalea joan zen mendetik; euskaltzalea betidanik. Sasibiologoa eta sasifilologoa. Txoriak ez ezik, txori-izenak ere behatzen ditut han-hemen. Blogroll ibiltari bat ere banaiz.

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