Sin salir de Eibar
Una investigación que el eibarrés Eneko Andueza, como portavoz del grupo socialista, ha solicitado se exponga ante las Junta Generales, en el convencimiento de que “el fenómeno de la extorsión a empresarios y profesionales fue bastante generalizado en Gipuzkoa”.
Desconozco los resultados del estudio hecho a partir de las entrevistas realizadas a cerca de 250 extorsionados del conjunto del País Vasco, pero no es nada difícil de aceptar que Gipuzkoa haya podido ser, muy probablemente, el territorio más afectado. Quienes en algún ciclo de nuestra existencia hemos vivido muy de cerca la realidad empresarial, no necesitamos de profundas investigaciones, ni salir de Eibar, para saber que la extorsión contra los empresarios se produjo durante varias décadas.
Quien más quien menos, no somos los pocos los que sabemos que algunos directivos y profesionales se vieron obligados a negociar condiciones empresariales bajo amenaza, extorsión e intimidación. Sin ir más lejos, yo mismo recibí en más de una ocasión la visita personal de empresarios, totalmente asustados y desorientados, solicitándome consejo sobre qué hacer o cómo actuar tras haber recibido por correo el llamado “impuesto revolucionario”. Y me cuesta creer que fuera yo el único asesor posible.
Me viene a la memoria la figura de un empresario, amigo de mi padre, que había conocido el exilio tras la victoria de Franco en 1939, y que tras haber vuelto a Eibar se tuvo que exiliar por segunda vez ante las amenazas de ETA.
No creo descubrir nada si recuerdo que nos tocó conocer a arrendatarios que optaron unilateralmente por no pagar la renta mensual acordada, como supuestos intermediarios del pago escalonado del citado impuesto revolucionario por parte del arrendador.
Con motivo del 50. Aniversario de la I Fiesta Vasca Infantil (1965), se han recordado los nombres de los cuatro o cinco miembros del grupo promotor inicial. Lo que nadie ha dicho es que todos ellos eran empresarios y, menos aún que, cuando menos, uno de ellos fue más tarde víctima de la extorsión de ETA.
También son más o menos conocidos los nombres de quienes, en 1960, colaboraron económicamente de forma directa en la puesta en marcha de la primera ikastola de Eibar. Pero quizá no es tan conocido que, años después, al menos uno de ellos fue requerido, contra su voluntad, a colaborar también en la financiación de ETA.
Alguna vez he contado en esta misma revista que, en 1962, más de un centenar de empresarios eibarreses colaboraron con otros tantos anuncios publicitarios en el 50. Aniversario de la fundación de la Escuela de Armería. En plena dictadura franquista, tan sólo uno de ellos se atrevió a publicar el anuncio en euskera, precisamente el mismo que diez años más tarde fue secuestrado por ETA.
No parece exagerado concluir que si ETA conocía los nombres, apellidos y direcciones postales de los empresarios y profesionales eibarreses, era porque había conciudadanos dispuestos a proporcionarlos. Gente muy “jatorra”, a los que nunca dejamos de saludar en el txikiteo, con lo que, de alguna manera, nos convertimos también en cómplices de la extorsión. Probablemente, si nos hubiéramos mostrado más exigentes y menos contemporizadores, aquel horror hubiera podido terminar antes.
El horror de la violencia, la extorsión y la amenaza que perduró durante años ante el silencio de muchos de nosotros. Un submundo que afloró ante mis ingenuos ojos el día que, necesitado de un contacto al que acudir al “otro lado” para actuar de mediador en representación de un empresario que había recibido la carta, apenas me costó dar entre mis propias amistades con quien, sorprendentemente, no sólo me sugirió el lugar y hora de la cita sino que, además, acertó de pleno. Y no una, sino hasta tres veces.