Lo nuestro es el modelo español
Ni el contexto económico europeo se muestra favorable, ni las administraciones públicas se plantean una política industrial con un mínimo de continuidad y proyección en el tiempo, ni la sociedad en su conjunto parece preocupada por el sector al que en mayor medida debe su actual nivel de bienestar. La industria no tiene quien le defienda.
En el prólogo, el también catedrático de Economía Aplicada de UPV/EHU Felipe Serrano considera que “imputar al sector financiero la responsabilidad directa del declive de la actividad industrial no es una actitud demagógica alentada por el rencor de la sociedad hacia los gestores financieros. En las economías de mercado son los bancos y, en general, los operadores de los mercados de capitales, quienes marcan las rutas del crecimiento económico a través de la asignación que realizan del crédito. Las decisiones que toman sobre los agentes receptores de este crédito determinan los proyectos de inversión de futuro, al tiempo que niegan otros. En nuestro país la expansión de la burbuja inmobiliaria no hubiese sido posible sin el desorbitado crecimiento del crédito bancario canalizado hacia el sector de la construcción.”
Es Roberto Velasco quien se atreve a decir que “los economistas no han tenido nunca pasión por la industria” y que es muy posible que “los jóvenes universitarios licenciados en la disciplina sitúen la industria entre los últimos lugares de las ocupaciones preferidas, al tiempo que confirman su vocación financiera y comercial”. Si a ello añadimos el canto del cisne “entonado hace ya más de dos décadas por los profetas sin causa de la sociedad postindustrial”, todo apunta a que, entre todos, hemos dado la espalda a la economía real.
Así las cosas, a pesar de que la industria es un sector esencial para el desarrollo económico y el nivel de bienestar de los ciudadanos, el proceso de desindustrialización es cada vez más evidente, y la incapacidad de todo el entramado institucional, económico y social para dar respuesta adecuada a los cuatro grandes desafíos de productividad, competitividad, tecnología e innovación e internacionalización, nos conduce a una decadencia que, según no pocos analistas, nos la hemos ganado a pulso.
El estudio de la evolución del sector industrial no arroja datos positivos. La industria española ocupaba en 1976 a casi 3,5 millones de personas, mientras que en 2013 no alcanzaba los 2,3 millones. Y si los datos del conjunto del Estado español no son halagüeños, algunos de los relativos a la Comunidad Autónoma del País Vasco son como para echarse a temblar. Baste contemplar que si de 2008 a 2012 el porcentaje de participación de la industria en el PIB apenas ha bajado en la Unión Europea (27) de 17,6 a 17,1, y en Alemania de 23,2 a 23,1, en Euskadi lo ha hecho de 24,5 a 21,3.
Los alemanes siguen –al parecer erróneamente— creyendo que la industria concentra el grueso de la actividad de I+D de las naciones, ofrece un efecto multiplicador en el empleo mayor que ningún otro sector productivo y garantiza el desarrollo de un sector de servicios a las empresas de alto valor añadido. Los alemanes creen, además, que en un mundo globalizado la competitividad de los países se mide por la competitividad exterior de sus empresas, y que son precisamente las compañías industriales las que de manera destacada contribuyen a determinar la capacidad exportadora de los países.
Pero no son más que alemanes. Ya aprenderán. Lo nuestro es el modelo español.