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Baroja no conoció Eibar; Garibay, sí

amat 2006/05/12 20:17

Coincidiendo con el 50 aniversario del fallecimiento de Pío Baroja, se ha reabierto el debate entre barojianos y no-tan-barojianos. La cuestión no tendría mayor importancia sino fuera porque las discrepancias que afloran no se desarrollan en el campo literario sino que abarcan ámbitos propios del entorno político.

Hay intereses en insistir que mientras los barojianos representan a una sociedad liberal y urbana, los no-tan-barojianos son reflejo de un segmento conservador y rural. Más aún, no falta quien asegura que determinados sentimientos valoran negativamente la novela de Pío Baroja por caricaturizar el mundo vasco de finales del XIX. Dudo mucho que esto sea así y, en todo caso, quizá semejante teoría pueda tener algún predicamento en la región del Bidasoa pero, desde luego, no ofrece ninguna credibilidad en la cuenca del Deba.

Cierto que tanto el discurso literario e ideológico que nos ofrece Baroja desde el Bidasoa como su melancólica cosmogonía de lo vasco a finales del XIX recogen el sentimiento de resistencia a la modernidad de una sociedad anclada en el tiempo. Pero no es menos cierto que 300 años antes el historiador Garibay dejó ya constancia de la existencia en el valle del Deba de una sociedad industrial, urbana, competitiva y abierta a los mercados europeos del XVI.

El paisaje vasco al que se refiere Baroja se extiende desde Sara y Zugarramurdi hasta Hondarribia, a través de todo el Baztan, y desde Elizondo hasta Sokoa y Azkain, a ambos lados de la muga. Sin embargo, el País Vasco que recoge Garibay corresponde a Mondragón y a toda la comarca de Bergara, Eibar y Elgoibar. Baroja recrea en torno al Bidasoa las aventuras y desventuras de un mundo rural que se desvanece. Un escenario entre idílico y épico, lleno de nostalgia. Por el contrario, el mundo de Garibay, a pesar de producirse 300 años antes, responde a una sociedad urbana, industrial y moderna, y con incorporación de la mujer al ámbito laboral.

Los personajes barojianos son navegantes, contrabandistas, guerrilleros y aventureros románticos en lugares exóticos. Son personajes de auténtica novela, como Jaun de Alzate, Shanti Andia, Martín Zalacain y el capitán Tximista. Los protagonistas de la aventura histórica de Garibay, por no ser de ficción, se nos antojan más técnicos y comerciales, y viajan a lugares nada exóticos como Sevilla, Lisboa o Nantes por razones tan empresariales como poco románticas. Personajes históricos desconocidos como Martín de Andonaegi, López de Isasi o Ana de Vergara “muger libre”, que hace ya cuatro siglos dirigía personalmente negocios propios en Valladolid.

Yo descubrí a Pío Baroja a finales de los años cincuenta, pero nadie me contó en el colegio de Isasi que la casona de “Markeskua” era el solar de Martín López de Isasi, uno de los grandes mercaderes vascos del siglo XVI, y la historia que me enseñaron ofrecía una visión limitada al mundo rural como símbolo de la esencia del pasado vasco; una falsa imagen de nuestros antepasados, que supuestamente malvivían gracias al producto de su pobre agricultura, sumidos en el retraso y la incultura, cerrados a cualquier influencia externa y sin ningún contacto con una sociedad europea en plena ebullición. Nada más ajeno a la realidad.

Tuvo que venir otro Baroja, Julio Caro, para constatar, reivindicando a Garibay, que el País Vasco ha sido muy poco mediterráneo, en el sentido agrario, y más nórdico y dado a la industria y al comercio. Que el vasco era de hecho el “homo faber” de la península, imagen que contrasta con las ridículas generalizaciones que se han realizado en torno a su aldeanismo y rusticidad. Ha tenido que venir un investigador como José Antonio Azpiazu para demostrar que, ya para el siglo XVI, todo el Valle del Deba se había convertido en un enorme centro de producción industrial con un complejo sistema de transportes, comercialización y financiación.

Es necesario, sin duda, reivindicar la producción literaria de Pío Baroja. Conviene, también, hacer aprecio de uno de nuestros escritores más enraizados y disfrutar de la obra literaria de un novelista irrepetible. Pero, con ser todo ello necesario y conveniente, no lo es menos reivindicar a los hombres y mujeres de empresa que nos precedieron en la historia real. Una historia que, desde luego, no empezó en el siglo XIX.

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