"Doña Perfecta" (Benito Pérez Galdós, 1876)
Hipokresia, intolerantzia eta integrismoa; inoiz ezer gertatzen ez den Espainia sakon eta beltz horri kritika bikaina. XIX. mende amaieran girotua, baina sekulako gaurkotasuna daukana, 2024an ere antzera-antzera dagoelako eleberrian islatzen den giro espainiar itxi ultrakontserbadorea.
Hiriaren eta landa-eremuaren arteko talka, arrazoiaren eta fedearen arteko borroka, Madrilgo gobernu "ilegitimoaren" aurkako aldarria, señoritoak eta feudalismoa, nagazionistak zientziaren aurka oldartuta... Espainia ez da ezer aldatu 200 urtean.
Gaiaren planteamendua, elkarrizketak, pertsonaien eraikuntza eta tramaren ibilbidea ederki asko garatu zituen Benito Perez Galdosek eta, bere prosa zoragarriari esker, izugarri gozatu dut liburua.
Eleberriaren sarreratxotik jasotako aurkezpena:
Habiéndose formado en la capital y en las corrientes más ilustradas, el joven Pepe Rey llega a la rural Orbajosa con el objetivo de conocer a Rosario, la prima con la que está prometido debido a un pacto con su padre y Doña Perfecta, la madre de la joven. Pero nada más poner un pie en el pueblo, Pepe deja en evidencia que su carácter científico e ilustrado no sólo no encaja sino que va en contra del reaccionario y ultracatólico carácter de los habitantes de Orbajosa, encarnados principalmente por Doña Perfecta y el sacerdote Don Inocencio. Poniéndose el pueblo en su contra sin ni siquiera haberle escuchado, Pepe sólo encuentra deseo de seguir allí por el amor recíproco que siente hacia Rosario...
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Un momento después señor y escudero hallábanse a espaldas de la barraca llamada estación, frente a un caminejo que partiendo de allí se perdía en las vecinas lomas desnudas, donde confusamente se distinguía el miserable caserío de Villahorrenda. Tres caballerías debían transportar todo, hombres y mundos. Una jaca, de no mala estampa, era destinada al caballero. El tío Licurgo oprimiría los lomos de un cuartago venerable, algo desvencijado aunque seguro, y el macho cuyo freno debía regir un joven zagal de piernas listas y fogosa sangre, cargaría el equipaje.
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-Pues mi sobrino es todo eso... ¡Ah!, ¡si él estuviera solo en Orbajosa!... Pero no, hija mía. Mi sobrino, por una serie de fatalidades, que son otras tantas pruebas de los males pasajeros que a veces permite Dios para nuestro castigo, equivale a un ejército, equivale a la autoridad del gobierno, equivale al alcalde, equivale al juez; mi sobrino no es mi sobrino, es la nación oficial, Remedios; es esa segunda nación, compuesta de los perdidos que gobiernan en Madrid, y que se ha hecho dueña de la fuerza material; de esa nación aparente, porque la real es la que calla, paga y sufre; de esa nación ficticia que firma al pie de los decretos y pronuncia discursos y hace una farsa de gobierno y una farsa de autoridad y una farsa de todo. Eso es hoy mi sobrino; es preciso que te acostumbres a ver lo interno de las cosas. Mi sobrino es el gobierno, el brigadier, el alcalde nuevo, el juez nuevo, porque todos le favorecen a causa de la unanimidad de sus ideas; porque son uña y carne, lobos de la misma manada... Entiéndelo bien: hay que defenderse de todos ellos, porque todos son uno, y uno es todos.
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-Verdad es que si vamos a mirar atentamente las cosas, la fe peligra ahora más que antes... ¿Pues qué representan esos ejércitos que ocupan nuestra ciudad y pueblos inmediatos?, ¿qué representan? ¿Son otra cosa más que el infame instrumento de que se valen para sus pérfidas conquistas y el exterminio de las creencias, los ateos y protestantes de que está infestado Madrid?... Bien lo sabemos todos. En aquel centro de corrupción, de escándalo, de irreligiosidad y descreimiento, unos cuantos hombres malignos, comprados por el oro extranjero, se emplean en destruir en nuestra España la semilla de la fe...
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-Por supuesto, dicho se está que si no se les ataja a tiempo, harán diabluras. ¡Pobre España, tan santa y tan humilde y tan buena! ¡Quién había de decir que llegaría a estos apurados extremos!... Pero yo sostengo que la impiedad no triunfará, no señor. Todavía hay gente valerosa, todavía hay gente de aquella de antaño.
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-Yo tengo una fe ciega en el triunfo de la ley de Dios. Alguno ha de salir en defensa de ella. Si no son unos, serán otros. La palma de la victoria y con ella la gloria eterna, alguien se la ha de llevar. Los malvados perecerán, si no hoy, mañana. Aquel que va contra la ley de Dios caerá, no hay remedio. Sea de esta manera, sea de la otra, ello es que ha de caer. No le salvan ni sus argucias, ni sus escondites, ni sus artimañas.