Los grandes mitos vascos
Con alguna frecuencia se nos acusa a los vascos de inventarnos mitos para justificar una historia que nunca existió. Es probable que la acusación no sea del todo errónea pero tal constatación, de ser cierta, lejos de hacernos más distintos de los demás nos haría aún más iguales al resto del mundo. No hay en la Tierra pueblo que se precie que no tenga sus propios mitos. Raros seríamos los vascos si no los tuviéramos.
Mitos tenemos todos, pero tan malo es creer los propios a pies puntillas como reírse de los del vecino. Supongo que a estas alturas no tendría mayor sentido echar en cara a los asturianos que en Covadonga no se dirimió nada importante o que Don Pelayo no fue un héroe astur sino un miliciano godo. Probablemente más de un navarrista se enfadaría muy mucho si se le dijera que, allá por el siglo XIII, el escudo de Sancho el Fuerte se parecía más a la doble cruz de la ikurrina que a las cadenas de Navarra, y tampoco sería muy caritativo recordar a los gallegos que Santiago nunca llegó a Galicia y que, por tanto, en sentido estricto, el famoso Camino de Santiago bien podría ser una operación de marketing. Porque, puestos a inventar batallas, ni existió la batalla de Clavijo, ni el famoso Santiago Matamoros montó nunca caballo blanco alguno, ni Almanzor perdió su tambor en Calatañazor, ni está históricamente demostrado que Guzmán el Bueno permitiera que degollaran a su hijo por no entregar la plaza de Tarifa.
Enseñanza tradicional española
Estas cosas y otras más cercanas en el tiempo se nos enseñaron a nosotros en la escuela sin que ningún académico de la Historia saliera al paso de tanto mito. Con todo, este recuerdo no pretende desprestigiar a nadie sino constatar la evidencia de que los libros de texto a los que hemos accedido secularmente los escolares vascos del Estado español han respondido siempre a criterios acordes con la enseñanza oficial española. Hay que decirlo, y más todavía cuando se levantan voces sugiriendo poco menos que determinadas actitudes son fruto de la escuela pública vasca o, peor aún, que algunos textos suscitan violencia. Pues no.
Hasta bien entrados los años setenta, la práctica totalidad de los mayores de cuarenta años nos hemos educado en el entorno de las llamadas "escuelas nacionales" y si el sentimiento vasquista es achacable a la escuela, será en todo caso a la escuela monárquica de los siglos XVIII y XIX, a la republicana de principios del XX o a la franquista desde 1939 hasta 1975. Los ciudadanos vascos podremos ser rudos o románticos, pero lo que está meridianamente claro a través de la historia es que nos hemos educado con libros sujetos a los cánones de la enseñanza española. Las ikastolas no alcanzaron relevancia social hasta la década de los ochenta y la Ley de la Escuela Pública Vasca apenas tiene 14 años de existencia. E, incluso hoy, los libros de texto de las editoriales de Madrid o Barcelona priman sobre los de producción propia.
Evolución en 25 años
Otro gran mito es la idea de que la enseñanza en euskera se produce en contra de la voluntad de los padres y trastocando un sistema previo socialmente aceptado en un marco de libertades. Pues tampoco. Lo cierto es que nunca antes en la historia los vascos hemos tenido un sistema de enseñanza que nos permitiera tanta elección como ahora. Hubo un tiempo en que en los contratos de los maestros se hacía constar expresamente su obligación de no permitir que los alumnos se expresaran en euskera y, sin ir más lejos, yo no sabía ni una palabra en castellano cuando fui a la escuela. Y para cuando conocí algún profesor que, al menos fuera de clase, dijera algunas palabras en euskera, tenía ya 17 años.
Con respeto a la libre opción de los padres, basta recordar que en el primer año de implantación de los modelos lingüísticos, curso 1983/84, el 47% de los alumnos -entre 3 y 6 años-- que accedió a la enseñanza tanto pública como privada, respondió al modelo A (en castellano, con euskera como asignatura); el 22,67% cursó estudios bilingües, en el modelo B; y el 26,26% optó por el modelo D (en euskera, con el castellano como asignatura). Diecisiete años más tarde, en el curso 2000/2001, la opción de los padres del colectivo de niños de igual edad ofreció los siguientes datos: modelo A, en castellano, 10,28%; modelo B, bilingüe, 29,37%; y modelo D, en euskera, 59,66%. Y en el presente curso de 2007/2008, el 6,10% de los padres han optado por el modelo A, el 26,20% por el modelo B y el 67,10% por el D. Estos son los datos y esta es la gran realidad. Todo lo demás es mito.
También se las trae el mito de que la Escuela Vasca no potencia la pluralidad. Al menos cronológicamente, los datos históricos demuestran precisamente lo contrario. La escuela que nosotros conocimos fue coetánea del militarismo, el machismo, el paternalismo y el monolingüismo. La escuela de hoy corre paralela al antimilitarismo, la no-discriminación sexual, el mayor equilibrio social, el bilingüismo activo y la solidaridad internacional.
Así mismo, no falta quien se atreve a tachar al sistema vasco de enseñanza de excluyente. Sorprende que tales acusaciones provengan de quienes hasta hace poco participaban del hermetismo tradicional simbolizado por "Santiago y cierra España". Una tradición que primero hizo suya la "reconquista" contra la civilización del Islam, después expulsó a 150.000 judíos, más tarde a medio millón de moriscos, luego incluso a los jesuitas y, sin perder del todo la gran tradición de la Inquisición Española, termina en la época actual, cuando se nos llena la boca de globalización, con una Ley de Extranjería restrictiva. Pero si hasta Cervantes encontró a los ciudadanos de Argel más tolerantes que sus vecinos de Madrid...
Seguramente los vascos tenemos tantos mitos como los que más, pero yo no diría que en esto somos los mejores. Para inventar mitos, de los buenos, hace falta gran imaginación. De los vascos se ha dicho siempre que somos trabajadores, nunca jamás dijo alguien que fuéramos imaginativos. Más bien lo contrario. El insigne bilbaino Miguel de Unamuno reconocía la "poca potencia imaginativa" de los vascos y así lo confesó: "Puede decirse que eso que aquí se llama ingenio ha sido concedido con avara parquedad a mi raza. No somos ingeniosos" (Los Baskos en la nación argentina. Buenos Aires, 1916).