La transmisión familiar del euskera
La supervivencia milenaria del euskera es un misterio más de los muchos que nunca se aclararán. Según algunos autores decimonónicos, la secular dificultad de accesos y la tradicional agresividad de los lugareños posibilitaron su aislamiento al margen de la influencia de las grandes invasiones y migraciones. Pero se trata de una hipótesis desechada, que no tiene ya quien la defienda. Por un lado, en las estribaciones occidentales de la cordillera pirenaica, el País Vasco es precisamente zona natural de paso entre la península y el resto del continente europeo, Es decir, que aquí ha pasado y sigue pasando todo pitxi. Y, por otro lado, la historia nos demuestra que, entre los pueblos que han perdurado, son más los que han sabido negociar con las grandes potencias que los que se han inmolado en heroicas hazañas contra ellas. Vamos que seguimos aquí más por listos que por duros. Y si no, que se lo pregunten a los cántabros que desaparecieron por pegarse con los romanos hasta la extenuación.
Aunque el euskera lleva por estos lares la friolera de 300 o 400 generaciones, nunca ha sido lengua oficial hasta estas dos últimas. Y si se ha mantenido vivo no ha sido por el impulso y apoyo del poder establecido en cada momento, sino por el empecinamiento de sus hablantes y la constancia de su transmisión familiar, generación tras generación.
Seguro que el mantenimiento de la transición familiar siempre tuvo sus dificultades, pero estas aumentaron sin duda a partir de 1939, por coincidir al mismo tiempo un gobierno dictatorial decididamente contrario, una inmigración en cifras y ritmos que imposibilitaron su integración pausada y la incidencia cada vez mayor en la comunidad vasca de una administración pública, enseñanza y medios de comunicación exclusivamente en castellano.
Con la restauración de la democracia, el euskera es cuando menos co-oficial en el ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca, y asistimos, por primera vez en la historia, a la irrupción en la sociedad de una generación cuyos propios padres se criaron en democracia con lehendakari y todo, se escolarizaron o pudieron escolarizarse en euskera, y contaron con una administración y medios de comunicación más o menos bilingües. Y, llegados a este punto, la pregunta es obligada: ¿cómo afecta todo esto a la tradicional transmisión familiar? ¿Es ya innecesaria? ¿Ofrece algún valor añadido?
Las preguntas resultarían inauditas, insólitas, en una sociedad normalizada. Sería del género tonto preguntarse si la transmisión familiar es necesaria en castellano. ¡Cómo no lo va a ser! ¿Se imagina alguien un desarrollo normal del castellano o del francés sin trasmisión familiar? Pero por lo que observo a mi alrededor, no todo el mundo lo tiene tan claro en euskera. Sin embargo, contra lo que algunos padres (incluso los que en su momento fueron a la ikastola) pueden pensar, su compromiso no termina con escolarizar a sus hijos en euskera sino que, además, como responsables de su educación, están llamados a ser coherentes.
La coherencia no estriba en grandes discursos y planteamientos retóricos, sino en las pequeñas cosas del día a día. Desde procurar hacer la lista de la compra en euskera, hasta programar el orden de los canales de televisión. Desde posibilitar con alguna frecuencia cuentos, publicaciones y libros en euskera, hasta optar por la aplicación correspondiente en el teléfono móvil, el navegador de Internet o el ton-ton del coche. Y, desde luego, yo me hago cruces cuando advierto que una pareja escolarizada en la ikastola habla únicamente en euskera para dirigirse a sus hijos, pero no entre ellos.
El euskera lleva entre nosotros miles de años, y el mérito no es del modelo escolar ni de los dibujos animados de ETB, sino de la constante transmisión familiar de padres a hijos. La administración pública, la escuela y los medios de comunicación están para ayudar, no para suplantar la función de los padres. Y, al final de los siglos, se mantendrán las lenguas que se utilicen en el entorno familiar, para pedir el pan, servir el agua y hacer el amor.
EIBAR aldizkaria. 2012ko maiatzaren 1ean. Núm. 107