La industria como vecino
La primera gran empresa que salió de Eibar para trasladarse a Vitoria fue la fábrica de bicicletas BH, en 1959. Muchas otras le siguieron más tarde. Primero a Alava (20%) y Navarra (4,6%), y más tarde hacia Bizkaia (49,2%) y Gipuzkoa (20%). Durante el último largo medio siglo 65 empresas del metal han abandonado Eibar y otras 50 cerraron sus puertas sin llegar a salir. En total, son 105 las empresas metalúrgicas que ha perdido Eibar desde que terminó la guerra.
No hubo por aquel entonces conciencia de la sangría que se estaba produciendo. Con una tradición industrial de 500 años a nuestras espaldas, parecíamos tener la convicción de que la secular iniciativa eibarresa nunca tendría fin y que siempre seríamos capaces de generar cuantos proyectos industriales y puestos de trabajo fueran necesarios para crecer y multiplicarnos. Sin embargo, desde principios de los setenta, el número de industrias, puestos de trabajo y habitantes no ha dejado de disminuir.
No faltó quien, en nombre de la modernidad y de la nueva sociedad de servicios, reivindicó un modelo económico sin industrias. Al amparo de una pretendida intelectualidad y un ecologismo barato, se nos hizo creer que la industria era un sector obsoleto del siglo XIX, cuando ahora descubrimos que la industria y los servicios de alto valor añadido vinculados a la propia industria se mantienen al alza en Alemania, Holanda, Noruega, Finlandia, República Checa o Corea. Comprobamos, igualmente, que los puestos de trabajo industriales están mejor remunerados que los del sector de servicios y que, mientras un puesto de trabajo industrial genera en su entorno otros 2,9 puestos, el de servicios únicamente genera 1,5.
No parece que los sucesivos gobiernos municipales se desgañitaran por evitar la caída del entramado industrial eibarrés. Pero, para nuestra desgracia como ciudadanos vascos, la historia se repite ahora en muchas otras poblaciones. Durante mi propia relación profesional con la industria en los últimos quince años, he podido conocer personalmente la extraordinaria desafección para con la industria de muchos alcaldes de Euskadi, su escaso interés en facilitar la continuidad de las empresas ubicadas en sus términos municipales y, menos aún, un mínimo esfuerzo por atraer el establecimiento de nuevas industrias. Durante años, muchos de nuestros ayuntamientos y agentes sociales han renegado de la industria como si de la peste se tratara, la han sometido a continuas carreras de obstáculos y la han considerado como una pesada herencia a soportar, cuando no una actividad obsoleta a superar y desterrar. Seguro que está muy bien hacer polideportivos, residencias de nuevo cuño, parques y demás paseos, pero si no se crean nuevos puestos de trabajo, en apenas una generación todos nuestros equipamientos de ocio y recreo terminarán sin usuarios y sin contribuyentes que paguen sus costos de mantenimiento. Y, por supuesto, en esa coyuntura tampoco florecerán ni los servicios ni el comercio.
Además de capacidades propias, mercados internacionales y desafíos globales, la continuidad de las industrias también requiere mimo y atención locales, junto con mínimo reconocimiento social de la empresa como único invento capaz de generar nuevos puestos de trabajo. Cuestiones tan elementales como considerar positivamente a la industria en los ordenamientos territoriales y en los planes estratégicos. Actuaciones que, desde la búsqueda y promoción del interés general del propio vecindario, propicien el desarrollo de las empresas como agentes generadores de riqueza y bienestar locales.
Por supuesto, es obvio que toda industria que se precie debe cumplir con los requisitos legales y medioambientales más exigentes establecidos por la Unión Europea. Pero se equivocan de plano los que entienden que la excelencia consiste en exigir –y sólo a la empresas—condiciones de funcionamiento por encima de los parámetros europeos. Eso no es más que prueba evidente de la revolución de los mediocres. Exigir máximos a los demás y mínimos a nosotros mismos.
Nadie pretende aquí hacer creer que el futuro de nuestra industria depende del proceder de los ayuntamientos. Tan sólo se trata de recordar, por si a alguno se le ha olvidado, que las industrias son también parte del vecindario. Que son vecinos, como todos los demás, con sus derechos y obligaciones. Pero que, llegado el caso, para bien de la salud vital y continuidad existencial del propio pueblo, el último vecino en abandonar el pueblo debería ser la empresa generadora de puestos de trabajo.
EIBAR aldizkaria, 114. zenbakia
Operarias eibarresas en elmontaje de bicicletas