Cumpleaños feliz
Es curioso las vueltas que da el mundo para volver siempre al mismo punto de partida. Todavía hace apenas una década mis hijos eran los nietos de la familia y mis padres los abuelos. En un abrir y cerrar de ojos, resulta que mis hijos no tienen ya abuelos y yo soy ahora el abuelo de los hijos de sus hijos. Esto va decididamente rápido. Tan rápido como los txapligos de San Juan.
Recuerdo que hubo un tiempo en el que la cuadrilla de mi padre se reunía una vez al año en la capilla del Hospital de Legarre. Celebraban una misa por los amigos fallecidos, se sacaban la consabida foto de grupo y se iban a comer en memoria y honor de vivos y muertos.
Todavía estoy viendo, como si fuera ayer, una de aquellas tantas fotografías anuales, en los que más de una veintena de eibarreses de cincuenta, sesenta o más años se apretujaban en las escalinatas de la capilla, sonreían a la cámara y esperaban a que algún “kajoitxu” que otro hiciera flash.
Aquel pequeño jolgorio no duró siempre. Con el tiempo y algunas fotos que hicieron de alcahuete, los amigotes pronto se percataron de que año tras año el grupo perdía a alguno de sus componentes y que la foto familiar no paraba de mermar. No sé cuándo dejaron de reunirse en torno a la misa anual, pero recuerdo que años antes dejaron de sacarse la foto. Me imagino que fue cuando advirtieron que el número de ausencias superaba a las presencias. Nadie saca fotos para acordarse de los que faltan.
La foto de abajo es un buen ejemplo de que los tiempos corren a gran velocidad. Corresponde a 1954 y recoge al matrimonio formado por el aitxitxa Ciriaco Mendizabal, del caserío “Amatiño” de Bergara, y la amama Segunda Lete, del caserío “Olazabal” de Antzuola. Junto a ellos, ocho de sus nueve nietos, todos ellos eibarreses, un año antes de que naciera el noveno. En el centro de la foto, de arriba abajo, mi hermana Maite, mi hermano Iñaki y yo mismo. El cuarto hermano, Xabier, estaba aún por venir. Por aquel entonces era, todavía, tiempo de nacimientos. Luego vinieron las bodas y pronto sonarán las campanas.
Si cuento estas cuitas familiares es porque el abuelo Ciriaco, el de Amatiño, tenía cuando se sacó la foto exactamente la misma edad que tengo yo ahora. A mi me parecía un señor muy mayor, no en vano era ya abuelo. Un abuelo que tenía una barba que picaba mucho cuando le teníamos que dar un beso.
Me imagino que mis nietos me verán igualmente viejo, muy aitxitxa viejo, y que mi barba les picará más o menos igual. Por eso entiendo que se resistan a besarme y por eso mismo yo sé, por experiencia propia, que no debo insistir. Tiempo habrá. Espero.
Con todo, por mucho que espere, seguro que algún día serán ellos los abuelos y en la revista Eibar del año 2061 o más tarde, alguno de ellos escribirá: Hace cincuenta años, cuando esta revista era aún de papel… en tiempos de Jose Mari Kruzeta y Margari Olañeta… el aitxitxa Amatiño…
Zorionak.
EIBAR aldizkaria. 2011ko Aratosteak. Número 100
1954