Homenaje melancólico a Lauaxeta
Como iniciado en el periodismo vasco en la década de los sesenta y testigo directo de cuanto aconteció en los setenta, siempre me ha mortificado la idea de que muchos de los que, de una u otra forma, participamos en aquella eclosión social, política, cultural y lingüística no fuimos muy conscientes de que el mundo no comenzaba con nosotros. Quizá porque, temerosos de la ira del Generalísimo, apenas nadie nos había explicado que antes de 1936 -además de elecciones libres, partidos políticos y sindicatos obreros- también había habido movimientos de ikastolas, procesos de euskaldunización, asociaciones de escritores, organizaciones femeninas y otras iniciativas sociales.
Hacia 1975 tomó cuerpo el eslogan 'Katea ez da etenŽ con el plausible objetivo de reivindicar una continuidad que dejaba mucho que desear y para convencernos a nosotros mismos de que nunca llegó a producirse una ruptura generacional. Como se ha comprobado más tarde, no se trataba tanto de reconocer la aportación histórica de nuestros mayores cuanto de legitimar nuestras propias actuaciones.
En el orden político, prácticamente todos los fundamentos de las ideas, valores y planteamientos que actualmente se presentan como progresistas y modernos los planteó la llamada generación de Agirre, hace ya más de medio siglo. Nación cívica y comunidad nacional; pluralidad y solidaridad internacional; el ser humano como valor supremo y eje de toda reivindicación política; soberanía compartida e interdependencia en una Europa sin fronteras. El hecho de que algunas de las propuestas más significativas de los Landaburu, Irujo y compañía se nos descubran ahora como innovadoras nos lleva a pensar que, contra lo que proclamábamos, la cadena tuvo que romperse en alguno de sus eslabones. Es evidente que la dictadura de Franco, el exilio, cuarenta largos años en ausencia de democracia y la violencia de ETA no favorecieron un discurso humanista constante y continuado.
En el orden cultural, sin poner en duda el salto cuantitativo y cualitativo que supusieron los movimientos de los años sesenta y setenta, no es menos cierto que nada de aquello surgió por generación espontánea. Aunque muchos de nosotros creíamos, en nuestra ignorancia, que todo estaba por inventar, que la historia empezaba con nosotros y que la generación que nos había precedido había sido poco menos que descastada e insensible a la lengua y la cultura vascas, el devenir de los tiempos terminó por deshacer nuestro equívoco. El tiempo nos enseñó que, si bien les había tocado sufrir un largo paréntesis de tres o cuatro décadas de oscuridad, no pocos de nuestros progenitores eran antiguos jóvenes criados en el renacimiento de los años 30. Llevados de nuestro sarampión juvenil, no fuimos capaces de percatarnos de que aquellos hombres y mujeres que peinaban ya canas, rondaban los sesenta años (la misma edad que tenemos ahora nosotros) y venían de la persecución, el exilio y el ostracismo merecían un mayor aprecio, respeto y comprensión por parte de quienes, precisamente, nos considerábamos a nosotros mismos como sus salvadores.
Viene todo esto a cuento al cumplirse este año el centenario del nacimiento del poeta y periodista Esteban Urkiaga ŽLauaxetaŽ, una de las figuras más representativas del renacimiento cultural de los años 30, nacido en Laukiz el 3 de agosto de 1905 y fusilado en Vitoria-Gasteiz el 25 de junio de 1937 -ayer hizo 68 años-. Lauaxeta encarna los valores que caracterizaron al nacionalismo sabiniano de la época: militancia política, catolicismo practicante, activismo cultural y lingüístico, comprometido con la tradición y abierto a las nuevos movimientos europeos.
Hombre dedicado por entero a la lectura (con 32 años y en plena guerra tenía cuando menos 650 libros documentados en su domicilio de Bilbao), al aprendizaje de otras lenguas y al cultivo literario, demostró un avanzado interés por cuestiones de orden social en general y por el feminismo en particular. Profesionalmente, compaginó su creación poética con la labor como columnista en el diario ŽEuzkadiŽ y humilde responsable de la página en euskera, tras rechazar ofertas económicas bastante más jugosas. Como infatigable activista cultural, creó y dirigió un grupo de teatro, se trasladó a Madrid para exigir al Gobierno español la incorporación del euskera en la enseñanza, fue pionero de la radiodifusión vasca, se interesó por la literatura oral, participó en cuantas asociaciones, muestras y ferias librescas surgieron por entonces, y recorrió el país como avezado conferenciante en charlas y mítines promovidos por el Partido Nacionalista Vasco, compartiendo incluso estrado con líderes de primera fila como quienes llegarían a ser lehendakari de Euskadi, José Antonio Agirre, y presidente de ELA-STV, Manu Robles Arangiz. El claim político Ždana emon bear iako maite dan askatasunariŽ fue creación del propio Lauaxeta.
Pero, sin duda, Lauaxeta ha pasado a la historia como poeta. «Simbolista y modernista», en expresión del crítico Jon Kortazar, «hizo -según Euskaltzaindia- los mayores esfuerzos para acercar la lírica vasca a las corrientes más modernas que despuntaban en Europa». Con apenas 25 años ganó el certamen de Olerti Eguna, de Rentería, por delante de dos personalidades señeras de la poesía en euskera como Lizardi y Orixe, y fue tanta su admiración por Federico García Lorca que no paró hasta entrevistarse personalmente con el poeta andaluz.
Tan pronto como se inicia la guerra de 1936 se alista en el ejército de Euskadi, donde alcanza el rango de comandante de Intendencia. Tras el ataque aéreo de Gernika, el Gobierno vasco le ordena acompañar como guía y traductor a un periodista francés interesado en la cobertura informativa del bombardeo. Nunca volvió a casa. Fue detenido, conducido a Vitoria, juzgado en consejo de guerra y fusilado contra la pared del cementerio y con un crucifijo en la mano. Aquella misma mañana había compuesto uno de sus poemas más emotivos: ŽGoiz eder onetan erail bear nabeŽ...
Lauaxeta es, probablemente, una de los iconos literarios de su generación que mayor divulgación social (http://www.armiarma.com/zubi/egileak/00221.htm) ha tenido. Además del teatro popular que, a modo de pastoral, se ha estrenado estos días en Mungia, la figura de Lauaxeta ha sido motivo de numerosos estudios y argumento de varias composiciones. Su vida ha sido llevada al cine y sus poemas musicados por distintos autores y ampliamente difundidos en el mercado discográfico.
Esteban Urkiaga tuvo la desgracia de morir fusilado a primera hora de la mañana del 25 de junio de 1937. Sin embargo, es probable que Lauaxeta alcanzara así la gloria que muchos de los jóvenes de la década de los setenta no le hubiéramos reconocido de haber llegado a conocerlo en vías de jubilación. Son insolidaridades propias de la juventud que se intentan rectificar con los años.
Hace apenas unos días tuve ocasión de compartir mi coche con un amigo, también viejo militante de los setenta. Como advirtiera que tenía en la guantera un CD de Antton Valverde con canciones de Lauaxeta, me preguntó: «Esto es un tanto triste y melancólico...¿también te gusta a ti?». «Sí -le contesté--, me parece auténtico y verdadero». Siguió preguntando: «¿Cuál de ellos? ¿Valverde o Lauaxeta?» Y respondí: «Los dos».