Otro modelo de Estado es posible
La ponencia política aprobada por la última Asamblea General de EAJ-PNV para los próximos cuatro años hace suya la Declaración de Barcelona de 1998, retoma la alianza estratégica de EAJ-PNV, CiU y BNG, cuyos orígenes se remontan a principios del siglo XX, y recuerda el reto pendiente de la plurinacional del Estado español. España tiene muchos problemas, y uno de ellos es su manifiesta incapacidad para acertar con un modelo territorial en el que puedan convivir con naturalidad y comodidad, e incluso con sentido de pertenencia, las distintas identidades nacionales que la conforman.
El tema no es nuevo. El conflicto de identidades se hace patente a partir del siglo XVIII, tras la Guerra de Sucesión, con los llamados decretos de Nueva Planta, por los que se abolieron los fueros de la Corona de Aragón y del Consejo de Castilla, y se cambia la organización territorial del Estado incorporando los distintos territorios al régimen común, con excepción de Alava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra. La abolición de los fueros vascos se produjo un siglo más tarde tras las guerras carlistas. El centralismo y uniformismo que irradiará el sistema jacobino serán el origen del inconformismo y la desafección que emergen con la crisis de 1898 y aún perduran.
Será precisamente Sabino Arana uno de los pioneros en promover la cooperación entre los distintos pueblos peninsulares. Arana es consciente de que Euskadi comparte con Aragón, Cataluña, Galicia, Valencia y otras áreas las dificultades derivadas del carácter monolítico del Estado, y busca, fundamentalmente en Cataluña, apoyos para formular un modelo tendente a recuperar los niveles de autogobierno perdidos en los siglos XVIII y XIX. De hecho, una delegación vasca acude a Barcelona con motivo de Manifiesto Catalanista de 1901. No en vano, apenas tres años antes, en 1898, Joan Maragall (abuelo de Pascual Maragall) había publicado la Oda a Espanya, “escolta Espanya la veu d’un fill que et parla en llengua no castellana”, donde planteaba dos claras reivindicaciones: la necesaria modernización de España y la defensa de su plurinacionalidad. Con sus más y sus menos, el reto de esta doble reivindicación ha sido durante los últimos cien años el nexo de unión estratégica de los nacionalismos catalán, gallego y vasco. Desde el Pacto de la Triple Alianza (Barcelona, 1923) hasta la actual Galeuscat (Bilbao, 2006), pasando por la constitución de Galeuzka (Santiago, 1933) y, claro está, la Declaración de Barcelona de 1998.
La doble formulación de Joan Maragall sigue tan vigente 110 años más tarde como aún pendiente una respuesta adecuada por parte del Estado. España sigue teniendo por resolver aquellos dos grandes retos: por un lado, la consecución de un estado europeo, moderno, eficiente y competitivo; y, por otro, el reconocimiento de la pluralidad cultural, lingüística y nacional de los pueblos que lo componen. El nudo gordiano está en que el Estado de las Autonomías puesto en marcha a partir de la restauración democrática buscaba ante todo dar respuesta al segundo de los problemas, cuando fundamentalmente ha servido para facilitar la resolución del primero. Es el resultado del “café para todos”. En acertado resumen de Vicenç Villatoro, presidente de la Fundació Trias Fargas: “La descentralización administrativa puede tener en España perfectamente diecisiete actores. El reconocimiento de la pluralidad nacional tiene bastantes menos”. Y la Declaración de Barcelona de EAJ-PNV, CiU y BNG ofrece soluciones al respecto.
El Estado español tendrá que plantearse si tiene sentido seguir agotando sus energías en discusiones bizantinas con el latiguillo alarmista de “España se rompe”, pero sin entrar nunca a debatir seriamente el fondo de la cuestión territorial. El Gobierno español tendrá que contemplar si no es ya hora de buscar el equilibrio interno para así afrontar los retos externos de su cada vez mayor perificidad europea, la amenaza del Magreb o la insostenibilidad de la balanza comercial. Galeuscat se ofreció ya hace diez años como interlocutor necesario para alcanzar un mayor compromiso en la construcción del Estado, a partir de la libre decisión de catalanes, gallegos y vascos de implicarse en el mismo, desde el respecto a su identidad, cultura, lengua y autogobierno.
Lo dijo Joan Maragall en 1898, lo recogió la Declaración de Barcelona de 1998 y lo ha hecho suyo la última Ponencia Política de EAJ-PNV: “La distinción constitucional entre nacionalidades y regiones tendría que reflejarse en el desarrollo del autogobierno, que no ha sido suficientemente protegido frente a las dinámicas de uniformización. La realidad plurinacional debe reflejarse en una relación asimétrica porque, en los estados plurinacionales, la igualdad de derechos entre los ciudadanos no implica una simétrica distribución territorial de las competencias y atribuciones.”
Un estado plurinacional, pluricultural y plurilingüe es la mejor garantía de estabilidad y fortaleza. La historia del Estado español demuestra que el reconocimiento de la diversidad naciones que lo constituyen y la mayor calidad democrática siempre fueron procesos paralelos. Desde esta convicción, las fuerzas nacionalistas mayoritarias de Galiza, Euskadi y Catalunya ofrecen su contribución para demostrar que otro modelo de Estado es posible.
Lo cierto es que la verdadera colaboración entre los pueblos peninsulares, o mejor, entre los nacionalismos extraestatales se produce no en vida de Sabino, sino tras su fallecimiento. A más, claro, de que Arana no es el mejor ejemplo de respeto hacia el nacionalismo, para él regionalismo, catalanista... Para él, Cataluña, a diferencia de Euzkadi, es España, y el catalán, al contrario que el euskera, una lengua española. Más aún, corrígeme, si me equivoco, la verdadera unidad de acción -recalco lo de acción porque es algo más que unidad teórica- entre los nacionalistas es obra más de Gudari y de Luis Arana que del fundador del EAJ-PNV.