"Literatura para canibales" (R. Reig), Literatura espainolaren historia nobelatua (1808-2008)
Literatura espainolaren historia nobelatu berezia (1808-2008) da eskuliburu hau, Rafael Reig irakasleak idatzia. Zorrotza, kritikoa, lotsabakoa, dibertigarria. Maite edo gorroto duzun liburu horietako bat. Nik maite. #datsegit #liburuak
Liburuko protagonista diren Belinchóndarren eskutik (6 belaunaldi azaltzen dira liburuan), azken 200 urteetako literatur mugimendu edo belaunaldi esanguratsuenak ezagutuko ditugu, baita espainiar letren protagonista nagusien joan-etorriak ere, guztia oso modu atsegin eta erakargarrian, zorrotz bezain lotsagabe, zehatz bezain arin.
XIX. mende hasierako erromantiko "ornitorrinkoek" agurtuko gaituzte lehenbizi (Espronceda, Larra, Zorrilla,...). Errealista "pakidermoen" garaian sartuko gara ondoren (Pérez Galdón omnipresentearen eskutik, gehienbat). XX. mendera iritsi ahala, modernistak (Rubén Darío,..) , 98ko belaunaldi "termita" (Azorín, Unamuno eta zeharka Baroja), 27ko ez-belaunaldia (Ortega y Gasset, Lorca, Buñuel, Neruda, María Zambrano, Dalí, Alberti...) eta, amaitzeko, gerra osteko literatura espainiarra, Cela (luze eta zabal), errealismo soziala eta esperimentala (Goytisolo, López Salinas, Juan Benet, Martín Santos...) eta "boom" hegoamerikarra (García Márquez, Carlos Fuentes, eta abar).
Pertsonaia horiek guztiak (eta gehiago) protagonista izango ditugu liburuan zehar, pertsonaia historikoak hezur-haragizko pertsonaia literario bilakatuta (sarkasmoz, goxotasunez eta, batez ere, erreparo gutxirekin kontatuta, idazle historikoen mitifikazioaren antipodetan). Benetako idazleen eta Belinchón familiaren ibileren bitartez, 200 urteko literatur mugimenduen ikuspegi zabala jasoko dugu, batere akademikoa baina bai sakona.
Kapitulu bakoitzaren amaieran, egileak ariketa praktikoak eta "irakurri beharrekoen" zerrenda ere ematen dizkigu.
Amaierako zatitxoren bat errepikakorra da, eta kapituluren baten luze-laburra txikiegia, baina oro har, behintzat, liburu erakargarria, berezia eta lotsagabea. Nik neuk, behintzat, gozatu egin dudan liburua.
Prekuela bat ere atera berri du Reigek, Señales de humo, 2016 (XIX. mende aurreko espainiar literatura aztertuz). Honek ere harrera ona izan omen du.
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Manual de literatura para caníbales, Rafael Reig (Debate, 2006)
Me llamo Benito Belinchón y soy el último de mi sangre sobre la tierra. Mi madre me enseñó a leer a los cinco años. Después, durante mi vida embarcado, me eduqué por mi cuenta y me hice con multitud de lenguas, aunque la primera fue el indispensable patois-sur-mer, esa lingua franca en la que uno se puede entender en cualquier puerto del mundo. (…)
La maldición del alfabeto cayó sobre los Belinchones hacia 1820, cuando por primera vez en la historia un Belinchón, Agustín Belinchón Cerralbo, aprendió a leer y escribir. A partir de ahí, doscientos años de soledad, seis generaciones, dos siglos de escritura que ahora desembocan en mí: el resto es silencio.
Agustín Belinchón Cerralbo nació en 1817; el siglo XIX, en España, nació en 1808, gracias a la invasión francesa. (…) A los veinte años, en su casa le seguían llamando Tinín, y eso él no lo podía sufrir. (…)
Para él estaba claro que Casimiro belinchón, el comerciante de paños, no podía ser su padre. Ni su mujer, Carolina Cerralbo, su madre. Que aquellos individuos analfabetos le hubieran dado el ser, como pretendía, era una imposibilidad tan manifiesta que a Agustín le daba risa solo de pensarlo. Su auténtica personalidad, su ser en sí, no podía tener nada que ver con la tienda ni se merecía que le llamaran Tinín. ¿Tinín? ¡Hasta ahí podíamos llegar, hombre! (…)
¿Por qué habría sido entregado, de entre todos los posibles hogares adoptivos, a los Belinchón-Cerralbo? Agustín no podía soportar el trato con los clientes ni la trastienda, con la mesa camilla y la bujía encendida, donde su sediciente madre cosía y su sediciente padre fumaba y comentaba los últimos rumores de Gómez, el cabecilla carlista que mantenía en jaque al gobierno. ¿Qué le importaba a él Gómez? ¿Qué le importaban los ovillos de su madre, las agujas y el huevo de madera para zurcir calcetines?
Él había decidido consagrar su vida a la Literatura: ¡ahí quedaba eso!
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Ya había habido intentos precursores, por supuesto. Berceo preparó a su equipo del mester de clerecía para enfrentarse al equipo rival, el mester de juglaría; los humanistas formaron un conjunto imbatible bajo la dirección técnica de Erasmo de Rotterdam; Lope de Vega se sacó de la manga su “arte nuevo de hacer comedias”, etcétera. Sin embargo, es a partir del Romanticismo cuando el asunto empieza por fin a organizarse en serio, de una forma deliberada, con preparador físico, masajista, patrocinadores, ruedas de aleación y esos cascos que parecen melones cortados por la mitad. El Romanticismo es el primer movimiento literario en sentido moderno.
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Para escribir esas novelas con las que soñaban ahora los jóvenes realistas ya no valían los ornitorrincos: se necesitaba la paciencia de los paquidermos, su lentitud, su capacidad de observación, su atención a los detalles, su memoria legendaria y esa fuerza para desarraigar árboles con la trompa y comerse las hojas de las ramas más incaccesibles.
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En España las aves rapaces, los cernícalos y halcones, habían reconocido su derrota. En ese año de 1979, ni los escritores realistas utilizaban ya técnicas realistas. Hasta Juan Goytisolo, el presidente, llevaba tiempo escribiendo sin puntos ni comas, alterando la secuencia cronológica y taraceando el texto de monólogos interiores. Lo mismo había hecho Luis Martín Santos y todos los demás. Se hablaba de la “superación del realismo objetivista”.
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La historia moderna de los movimientos literarios dio comienzo con el Romanticismo, cuando estaba acabando la correspondiente guerra civil (llamada entonces guerra carlista).
Sin depredadores a la vista, los ornitorrincos se multiplicaron a su antojo, depositando sus huevos de mamífero en la Academia, las tertulias y los periódicos. Aparecieron entonces los paquidermos. La pisada de un solo elefante realista podía inmovilizar a cuatro ornitorrincos románticos. Luego el elefante los devoraba con una lenta masticación. Se tragaba sus órganos internos: el sentido del paisaje, los cuadros de costumbres, la prosa de los artículos de Larra, las tramas folletinescas, los símbolos. Las llanuras literarias se poblaron de pacientes paquidermos, que parecían indestructibles hasta que aparecieron los albatros.
Los enormes pájaros se aacercaban a tierra y hacían presa en los ornitorrincos cuando estos chapoteaban en los pantanos. Devoraban sus vísceras: la exaltación del sentimiento, la musicalidad, la concepción mística de la poesía. Los albatros también sobrevolaban las manadas de paquidermos dormidos y les arrancaban trozos de carne a picotazos: la observación del detalle, la ambición totalizadora, el habla coloquial.
Solo las devoraciones multitudinarias de las termitas del 98 pudieron hacer frente a la velocidad de vuelo de los albatros. Trabajando en silencio, desde el interior, los insectos ciegos trituraron la carne musical de los pájaros de enormes alas, la cercanía a la realidad de los paquidermos y el sentimiento trágico de los ornitorrincos. En la oscuridad, deglutinaron desde dentro el canon literario y colonizaron los libros de texto y el corazón de celulosa de la crítica literaria.
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La mejor forma de leer con buen ánimo a la generación del 98 es empezar con Pío Baroja; la mayoría de sus novelas mantienen el interés y muchas de ellas se leen con verdadero placer. (…) Lea a Unamuno con moderación. Empiece por los ensayos. A pesar del título, “El sentimiento trágico de la vida” es quizá su obra más hilarante. Después lea alguna de sus novelas e intente corregir los obvios fallos del argumento (por ejemplo, en “La tía Tula”). No pierda el tiempo leyendo a Maeztu.