Miguel Sánchez-Ostiz en la cabalgata de Reyes
Hojeando el último libro de Miguel Sánchez-Ostiz, "Liquidación por derribo. Diarios. 1999-2000", me doy cuenta de que comienza relatando su experiencia como rey mago en Pamplona, el 5 de enero de 1999. Por aquí abajo dejo el texto.
El libro ha sido publicado por Alberdania dentro de la colección Alga. Memoria. Escrito en el tren que le llevó a Madrid el 6 de enero de 1999:
En la carroza vinieron Chito , que se pirra por disfrazarse, y mi hijo Julián de pajes. Lo pasamos bien, qué caramba.
En todo caso, ha tenido miga eso de disfrazarse de rey mago y dar vueltas en la tarde, con ese sol de invierno, tan de la ciudad, azafranado, a lomos de un dromedario, entrar en Pamplona por el Portal de Francia, pasar por la Navarrería ya sombría, la calle de Mercaderes, la plaza del Ayuntamiento, y visitar la Casa de Misericordia. Un dédalo de puertas cerradas. Y al otro lado, los ancianos, que no se enteran de nada, sentados en sus sillones, mirando al infinito, no reconociendo a quien los visita, bien guardados, con guardias de seguridad y todo, mira qué majos, para que no se escapen los que todavía puedan hacerlo.
Hubo que hacer un poco de teatro aquí y allí, es decir, hubo que prestarse a todas las monerías y cucamonas que se esperan de un rey mago que llega a la ciudad desde Oriente, o algo así, o yo qué sé. Y subir luego a la carroza y recorrer las calles de Pamplona. Una buena forma de despedirse, insisto. Claro, que esto no es ninguna novedad, porque yo sé que voy a estar despidiéndome de esta ciudad de por vida.
Y ha sido también una forma de demostrar que en Pamplona, la ciudad donde no puedes ganarte la vida con tu trabajo, no juegas a maldito ni a raro, como decía una granuja enchopinada en la cultureta municipal para justificar que jamás me hayan invitado a participar en nada: ni conferencias ni encargos ni hostias. Nada. No me he negado a participar en nada. Nunca. Creo haber tragado hasta hartar. La prueba, esta cabalgata.
Algo inolvidable: una carta que me entregó una niña con síndrome de Down en la puerta de la plaza de toros, al final de todo. La fiesta y el otro lado, el del dolor.
(...)
Algunos, artistas ellos, pero radicales, variante patriota, pero genuinos, no de los otros, porque aquí patria no hay más que una (cosa que se sostiene desde ambos lados de la trinchera con idéntica furia), gritaban desde sus balcones ornados con la pancarta en contra de la dispersión de los presos de ETA: "Viva la República!", "¡Muera el rey!".
"A mí los Reyes Magos me joden porque no son vascos", me decía uno de ellos hace un par de años.
Vamos a visitar una casa que resulta ser de alguien que conoció a mi abuela paterna porque trabajaba en el bazar de la calle del Pozo Blanco (igual fue ése el que le dijo a García Serrano que le metía una hostia si seguía con lo de que ya sabía quiénes eran los Reyes Magos) que estaba en los bajos del caserón del bisabuelo Martín. Y en la puerta de la calle un filósofo, pedico él, movidico, de postcena, en compañía de un concejal socialista de un tosco que tumba, diciendo que había que matar a todos los reyes, que había que acabar con todas las farsas, con las cosas de los curas, y lo decía con una gracia torera que quería pasar por furia, o al revés, no se entendía bien el mensaje. Se creería Robespierre. No sé. Y eso que jacobino españolista ya es. Qué gracia el tipo. No tenía la menor idea de a quién tenía delante disfrazado de rey mago y pensando: "Descuida que ya me acordaré de tus melonadas, descuida, katxo filósofo, igual que me acuerdo de cuando andabas pegando cacerolazos por los tejados contra la OTAN y de los abusivos artículos que escribes sobre tus fobias particulares, empezando por el euskera". Nos descubrimos sin quererlo y donde menos lo esperamos.
En todo caso me quedo con las caras de los críos y con sus gritos, con la mirada de los enfermos, con la carta de la niña, con ese delirio de la fiesta... Ése es el verdadero día y sus protagonistas. Una alegría que te toca a fondo, que te hace ver cosas que quisieras no ver... Felicítate por no haber sido peor, dice Robert Louis Stevenson en su Sermón de Navidad. Aquí estamos también para dar algo, no para andar pidiendo siempre, reclamando, esperando, con la mano tendida. Esa mano que suele esconder una garra.