Sor Juana Inés de la Cruz
El 12 de noviembre del 1651* nacía en San Miguel Nepantla (México) Juana de Asbaje, quien con el tiempo se convertiría en Sor Inés de la Cruz, poetisa y prosista que ha merecido el apelativo de Fénix de México. Aunque nacida en el Nuevo Mundo, Juana era fruto de la relación entre la criolla Isabel Ramírez de Santillana y el militar Pedro Manuel Asbaje, natural de Bergara (País Vasco), ascendencia que la religiosa tuvo presente en su producción literaria, con referencias explícitas a su origen:
Pues que todos han cantado,
yo de campiña me cierro:
que es decir, que de Vizcaya
me revisto. Dicho y hecho!
Y a la lengua de sus mayores:
Nadie el vascuence murmure
que juras a Dios eterno,
que aquesta es la misma lengua
cortada de mis abuelos.
También dedicó versos y estribillos a la Virgen de Arançazu, que ella ubicaba en Bizkaia, como entonces era habitual referirse al conjunto de Vasconia:
Guazen galanta, contigo
guazen nere lastana
que al cielo toda Vizcaya
has de entrar.
Galdu naiz, ai! que se va
nere bizi guziko galdu naiz.
El año 1995 se cumplió el 300 aniversario de su fallecimiento y nadie en Bergara se acordó de ella. Sin embargo, Juana de Asbaje hizo méritos más que suficientes para ganarse una calle, un monolito, alguna reedición literaria o, cuando menos, el reconocimiento público de sus orígenes.
Juana de Asbaje
Asbaje es un apellido prácticamente inexistente en el nomenclator vasco actual. La versión de que fuera Asuaje o Asuaxe, además de tener lógica explicación fonética y mayor sentido en euskara, tiene visos de credibilidad por su pervivencia práctica hasta nuestros días. En cualquier caso, el apellido hizo historia en México gracias a la afición por la lectura de una niña a quien su abuelo materno, Pedro Ramírez --descendiente de doña Catalina Xuárez de Marcaida, primera esposa de Hernán Cortés--, enseñó a leer con tres años de edad, y cuya biblioteca apenas tuvo secretos para la niña a partir de los ocho. Además de castellano, aprendió náhuatl con sus amigos de la infancia, fue claramente consciente de la lengua original de su padre*, aprendió más tarde latín, leyó a los clásicos griegos y romanos, y terminó sabiendo prácticamente todo cuanto era conocido en su época.
Para entender en su magnitud el esfuerzo personal de Juana de Asbaje, es preciso recordar que por aquel tiempo estaba mal visto que las mujeres aprendieran a leer y no se les permitía acceder a la Universidad, para lo que tuvo que a solicitar a su madre que la vistiera de hombre. No parece que se tratara de una decisión original, por cuanto que lo mismo hicieron por aquel tiempo, aunque por distintas razones, otras dos vascas avecindadas también en México: Catalina de Erauso, la Monja alférez, y Francisca de Abendaño, la Salteadora generosa. Con todo, a sus 15 años eran tan amplios los conocimientos de Juana, que fue requerida a un examen público ante 40 profesores de la Universidad, teólogos, filósofos, humanistas y matemáticos, sorprendidos de que una mujer pudiera saber tanto.
Inteligente, culta, bella* y bien situada en la corte como dama de la virreina, a los 16 años de edad ingresó en convento, donde falleció 28 años más tarde, víctima de la epidemia que se declaró en México en 1695. Sus funerales reunieron tanto al pueblo llano como a lo más granado de la alta sociedad mejicana, además de los más ilustres literatos de la época. Escribió numerosos sonetos, romances, silvas, letrillas, villancicos y redondillas dentro de la corriente barroca de la poesía hispánica. Algunos de sus poemas reflejan una concepción trágica del amor, fruto de una pasión sincera y no correspondida, a la que los expertos atribuyen su ingreso en el convento. Sobre estos versos de amor profano dijo Menéndez y Pelayo que son de los más suaves y delicados que han salido de pluma de mujer.
Desde el emperador Agustín de Iturbide y Aramburu hasta el insurgente Doroteo Arango Pancho Villa, pasando por la primera imprenta de América, abierta a iniciativa de Fray Juan de Zumarraga, o la empresa fabricante de neumáticos Euzkadi, de principios del pasado siglo, la presencia vasca en México es muy importante. Conquistadores, misioneros, obispos, marinos, piratas, mineros, pintores, escritores, arquitectos, periodistas, comerciantes, bandidos, esclavistas, cantantes, compositores, profesores, empresarios, políticos... de todo ha dado el País Vasco en la historia mejicana de los últimos cuatro siglos. Entre todos merece sin duda algún recuerdo Juana de Asbaje, Sor Inés de la Cruz, y no sólo porque fuera una de las pocas mujeres entre tanto hombre, sino porque, además, está considerada como una de las mejores poetisas de México. La sección mejicana de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País publicó hace un par de años algún material y puede ofrecer ayuda al respecto.
Con todo, no deja de ser triste que una poetisa de ascendencia bergaresa, cuya obra figura en la antología de las mil mejores poesías de amor en lengua castellana, que ha dado nombre a centros culturales y docentes en México, que tiene calle y es recordada tanto en billetes como en cómics infantiles, sea una perfecta desconocida entre nosotros. Sorprende, también, su amplia divulgación en Internet y por operadores anglosajones, mientras que en Bergara, Gipuzkoa y en Euskadi en general pasa totalmente desapercibida.
- Otras fuentes barajan el año 1648. La fecha de 1651 es probablemente la más divulgada entre el gran público vasco (Enciclopedia Auñamendi) y aparece avalada en obras como Razón y pasión de Sor Juana (Editorial Porrua, Argentina-México, 1992).
- En carta dirigida a Juan de Orbe y Arbieto afirma su origen vasco: Siendo yo como soy de Vizcaya y Vuesa Merced de sus nobilísimas familias, de las casas de Orbe y Arbieto, vuelvan los frutos a su tronco, y los arroyuelos de mi discursos tributen sus corrientes al mar en quien reconocen su origen.
- La Enciclopedia Auñamendi y Wikipedia ofrecen retrato pintado por Andrés de Islas en 1772.