Como ranas
Salvando todas las distancias habidas y por haber, se me ocurre que alguna similitud podríamos encontrar respecto a la conmoción social que ha generado la intempestiva quiebra de Fagor Electrodomésticos y la larga y silenciosa agonía de gran parte del tejido industrial eibarrés.
Es indudable que la caída de Fagor es de las que marca toda una época y que las razones que le han llevado a su drástica expulsión del mercado será durante años motivo de toda suerte de estudios, análisis e investigaciones académicas. Tampoco cabe para nada olvidar el incierto futuro de miles de cooperativistas de plantilla, contratados indirectos y puestos de trabajo inducidos. Es también de resaltar la gran incidencia del cierre de Fagor Electrodomésticos en la economía comarcal y guipuzcoana e, incluso, en la del conjunto de Euskadi. Y, llegado a este punto, no es desdeñable el alto valor simbólico inherente al movimiento cooperativista vasco, ni la frustración que en amplios sectores ha generado el cierre de una de las empresas más veteranas, representativas y carismáticas del grupo.
Dicho todo esto, más de uno se planteará que qué tiene que ver lo ocurrido en Arrasate en la última quincena de octubre con el desmantelamiento de la industria eibarresa a partir de la década de los setenta. Sin embargo, a mí me parecen procesos en muchos aspectos parejos y, puestos a establecer cuál de los dos casos puede ser considerado como más grave, para nada creo que el cierre de Fagor sea más preocupante que la caída del emporio industrial eibarrés.
Con ser grande el batacazo de Fagor en el entorno de Mondragón, no me parece que sea equiparable al desastre experimentado por la industria eibarresa en las tres últimas décadas del pasado siglo XX. No creo equivocarme si recuerdo que la continua pérdida de competitividad de muchas de las industrias más significativas de Eibar y su salida de los mercados fue un constante goteo que terminó llevando al abismo a muchas de ellas. Aunque no sirva de consuelo, me temo que la continua pérdida de puestos de trabajo en Eibar fue superior a la que probablemente genere el cierre definitivo de Fagor. El tiempo lo dirá pero es muy difícil que, a raíz de la caída de Fagor Electrodomésticos, Arrasate pierda los miles de habitantes que perdió Eibar. Dudo que la desaparición de Fagor influya negativamente en la comarca de Debagoiena tanto como lo hizo Eibar en Debabarrena. Y, puestos a medir cuestiones tan poco mesurables como el valor simbólico, yo no creo que el cierre de una cooperativa de cincuenta años de vida pueda llegar –salvada la desorientación creada por el shock inicial—a cuestionar ni la bondad del modelo cooperativo ni el futuro del resto de las cooperativas del entorno de Mondragón.
Sin embargo, con la pérdida del músculo industrial eibarrés desapareció –no sé si para siempre pero sí para muchos años— una forma de ser eibarrés. Se truncó en apenas unas décadas toda una tradición secular de 500 años de historia industrial. Se tergiversaron valores y conceptos relativos a la estimación del trabajo y al equilibrio social, se cuestionó la relevancia de la propia actividad industrial como apuesta estratégica de país y se renunció a mantener las cotas de iniciativa propia y emprendimiento que siempre las habíamos considerado como representativas del carácter eibarrés.
Mientras no se demuestre lo contrario, en Fagor se ha perdido competitividad, mercado, puestos de trabajo, capacidad adquisitiva y la confianza depositada en unos gestores que, en el mejor de los casos, nunca llegarían a generar por sí mismos mayor carácter ni impronta social. En Eibar, además de competitividad, mercado, puesto de trabajo y capacidad adquisitiva, se perdió la confianza en la creación de empresas, en la aventura de afrontar riesgos y en la propia satisfacción de emprender proyectos, propiciar puestos de trabajo y generar riqueza. En Mondragón se ha despeñado una gran empresa. En Eibar se rompió la cadena y, con ella, toda una forma de entender la vida.
En Arrasate se ha dado el caso de la rana sorprendida dentro de una cazuela de agua hirviendo. El susto ha sido morrocotudo, el brinco de los que hace historia, y es de esperar que sirva como experiencia catártica. En Eibar, sin embargo, se dio el caso de la rana acurrucada en aguas tan templadas como acomodadas. Nadie pareció percatarse de que la temperatura estaba ascendiendo peligrosamente, sin solución de continuidad. Ni asociaciones empresariales, ni sindicatos, ni instituciones, ni agentes sociales. Simplemente ocurrió. Isil-isilik.
El Diario Vasco, 14 de noviembre de 2013
Adenda: Eta aurretik Eibarren gertatu bezala, Euskal Autonomia Erkidego osoa balitz oharkabean egosten ari den igela?