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La identidad nacional. Ensayo del filósofo eibarrés José Antonio Artamendi

amat 2005/12/11 20:33

Es evidente que la idea de nación se nos presenta actualmente en claves políticas muy enconadas y basta leer el periódico para advertir que existe un sobredimensionamiento político en torno al debate de las identidades nacionales. La reciente proclamación de Cataluña como nación, que recoge el nuevo Estatuto aprobado por el Parlamento catalán, ha aumentado la polémica. La cuestión de si existe o no la nación catalana (o vasca), o si, por el contrario, la nación española es la única posible, despierta los ánimos de unos y otros.

Sin embargo, contra lo que probablemente piensa la mayoría de la ciudadanía, el debate es relativamente reciente. El Documento Nacional de Identidad que estamos todos obligados a llevar lo introdujo el dictador Franco el 2 de marzo de 1944. Es decir, mis abuelos apenas lo conocieron y mis propios padres estaban ya casados cuando tuvieron que rellenar los correspondientes impresos por primera vez. Recuerdo que allá por 1963, los profesores anglosajones que impartían clases de inglés en la academia de Berlitz School (en la antigua calle del Generalísimo) se hacían cruces al ver que todos los alumnos estábamos policialmente controlados por el Gobierno mediante un DNI personal e intransferible, y les parecía inadmisible que, además, tuviéramos que estampar el dedo pulgar entintado, como si fuéramos vulgares criminales fichados por la Justicia. Sin embargo, a nosotros nos parecía la cosa más normal. Creíamos que aquello era lo habitual en todo el mundo y que “siempre había sido así”.

Luego, a medida que se fue disipando la dictadura militar de Franco y comenzaron a correr vientos de libertad, llegamos a creer que la reivindicación de la nación vasca era un invento moderno de Sabino Arana. Y así se nos planteó la duda de si, sintiendo la identidad nacional vasca como propia, podíamos seguir siendo o no españoles, en la medida que la propia España nos negaba cualquier otra nacionalidad que no fuera la exclusivamente española.

Con el tiempo y una caña supimos que ya hace trescientos años eruditos como Larramendi --nada sospechoso de antiespañol--, hablaban con entera normalidad de la “nación bascongada” y la “nación del bascuence”, y así aprendimos que fue la instrucción pública introducida por los gobiernos de los distintos Estados europeos los que, a partir del siglo XIX, implantaron planes de enseñanza preconcebidos para promover entre los escolares una imagen de identidad nacional unitaria.

Al margen del ruido político

Viene todo esto a cuento con motivo de la publicación del ensayo Hablando con Xabier Zubiri. Sobre la identidad nacional, obra del filósofo eibarrés José Antonio Artamendi que, al margen del “contexto de agitación y ruido políticos que acompañan al debate sobre la identidad, propone el camino de la paz y serenidad filosóficas para descubrir lo propio de la realidad humana concreta, profundizando en lo que es su ‘de suyo’ (berezkoa), e identificarla en la autenticidad de sus varias dimensiones, inclusive la nacional, por encima de homogeneizaciones y diferenciaciones forzadas”.

Artamendi huye de la distancia corta, no se refiere para nada a debate político concreto alguno, supera los límites de cualquier geografía identificable, y por la senda de la filosofía y con las herramientas del maestro Zubiri trata de buscar nuevas luces que iluminen la cuestión de la identidad nacional en toda su globalidad.

Para Artamendi, la identidad nacional no es una invención académica, tampoco es un tema trasnochado, y sale al paso de la “falacia del universalismo” de determinados intelectuales liberales que “alardean de no ocupar ningún lugar por ser universales, cuando en realidad están defendiendo un modo concreto de ser universal” desde una posición definida y acomodada.

Según el filósofo eibarrés “el planeta tierra está convirtiéndose en una aldea cada vez más comunicada y compartida (...). El estado es demasiado grande para un mundo en cambio; y es demasiado pequeño para un mundo global (...). Es preciso arbitrar medios que a cada pueblo le permitan simbolizar su país como paisaje cultural en clave propia. Y, con la misma urgencia, es necesario establecer fórmulas de convivencia totalmente nuevas para compartir las diversas formas de ser y hacer país.”

Artamendi termina con una apelación a la imaginación y a la innovación: “En la aldea global que hoy es la tierra se realizarán más auténticamente quienes sean más capaces de ofrecer al resto de sus congéneres algo propio que humanamente merezca la pena compartir.”

Breve currículo

José Antonio Artamendi (Eibar, 1933) estudió Filosofía y Teología y se ordenó sacerdote en 1958. Continuó su formación en la Universidad Pontificia Angelicum, donde profundizó en Aristóteles y en la filosofía alemana de los siglos XVIII y XIX. Discípulo de Maurice Merleau-Ponty en París, alcanzó el grado de Doctor en Filosofía. Colaboró con Xavier Zubiri en su Seminario de Madrid, donde terminó su libro “Técnica y civilización” y obtuvo el reconocimiento de Doctor en la Universidad Complutense.

Ha sido profesor de Antropología Filosófica, Historia de la Filosofía, Filosofía del lenguaje y Antropología Social y Cultural en el Seminario de San Sebastián y en la Universidad de Deusto, siendo catedrático de su Facultad de Filosofía y Letras, de la que fue Decano en el Campus de San Sebastián.

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