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El sofá de Garbiñe

Amatiño 2016/07/02 00:05
Hace dos años no la reconocimos de compras, en un supermercado de Eibar. Coincidir en la cola del cajero con una joven de 1,82 m. de altura no es algo que pase desapercibido. Tampoco hay tantas, al menos sin salir del pueblo. Hoy sabemos que no era jugadora de baloncesto y que se llama Garbiñe.

Entonces apenas nadie le conocía y ahora todos la reivindicamos como “nuestra”. Si nos atenemos a los medios de comunicación españoles, Garbiñe es española. En EiTB es vasca; en la prensa de Bizkaia que llega a nuestros kioskos, vasco-venezolana; en la de Gipuzkoa, de origen guipuzcoano; y si hacemos una encuesta de las calles de Eibar, “medio eibarresa, no?” Y mejor si no preguntamos en Cataluña, porque seguro que también allí habrá alguien que añada algo por su cuenta. Ya tiene mérito. Si seguimos tirando de ella vamos a terminar por romperla. Hay amores que matan. Supongo que, como a cualquiera de nosotros, a Garbiñe hay que ganarla, no comprometerla.

Una cosa es pretenderla, reclamarla y reivindicarla como propia. Otra cosa es correr el riesgo de pasarse de la raya. Algo así le ocurrió al periodista de ETB que, en un alarde de profesionalidad, consiguió entrevistarla en Paris a los pocos minutos de que Garbiñe superara a Serena Williams en la final de Roland Garros.

El periodista empezó saludándole: “Zorionak”, a lo que ella respondió sonriente: “Gracias”. Todos hubiéramos preferido escucharle “eskerrik asko”, pero, querámoslo o no, no es el caso. Y para finalizar, el tan bien intencionado como mal informado periodista añadió entusiasmado: “Ahora… toca de vuelta al País Vasco?” Y Garbiñe, toda correcta, volvió a sonreír y contestó: “Ahora… toca vuelta al sofá… a descansar con la familia“. Sin entrar en mayores detalles sobre la ubicación del sofá que, muy probablemente, estará en Ginebra, que es donde tiene fijada ella su residencia.

A los que en el transcurso de nuestra vida apenas hemos tenido oportunidad de salir de Eibar nos cuesta mucho hacernos a la idea de que haya persona alguna que pueda sentirse, al mismo tiempo, venezolana, española, vasca, catalana o lo que fuera. Tenemos la manía de contraponer los sentimientos, como si todo el mundo tuviera la imperiosa necesidad de elegir, entre un sentido de pertenencia u otro. Pero no parece nada generoso –ni inteligente— negarle a Garbiñe sus primeros años de Venezuela y el hecho de que tenga allí a la mitad de su familia. Tampoco le puede resultar fácil olvidar que fue en Cataluña donde se hizo tenista, y es razonable que ella se sienta hereda del patrimonio español que representan figuras de primerísimo nivel como Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez.

Lo que está fuera de toda duda es que la nueva reina de Roland Garros tiene nombre y apellidos vascos, y que ella lo sabe. Y por si se le olvidara, ya se lo recuerda prácticamente todo el mundo del tenis internacional porque, aunque a nosotros nos pueda sorprender, cuando menos en francés e inglés, resulta muy difícil de pronunciar correctamente el nombre de Garbiñe. El mero hecho de que, contra viento y marea, ella lo reivindique como propio no es baladí.

Parece también evidente que, como hija de su padre, a ella no le falta la experiencia vital necesaria para percibir el modo de ser vasco. Aunque, probablemente, más como buena observadora desde fuera, que como protagonista directa desde dentro. Después de ver la película “Ocho apellidos vascos”, Garbiñe no tuvo reparo en decirle a su progenitor: “¡Te han clavado, papá!”.

El diablo está en los detalles. Aquí y en Venezuela.

Revista EIBAR. Junio 2016

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