Mujeres al poder
“Es de tontos desperdiciar la fuerza laboral que tienen las mujeres” (DV, 2016.06.06). Es la opinión de Mari Carmen Gallastegi, catedrática de Fundamentos del Análisis Económico de EHU/UPV y ex consejera de Economía del Gobierno Vasco. No le falta razón. Según análisis realizados por el Fondo Monetario Internacional (FMI), si aumentara la participación laboral de la mujer y accediera al poder en mayor medida, el PIB de muchos países se incrementaría entre un 2% y un 5%. La igualdad de género no es solo un valor ético y solidario, sino también una buena inversión económica.
Paralelamente, según Jaime Fernández Alcedo, gerente de la Federación Vizcaína de Empresas del Metal (Deia, 2016.03.06): “Si la mujer no llega a la industria habrá problemas para contratar, porque no habrá suficientes candidatos para dar respuesta a las necesidades de las empresas”. Es decir, sin la participación de las mujeres, un sector industrial tan significativo como el del metal se vería abocado a un futuro de escasa cualificación y, a la postre, de falta de competitividad. No nos podemos permitir el lujo de desperdiciar la fuerza laboral que tienen las mujeres.
Son, sin duda, criterios convergentes pero, aunque a primera vista puedan parecer muy similares, me temo que son totalmente distintos. No creo equivocarme si apunto que Mari Carmen Gallastegi pone el foco en la alta preparación académica de la mujer universitaria, en su nivel competencial, en su indudable capacidad de gestión y dirección, y en el miedo secular de los hombres a competir con las mujeres en igualdad de condiciones.
Entretanto, el gerente de la patronal vizcaína del Metal nos recuerda que la industria vasca adolece de la falta de personal cualificado, que las ramas de la Formación Profesional de fabricación mecánica muy demandadas por las empresas no tienen predicamento entre los jóvenes, y que si las mujeres no interiorizan que también pueden trabajar en la industria, habrá problemas de contratación en el futuro del sector, porque no habrá suficientes profesionales para responder a las necesidades de las empresas.
Hace 24 años, Dionisio Aranzadi, ex rector de la Universidad de Deusto, ya adelantó (“El arte de ser empresario”. Deusto, 1992) que: “la media europea de mujeres estudiantes de masters empresariales llega al 50%. En el año 2010 esta masa ya habrá entrado en el mundo de la empresa y en el 2020 habrá una masa crítica de mujeres que compartirán los órganos de decisión”.
Incluso se atrevía a defender que “muchas de las características cruciales para el futuro éxito de las empresas (estilo operativo más cooperativo que competitivo; mejor disposición a trabajar en equipo; mayor espíritu de comprensión y colaboración; gestión más intuitiva, menos autoritaria y más propicia a relaciones interpersonales) son cualidades que las mujeres poseen sea innatamente, sea por su educación”.
Los tres protagonistas aludidos tienen, sin duda, su gran parte de razón. Pero, quizá, con ser cierto como dice Mari Carmen Gallastegi que “es de tontos desperdiciar la fuerza laboral de las mujeres, ese capital humano que suponen y que debe ser tratado igual que el de los hombres”, también es cierto que no todas las mujeres –al igual que no todos los hombres—pueden terminar siendo universitarias. Si nos atenemos a la propuesta de la Federación Vizcaína de Empresas del Metal, la mujer también debería interesarse por la Formación Profesional en general y por la proyección industrial en particular, aunque no fuera más que porque demanda profesionales cualificados, además de socialmente bien considerados y mejor remunerados.
También en esto se adelantó el ex rector Dionisio Aranzadi, cuanto propuso que tanto los chicos como las chicas deberían adecuarse a los nuevos tiempos y cambiar de chip. Los chicos, abandonando ese excesivo fervor competitivo (especialmente contra las mujeres), y las chicas, adecuando, en la medida de lo posible, su oferta de trabajo a la demanda del mercado.