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Experiencia y humildad de Andikao

Amatiño 2008/09/02 17:10
Apenas comenzada la primera guerra carlista, exactamente la mañana del 30 de junio de 1834, en la comarca de Debabarrena llovió como si nunca antes lo hubiera hecho. La suma de los ríos Ego y Deba, a partir de Maltzaga, alcanzó un nivel jamás conocido –más de seis metros de altura— y la crecida arrasó amplias zonas de Elgoibar, hasta el punto que muchos vecinos se vieron obligados a abandonar sus hogares. Ocho fueron los muertos y trece los edificios arrasados por las aguas, mientras que veintidós casas sufrieron daños de consideración. Tres puentes deteriorados, tres molidos derruidos, cinco más afectados y dos ferrerías inhabilitadas completaron el triste balance entre los lindes de Eibar y Altzola.

Uno de los molinos más dañados resultó ser el de Andikao. Su situación en la margen derecha del río Deba --más allá de Laupao, frente a Saturixo--, y justo en uno de los meandros donde más fuerza alcanzaba el agua, hizo que sus renteros, horrorizados por aquellos impetuosos rápidos, se subieran al tejado a la espera que bajaran las aguas. Pero lejos de bajar, las aguas siguieron subiendo y subiendo. El matrimonio y un hijo aguantaron aislados un tiempo sobre el tejado de la casa hasta que la fuerza de la corriente los arrastró río abajo, sin posibilidad alguna de salvación.

Pasado el temporal, el propietario del molino decidió reconstruir la casona que ya constaba como ferrería desde 1346, pero tuvo mucho cuidado en no pretender reconstruirla en el mismo sitio. Aprendiendo de la recién vivida experiencia, se dirigió a la línea que había dejado la crecida del río, la pisó con un  pié y, señalando el terreno que quedaba falda arriba del monte, ordenó a los albañiles que levantaran el nuevo caserío en aquel lugar por considerarlo más seguro que el anterior. Una vez construida y dado que los anteriores inquilinos habían fallecido durante la inundación, se la ofreció en renta a la familia constituida por Luis Aranberri, Josefa Arano y sus cinco primeros hijos. En Andikao nacieron otros tres hijos, el más joven de ellos mi abuelo Domingo Aranberri Bittor Txiki.

Esta historia familiar nos permite comprobar que las riadas no son  fenómenos nada recientes. Lluvias torrenciales tan grandes o mayores que las de ahora se dieron en tiempos previos a la industrialización del XIX y a la urbanización del XX. Pero con una gran diferencia. Mientras que nuestros mayores supieron mostrarse humildes y ceder espacio ante las crecidas de los ríos, las nuevas generaciones nos empeñamos en edificar y construir lonjas, bajeras y garajes por debajo incluso del nivel freático. Y más aún: cuando en ocasiones las aguas parecen querer recuperar sus antiguos cursos, no sólo no les reconocemos el espacio robado, sino que nos quedamos en casa mirando llover a través de la ventana como quien ve la televisión, e incluso terminamos exigiendo responsabilidades a la Administración Pública.

Ferrería, molino y caserío

Villamayor de Marquina (actual Elgoibar) se fundó en 1346. A esta nueva villa se adscribió la ferrería Andicano, previamente existente, propiedad de Lope García de Andicano.

 Se da la circunstancia de que el molino de Andicano-errota se arrendaba, por lo menos a partir de 1638, a distintos inquilinos, no sólo para la molienda del grano sino incluso para la forja de cañones, por mandato real.

 Con todo, mi tatarabuelo Luis Aranberri no fue ni molinero ni forjador, sino “arotza” (híbrido entre carpintero y herrero), profesión que dejó para dedicarse a la labranza, “baserrittarra”, tan pronto como se hizo cargo del nuevo Andikao, reconstruido tras la riada de 1834.

El caserío Andikao desapareció hacia 1970, con la construcción de la autopista A-8. En 1972 se levantó una casa de nueva factura, llamada Andikao berri, a 600 metros de distancia, río abajo.

  

Andikao

 El caserío “Andikao”, con gallinero adosado, según dibujo realizado por Agurne Etxaniz Aranberri  en 1930.

EIBAR. Herriaren arima. Revista popular. Año 56 - Núm. 85 - 2008ko Arrateak. 

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