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“América para los americanos”

Amatiño 2011/09/09 23:15
¿Qué demonio hacía un eibarrés en aquél lugar perdido a principios de 1930? Entre otras cosas, buscar trabajo. Pero no pareció muy convencido. Y se volvió a Eibar donde, en los siguientes ochenta largos años, nunca hemos conocido la necesidad de emigrar. ¿Hasta cuándo?

En uno de los últimos programas que presentó antes de que se cerrara CNN+,  Iñaki Gabilondo entrevistó a André Sougarret, ingeniero que dirigió la exitosa operación de rescate de los mineros chilenos encerrados en la mina San José.  A modo de introducción el periodista donostiarra preguntó: “Su apellido parece de origen francés”. A lo que el ingeniero chileno respondió: “Si, vascofrancés”. Es decir, Sugarreta.

A menudo olvidamos  que gran parte de la diáspora vasca la constituyeron vascos de Iparralde. En 1908 vivían en Argentina 250.000 emigrantes de origen vasco y la mitad de ellos procedían del otro lado de la muga (La emigración vasca. Pierre Llande. Auñamendi, 1971). Baste recordar que, por aquellas fechas, la mitad de los desertores del ejército francés eran vascos, cuando únicamente representaban algo más del 0,5% de la población de Francia.

Quizá pueda sorprender la facilidad con la que los vascofranceses optaban por emigrar a la América de habla hispana, pero tampoco se debe dar por hecho que los vascoespañoles fueran Cervantes. Y menos aún quienes emigraban por falta de oportunidades en el País Vasco. Sin ir más lejos, mi propio padre, nacido en 1908 en un medio urbano industrial como Eibar, murió nueve décadas más tarde sin conseguir pronunciar la “c” castellana. Eso de que el castellano es fácil y el euskera difícil es un mito. La distancia entre las dos aceras es la misma, se ponga uno en un lado u otro. Es sabido que en las Guerras Carlistas los oficiales debían dar sus órdenes en euskera si querían ser entendidos por la tropa.

                                                      Gauchos

Es igualmente sabido que la división territorial de los emigrantes vascos desaparecía en cuanto llegaban a América. Juan Goyechea (Los gauchos vascos. Buenos Aires, 1975) recoge mil y una anécdotas al respecto, como la del boyero y contrabandista de Hendaya, que, cogido con las manos en la masa, acabó huyendo a Argentina donde hizo las Américas con el nombre de Pedro el Vasco.  Resulta que el labortano se inventó un fondo ciego entre las ruedas de su carro de bueyes y, al tiempo que cruzaba diariamente la frontera para llevar huevos y hortalizas al mercado de Irun, aprovechaba el viaje  para pasar a este lado colonias, perfumes y tejidos, y volver con pistolas y artículos de damasquinado de Eibar. Alguien se chivó,  y al pronto se vio de “lechero” en Buenos Aires.

Para ser lechero (repartidor a domicilio de cantinas de leche en carro de caballos) era condición previa la de estar bautizado, exigencia que los vascos cumplían todos ellos. La mayor parte de los lecheros eran de origen vasco, pero esto no significa que todos los vascos fueran lecheros. Nuestra tradicional laboriosidad se desarrolló en áreas tan dispares como la agricultura (hierba mate, viñedos, hortalizas, jardinería…), ganadería (leche y carne), panaderías, pastelerías, chocolaterías, zapaterías y armerías. Probablemente la primera implantación productiva (como se dice ahora en el argot de internacionalización de las empresas) de la industria eibarresa fue la armería. Y junto a la construcción de fábricas de armas en destino  se desarrolló también la producción de munición, guarnicionería, damasquinado, platería, “bijoux de Eibar” etc.

                                            Zaldigainean

Obviamente los emigrantes vascos no se limitaron a Buenos Aires. La presencia vasca en Chile y Uruguay es manifiesta y,  sin salir de Argentina, otro tanto en Rosario, Santa Fé, Pampa y otras ciudades y departamentos. Aún hoy, basta ponerse en carretera para poder ir leyendo sin apenas pausa las señales que indican poblaciones como Olabarria, Lezama, Recalde, Necoechea, Etcheverri, Chacharramendi… Y otro tanto en cualquier calle, plaza o monumento en recuerdo de algún ilustre personaje con apellido vasco.

Luis Aranberri llegó hasta el asentamiento de General Acha, a más de 700 kilómetros de Buenos Aires. General Acha era un poblado fundado por razones de estrategia militar 48 antes de la llegada de mi padre,  apenas habitado por un millar de indios, soldados y colonos. Era algo así como el far west argentino, donde terminaba la carretera a las puertas de la inhóspita Pampa Seca. Más allá el desierto y, al fondo, los Andes. ¿Qué demonio hacía un eibarrés en aquél lugar perdido a principios de 1930? Entre otras cosas, buscar trabajo. Pero no pareció muy convencido. Fue entonces cuando dijo la sentencia que no han olvidado sus sobrinos-nietos argentinos y me la recordaron en mi última visita: “América para los americanos”.  Y se volvió a Eibar donde, en los siguientes ochenta largos años, nunca hemos conocido la necesidad de emigrar. ¿Hasta cuándo?

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Los hermanos Luis, Blas y Estanis Aranberri en la Pampa, hacia 1930

 Revista EIBAR.  Núm. 103. Septiembre, 2011

-- Historia de la emigración vasca a Argentina en el siglo XX. Amerika eta euskaldunak - 8. Eusko Jaurlaritzaren Argitalpen Zerbitzu Nagusia, 1992

-- Inmigración vasca en la ciudad de Buenos Aires 1830-1850. Amerika eta euskaldunak - 14. Eusko Jaurlaritzaren Argitalpen Zerbitzu Nagusia, 1992.

-- Emigración alavesa a América en el siglo XIX. Amerika eta euskaldunak - 15. Eusko Jaurlaritzaren Argitalpen Zerbitzu Nagusia, 1992.

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