Sobre la personalidad de Santi Leone
La palabra “pueblo” tiene diversos significados que no coinciden por ejemplo con los de “herri”. Resulta graciosa la manera irremediablemente circular en que tuvo que definirla el caballero de Jaucourt cuando redactó el articulo “Pueblo” para la Enciclopedia ilustrada: “Nombre colectivo dificil de definir, dado que en los diversos lugares del mundo, en los tiempos diversos y según la naturaleza de los acontecimientos nos formamos ideas diferentes del concepto ‘pueblo’.” Quizá lo que diferencia entre sí a los humanos no sea tan importante como lo que los une, pero sin duda Sarkozy no es cubano. Lo humano aparece diversificado en pueblos diferentes. Por supuesto, el mestizaje y lo neblinoso de las fronteras hace difícil la clara delimitación de los pueblos. Los patriotas constitucionales tuercen el gesto cuando leen “el pueblo”, esa antigualla, como cuando ven a la suegra. Ahora bien, de vez en cuando hay que sacar a pasear tanto a la suegra como al pueblo, que se ventilen las momias.
No se sabe muy bien lo que sea un pueblo. Cuando se dice “un pueblo” (el pueblo checheno, el pueblo corso, el pueblo vasco, el pueblo mapuche) se trata o bien de una especie de almorrana que sufre algún Estado, o bien de algo así como Dios o el punto G. Es difícil de definir pero hay quien asegura haberlo sentido. En la guerra ideológica contra uno de tantos pueblos que se empeña en durar, el enemigo imperial suele aducir que el pueblo vasco no existe, es pura alucinación, los vascos son unos locos que se creen vascos.
La verdad es que no sólo todo pueblo es imaginario; también lo es la personalidad individual, como vio bien David Hume, filósofo escocés que, sólo por serlo, todo inglés deseó ver ahorcado, según Hume mismo cuenta. Los argumentos utilizados para rechazar la existencia de un pueblo con nombre pueden serlo igualmente para negar cualquier identidad personal. Ben Gurion, Golda Meir, casi todos los presidentes israelíes han repetido que “el pueblo palestino no existe”, lo mismo que ciertos ideólogos del constitucionalismo acerca del pueblo vasco. Y no les falta razón, como tampoco le faltaba a aquella interesante variante de la nota habitual en el umbral de las malas novelas: “Todos los personajes de esta novela son ficticios, exactamente igual que las personas de la vida real”. La personalidad de Santi Leoné es tan ficticia como la del pueblo mapuche o la del español. Ahora bien, lo imaginario no deja de producir efectos reales. Por otro lado, no quiero morir, sentimiento natural y legítimo.
El patriotismo constitucional que propugnan quienes no se sienten sojuzgados por la Constitución, a la que la mayoría de los vascos estamos sometidos a pesar de no haberla aceptado y que contiene leyes claramente antidemocráticas, es una sosada que, como todas las sosadas, esconde una trampa. Es como si te exigieran renunciar al Athletic o al Barca para imponerte el amor al fútbol en general, es decir, al Real Madrid, equipo por otra parte incapaz de ganar título alguno sin ayuda de los árbitros.
Los separatismos en España utilizan cada vez más argumentos de sentido común, pragmáticos y consecuencialistas: el tamaño del País Vasco permite una adecuación a las novedades sociales y económicas y una gestión de los problemas concretos más ligera y rápida; además, por supuesto, un País Vasco independiente garantizaría mejor la pervivencia del vascuence. En cambio, los argumentos de los constitucionalistas suelen ser o bien confusos y mitológicos, o basados en el miedo (cuando no constituyen amenazas directas), o bien no son argumentos. Defender hoy en día que los Estados son cosa del siglo XIX (cuando ningún pueblo renuncia voluntariamente a semejante fósil, sospechoso aferramiento), defender que si nos independizáramos dejaríamos de estar en Europa, defender la sagrada unidad de la madre patria y la herejía que supondría trocear su cuerpo, defender que si la opción independentista se extiende “mandamos los tanques, como impone el artículo octavo de la Constitución”… Está claro: es la opción dependentista la que actualmente resulta trasnochada y afeada por la peligrosa agresividad de los inseguros.
La independencia generaría una sensación de alivio y bienestar entre otras cosas porque el PP, heredero espiritual de Franco, obtiene en España alrededor de 10 millones de votos, que se traducen en un permanente mangoneo vaticanista/tardofranquista en el estilo político, judicial y mediático, agobiante lastre del que conviene descansar cuanto antes.
Oraingo honetan ez dot goiko adierazpena, zeozer txalotzeko sarritan erabilia, Errealeko atezain txiletarra goraipatzeko idatzi. Oraingo honetan neure burua publikoki Zapiainista deklaratzen dot, eta tamalgarritzat jotzen dot filosofo irundar/bermeotarra lehendakarigaia ez izatea. Egia dan arren lehendakarigaia izango balitz zalantza izpirik barik ilegaltzat hartuko luketeela dependentistek eta hauek sustatzen dabezanek.