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Recuerdos en Bola - Felix Arrieta Etxeberria

txiko 2006/08/21 22:45

Felix Arrieta Etxeberria (1927-2003). Eibartarra jaiotzez, 1955tik aurrera Mexikon bizi izan zan. Espainiako Gerra Zibillak 9 urtekin harrapatu zeban Eibarren bertan, eta sasoi haretakuak dira “Recuerdos en Bola” honetan agertzen diran pasarte gehixenak. Ume baten ikuspegittik agertzen jakuz urte latz háretako bizipenak, nagusi baten ironixian galbaittik pasatu eta gero. Felixen ahotik entzun neban estrainekotz “Gerrako gure ibillerak” kantua, eta esan neike kantu tragikomiko horren espiritua daukala bere idazki honek: iges doiazenen artian ez dago heroerik. Lehelengo golpisten bertsiñua, eta gero errepublikazaliena kontatu izan dezkuenian tono epikua nagusitzen da; baiña “militantiez” gain ba zeguan herrittar moltzo haundi bat, biziraute hutsakin nahikua buruhauste izan zittuana batzu nahiz bestien gerra ekintzen artian. Horixe da Felixen kontakizunian ikusten doguna, gatz eta pipar ugarikin lagunduta.

Testu honen barri zatika izan dot, e-postaz. Zati batzu Felixek berak bialdutakuak dira; beste batzu, bere alaba Jaionek gerora bialduta. Txatalak numeratuta dagoz, baiña hutsuniak dagoz; susmua daukat, idatzi eta berridatzi, zati batzu kendu eta bestiak jarri, korrelatibidadia galdu eta Felixeri ez zetsala denporarik emon garbira pasatzeko. Horren itxuria dauke bebai takian potian agertzen diran konkordantzia eta errepikapenak. Izenburuak laga dittudaz, txatal gehixago agertu leikiazen esperantzan; eta redakziñua be bere horretan geratu da: buruak emon ahala idatzittako notak daukaguz aurrian, daukan alderdi on eta txarrekin.

On egin. RECUERDOS EN BOLA

En esta relación que comienzo ahora y que calculo ocupará unas tres o cuatro partes, voy a tratar de transcribir, sin orden ni concierto, algunos de mis recuerdos.

En ningún caso es mi pretensión el hacer una relación exacta, tipo biográfico. Ni las fechas, ni las anécdotas y situaciones presentadas, son muy precisas. Son confiables en su esencia, aun cuando muchas de las fechas y referencias sean aproximadas, algunos son recuerdos directos míos y otros son de oídas.

No es de extrañar que aparezcan un sinfín de errores e inexactitudes. Pero de cualquier forma, creo que servirá para tener un recuerdo más o menos aceptable. Con la seguridad de que pasado algún tiempo, lo que aquí se relate será historia pasada, a nadie importará la precisión de las fuentes.

Podría decirse de todo esto, como de esas películas basadas en una interpretación personal del director de la película, en una versión más o menos liberal, supuestamente basada en determinada obra literaria. Lo que sigue se trataría, como de una relación en versión libre.

Principio con recuerdos de antes de la Guerra. 1936. Primera parte. En qué quedó nuestro desventurado “raid” a una huerta de manzanas.

Creo que era en 1936, un poco antes del comienzo de la rebelión fascista. Yo tendría unos nueve años, cuando en compañía de varios amigos decidimos “visitar” una huerta de manzanas.

Me parece recordar que el nombre del caserío escogido era el caserío “Iragorri” o "Iraragorri". Se iba por un camino que estaba a continuación de la fuente de Urkusua por detrás de donde hoy está la iglesia de los Carmelitas. Seguro que éramos Pedro Arizmendi, conocido como “Payasua” y vecino nuestro. Vivía en el primer piso donde vivíamos. Otro sería Tiburcio Albistegui, hijo de “Xipri el Carbonero”, también vecino nuestro. Este vivía en el mismo edificio que nosotros. En el tercer piso, nosotros a la derecha y ellos a la izquierda. Estos dos eran de la piel del diablo, medio malditos y traviesos a más no poder. Yo no. Tenían cada idea...

Seríamos en total unos cinco o seis amiguitos. De los otros no recuerdo quiénes eran.

Lo decidimos y de inmediato para allá nos encaminamos. No era la primera vez que íbamos a esta huerta. Este caserío estaba bastante cerca, creo que a unos quince minutos de caminar. Este manza-nal estaba rodeado en su mayor parte por un muro, como de unos dos y medio metros de al-tura, y toda su parte superior estaba sembrado con trozos de botella, lo cual lo convertía en casi inaccesible, pero nosotros sabíamos de un lugar, un antiguo paso para el agua que atravesaba al muro por debajo y por donde fácilmente , nosotros chavales, podíamos intro-ducirnos a la huerta y salir sin peligro.

La razón de ir a tomar algunas manzanas no era porque nos gustaran demasiado, o por que estuvieran muy maduras. La razón principal era por aquello de poner a prueba nuestra autoestima ante los demás amigotes. Generalmente ni las comíamos, de llevarlas a casa ni soñar por aquello de la paliza que nos hubiera esperado por parte de los padres. Así que posiblemente hasta las tiráramos al río.

Como en otras ocasiones, la idea surgiría por que estuviéramos aburridos sin saber que hacer, y seguro que alguien sugirió la aventura y de inmediato todos nos mostramos dispuestos. Y nada de negarse a ir, pues hubiera quedado marcado para siempre como un cobarde.

Y allá nos fuimos. Buscamos el hueco en el seto por donde solíamos entrar, pero resultó que el paso estaba cerrado por una reja. Y no nos quedó de otra sino buscar otro hueco y entrar por esta vía a la huerta. Con tan mala suerte, que se podría decir que nos estuvieran esperando. Pues nada más entramos, cuando el casero y varias personas más nos cercaron y nos detuvieron fácilmente a los seis. Y cuando estábamos temiendo lo normal en estos casos, una gran paliza, resultó que ni siquiera nos tocaron, lo único que el casero deseaba, era saber nuestros respectivos nombres y apellidos, así como la dirección de la casa donde vivíamos y cómo se llamaban nuestros padres. En principio nos inquietó tanta pregunta y más, cuando observamos que una de las personas que estaban con él, iba anotando detalladamente todos nuestros datos, pero lo hacía empleando para cada quién, una sola hoja de papel, por separado.

Después de tener todos los datos, a cada quién nos invitaron, con el “por favor” por delante, a quitarnos toda nuestra ropa, y como éramos muchachos bien criados y con un miedo que no podíamos ocultar, así que obedecimos como una sola persona, quedándonos totalmente desnudos (en pelotas) con sólo las alpargatas puestas. Y en esta facha nos llevaron a la puerta de entrada dejándonos que nos fuéramos libres. Fue horrible esta situación, nos sentimos injustamente humillados. Además que quedó totalmente trapeada nuestra propia dignidad de muy machitos.

Y lo peor fue, que nuestra salida coincidió con el paso, por delante del caserío, de un grupo de niñas de una escuela, de regreso de una excursión.

La vergüenza que sentimos ante las risas de tanta niña, no es posible compararlo con nada.

Recuerdo que era al atardecer y no supe si hacía calor o frío, nuestro humor no estaba para temperaturas, lo que nos tenía aniquilados era la vergüenza que nos invadía con sólo pensar, el que camino a casa, alguien conocido nos viera.

Después de imaginar las más terribles torturas que haríamos al causante de nuestras vergüenzas, abarcando éstas desde quemar el caserío hasta quemar estilo indio al casero, ya cerca de la calle, decidimos ocultarnos y esperar a que oscureciera y a que no hubiera gente, antes de salir a la calle. Tratamos de cubrirnos con ramitas y hojas de árbol, sobre todo, aquellas partes sinónimas de nuestra expuesta hombría, pero no creo que tuviéramos mucho éxito. No por exceso de poder sino por lo exiguo del tamaño de las hojas de árbol.

El caso es que tuvimos que esperar un rato largo, hasta que aproximadamente a las once de la noche, por fin decidimos arriesgarnos e irnos hacia casa, las once eran una hora tardísima para nosotros los chavales. y ya nos imaginábamos la que nos esperaría en casa.

De zaguán en zaguán, buscando lugares oscuros para que nadie nos viera, eso de que nadie nos viera, no lo conseguimos, pues fuimos siendo el hazmerreír durante todo el camino por toda la gente que nos veía, jamás supuse de que a esa hora prohibida para nosotros, hubiera tanta gente por las calles, por fin llegamos al portal de casa. Y aquí, para mayor vergüenza, nos estaban esperando un grupo de nuestros “amigos”. Quienes entre burlas y risas nos hicieron pasar hartos sofocos, pues en un intento de exponernos tal y como vinimos al mundo trataron de quitarnos las pocas hojitas y ramitas, que púdicamente aun conservábamos.

Con semejante griterío y risas no hizo falta el tener que tocar la puerta para que nos abrieran en nuestras casas. Enseguida se asomaron a la escalera nuestras respectivas familias, y las guasas y risas continuaron a medida que subíamos los pisos hasta entrar en casa, e incluso continuó el festejo dentro de nuestra casa hasta que pude cubrirme con mis ropas.

Entonces nos explicaron la razón de que nos estuvieran esperando toda la familia incluso nuestros, diz que, amigos. Pues alguien de alguna familia se encargó de pasar la noticia a nuestros amigos y de inmediato caímos en la cuenta del por qué el casero no nos reprendió con alguna paliza o de perdida alguna cachetada como hubiera sido lo normal, y por qué se conformó con tomar todas nuestras referencias y nuestras ropas.

La razón se debió a que recogidas las ropas de cada quién, las metieron por separado en bolsas de papel, enviando a un sirviente “morroi” para que las entregara en nuestras respectivas casas. Al mismo tiempo que fue el encargado de dar una explicación del porqué de aquello.

Cuando, al menos mi familia, supieron de nuestras andanzas y de la solución puesta por el casero, lo celebraron con gran regocijo y encargaron al sirviente para que transmitiera al casero sus más sinceras felicitaciones al respecto de la sabiduría empleada en el remedio.

Este casero nos resultó ser un psicólogo de primer nivel, le fue suficiente una sola sesión de terapia en grupo, para que nos curaran a todos nosotros de nuestras ideas, manías y complejos.

La noticia de este remedio, con nombres, pelos y señales, sobre todo a nivel de los de nuestra edad corrió por todo el pueblo como reguero de pólvora encendida. Y yo creo que a partir de ese día desaparecieron para nosotros y para siempre, el renglón que correspondía a nuestras frecuentes visitas a las huertas.

Y aquí, si que se cumplió aquello de escarmentar en cabeza ajena, la lección la aprendimos no nada más nosotros, sino toda la chavalería del Eibar y del entorno de esa época.

Y desgraciadamente la cosa no acabo aquí, pues por un tiempo, y a nivel de chavalería, en cuanto nos veía alguno de los malditos, no faltaban los consabidos y ofensivos silbiditos.

En lo que respecta a la reacción de nuestras respectivas familias, fue de general regocijo y de alabanza al casero por su atinado remedio.

Por ese tiempo se produjo la rebelión fascista y con esto nuestras tribulaciones pasaron a segundo término.

Segunda parte. Julio de 1936. En los Jardines de Orbea (Sinfonía en R mayor).

Como un paréntesis a lo que estoy contando. Yo recuerdo de esa época ya empezada la guerra, como, en los jardines de Orbea, que estaban situados en gran parte, detrás de nuestra casa, se organizó todo un sistema para proveer de blindaje a camiones.

Esta labor consistía en cubrir camiones y a camionetas con planchas de acero soldadas, y con mirillas abiertas para poder disparar con fusiles. Así como el cambiarles las ruedas con neumáticos por ruedas macizas, para evitar que un proyectil o un clavo pinchara las ruedas.

Trabajaban las veinticuatro horas del día. Y durante todo el día y la noche, arrullaba nuestros sueños un continuo y demoledor ruido de martillazos a las placas de acero, acompañado de un siseo continuo producido por los sopletes de acetileno.

Yo creo, es más, estoy seguro, que la seguridad que estos blindajes pudieran ofrecer era más de aspecto psicológico que real.

1-Xipri el carbonero y su cañón...cito antiaereo.

Unas semanas después de comenzada la guerra, los responsables municipales trajeron a Eibar un cañón antiaereo que estaba en la fábrica de cañones de Placencia. Con la intención de hacer frente a los aviones que vinieran a bombardear, se situó sobre la plaza de toros, en una pequeña explanada en la carretera de Elgeta.

Este cañón, tipo “Oerlikon” suizo, era fabricado en Placencia (estos datos son oídos a mi suegro Benito Galarraga, muchos años después) y tenía dos tubos o cañoncitos de pequeño calibre, unos 50 mm, acabados en una especie de bocina o corneta.

A los chavales nos hacía gran impresión la apariencia de este cañón: volantes, ruedas, piezas de bronce y latón pulido, tornillos por todos lados... Además según Xipri el carbonero (Cipriano Albistegui) era el más moderno cañón que existía en el mundo, y nos dio permiso a los chavales de la zona para visitarlo cuando él estaba de guardia.

Una vez, fuimos de visita un grupo grande de chavales, cuando le tocaba guardia. Después de dar largas y complicadas explicaciones sobre el funcionamiento del cañón, comenzó a presumir de que, tras manipular los volantes y las palancas y colocar el avión en el centro del punto de mira rectangular del cañón, tirar de una palanca y ¡danba! el avión sería abatido. No podía ser de otra forma, además.

Después de dicho esto, finalizaba la charla/ exposición sobre el cañón con un redondo “Orixeok dana”, tomando la pose de artillero napoleónico en trance.

R. (1-04) Primer bombardeo de Eibar......por un solo avión. (Un gran susto en la piscina de “Amaña”).

No recuerdo exactamente en qué fecha, pero tenía que ser en agosto de 1936, sucedió el primer bombardeo de Eibar por aviones... mejor dicho, por un avión. Y fue la oportunidad ideal para poner a prueba la utilidad y eficacia del mentado cañón antiaéreo.

Mirando los acontecimientos retrospectivamente, creo que más que utilidad, se demostró la inutilidad e ineficacia del mentado cañón....cito. Supongo que operado por Xipri el carbonero.

Estoy seguro que con aquellos disparitos ni los gorriones se asustarían.

La guerra comenzó el 18 de julio de 1936, yo cumpliría diez años el mes de octubre. Y mi hermano Luis cumpliría cuatro años el mes de diciembre. A mediados de agosto, ya con la guerra comenzada, fuimos invitados por mi tío Gerardo y su esposa la tía Luisa para ir con ellos a bañarnos a la piscina de Amaña.

Esta piscina construida al aire libre, era municipal, y estaba situada a continuación de la fábrica de máquinas de coser “Alfa", en el lado opuesto del río de donde estaba Alfa, y la construyeron en el lugar conocido como Amaña, en una pequeña explanada cerca del río que pasaba por Eibar (el río Ego), donde hicieron el socavón, construyéndose tanto el fondo como las paredes, con cemento “armado”, que por el énfasis que los mayores ponían en la palabra “semento armaua”, supongo que por ese entonces era técnica muy revolucionaria. El agua se tomaba del río Ego que pasaba por Eibar. Que supongo iría limpio. Para regular la entrada del agua en el canal, conocido por nosotros como “kumbo” el empalme con el río, se hacía mediante una compuerta, más conocida por nosotros los chavales, en euzkera, como “albatia”, el cual se accionaba mediante un mecanismo con un gran volante a un lado y que se hacía girar para levantar la compuerta. Cuando el encargado de abrir la compuerta, nos permitía, a nosotros los chavales, hacer girar entre varios y con mucho esfuerzo el mencionado volante, nos convertíamos en los seres más felices e importantes del universo.

Caminando por el paseo de San Andrés, y después de pasada la fábrica de máquinas de coser Alfa el camino se bifurcaba, por la derecha, paralelo a la vía, el camino se pasaba frente a la fuente de Amaña y por aquí se iba hacia el caserío Torrekua, y pasando sobre un puente de piedra se llegaba a la carretera para Ermua, pero para ir a la piscina había que tomar, en la bifurcación, el camino de la izquierda, que por un puentecito ligero de hierro, sobre el río, permitía llegar a nuestro objetivo.

Como era verano, y hacía bastante calor, la piscina resultaba ideal como lugar de esparcimiento para todo el pueblo, en sustitución de la playa de Deva que por haber guerra, nadie se aventuraba a ir, no fuera que un barco de guerra despistado confundiendo a los veraneantes como concentración de tropas, bombardeara la playa, aparte de que como medida de seguridad recientemente optada, los trenes sólo viajaban de noche, pues era considerado objetivo estratégico. Y tampoco nadie se arriesgaba a viajar en un autobús especial para el viaje a Deva, como era costumbre anterior.

La guerra ya se sentía llegar pues aparte de cierta efervescencia y excitación no exenta de preocupación que se sentía entre la gente mayor, incluso nosotros los chavales de Arragüeta, lo tomamos muy a pecho y nos organizábamos en pelotones y hacíamos instrucción y simulacros de ataques, en la calle de Arragüeta. En la que acabábamos con un “cuerpo a tierra”, estuviera o no sucio el lugar donde íbamos a tirarnos.

Según se afirmaba entre gentes “enteradas” que desde la cruz de Arrate se escuchaban allá lejos, hacia el mar, estampidos de explosiones de disparos y de cañonazos. Y que de noche se veían luces como de relámpagos.

En esta piscina se habían construido varias casetas o cubículos, que colocados en línea, permitía como una aportación a la decencia, el que los asistentes a la piscina pudieran desvestirse y vestirse con cierta privacía. El recuerdo que tengo, es que las puertas y paredes laterales tenían bastantes agujeros, y no eran para ventilación precisamente.

También se había construido un pedestal con escaleras de piedra o cemento de metro y medio o dos metros de altura donde una tabla hacía de trampolín.

Estando en la piscina, nosotros con los tíos, más medio Eibar, en esto se sintió el ruido del motor de un avión. Era tan raro que pasara por el cielo de Eibar algún avión, que al primer instante, conscientes de que se estaba en guerra, la reacción de la gente, fue de cierta inquietud. Pero enseguida se sintió un rumor y voces, de...¡ez eztutu geuria dok! ¡no inquietarse, es nuestro!...

¡Que geuria, ni que niño muerto!, no creo que hubieran pasado ni diez segundos, cuando comenzaron a oírse muy fuertes estampidos con estruendoso ruido a la vez que muy seco. Y lo ubicábamos hacia el centro del pueblo, donde se veían grandes polvaredas y humaredas.

Entre los recuerdos y la confusión de ese momento, está el que tal parecía, como si alguien hubiera gritado ¡sálvese el que pueda! y mientras seguían oyéndose las explosiones, todos los que estábamos en la piscina, como uno solo, comenzamos a correr al mismo tiempo y a donde fuera, cada quién por su lado, y todos en sentidos opuestos a las demás gentes, atropellándose unos contra otros con tal de alejarse de la multitud, que se suponía era la causa del bombardeo. Algunas gentes, incluso se sumergieron totalmente en el agua de la piscina, aguantando la respiración todo lo que pudieran. Más tarde supe que éstos justificaban su chistosa reacción, afirmando que ellos sabían de buena fuente, el que las bombas no explotaban en el agua.

En cuanto a mis tíos, creo que mi tío Gerardo fue de los primeros que comenzó a correr, aún antes de las primeras explosiones, creo por su pasada experiencia en la armada, enseguida supuso lo que se venéa encima. Yo lo recuerdo viéndolo de espaldas corriendo como el que más, alejándose de nosotros, sin acordarse ni de su esposa ni de sus sobrinos.

Por lo que iba sucediendo a mi alrededor, muy aterrorizado, me decidí a correr a donde fuera, lo mismo que todos, por instinto, tomé de la mano a mi hermano Luis y sin soltarlo y corriendo lo más que podíamos, juntos con otras muchas personas, tomamos sin saber el porqué, por un camino de terracería que desde la piscina y en gran pendiente se dirigía a la parte superior de la calle de Isasi. Llegando a un lugar algo más abajo que la casa-chalet de Txistu.

También recuerdo, como referencia, que donde se unía el camino en que íbamos nosotros, con la calle de Isasi, en la acera de frente había un taller de herrería, un poco más abajo que el frontón-cinema de "Kiputxanekua".

Yo trataba de correr lo más rápido posible, sin soltar de la mano a mi hermano Luis, pero a los pocos pasos, mi hermano comenzó a llorar y a quejarse de que no podía correr más, que estaba muy cansado. Y era tal el miedo que sentíamos, que tanto yo, como todos los demás que corríamos por este camino, que temíamos a que nos cayera alguna bomba, por lo que sacando fuerza de donde no tenía, con mis casi diez años, tomé a Luis y lo subí a mi espalda, jadeando y al cabo de mis fuerzas, pude alcanzar el final del camino. Todo agotado y creo que llorando, y lo mismo que otros muchos, nos metimos para refugiarnos en el taller de herrería.

Mientras íbamos corriendo, yo sentía que el ruido de las explosiones sonaban cada vez más cerca y fuerte, o al menos a mi me lo parecía, como que nos venían siguiendo por detrás y tirándonos a nosotros las bombas y que cada vez era mayor y más denso el polvo y el humo y que junto a un fuerte y picante olor, que nos hacía toser. Y aún cuando pareciera que no era posible, todo ésto nos acicataba a correr cada vez a más velocidad.

De vez en cuando, se oía una especie de disparo que en contraste con el de las bombas, parecía como si fuera de escopeta, pero de escopeta chimbera, y quiero suponer, que el causante del disparito sería “Xipri” y su cañoncito, quien de seguro, muy responsable, trataba de cumplir con su cometido.

Pensar en ésto supongo que nos tranquilizaba.

Refugiados en la herrería, estuvimos por algún breve tiempo, hasta que por la calle empezaron a oírse voces, de que el bombardeo ya había terminado y que se había retirado el avión.

Temeroso de que todo aquello volviera a repetirse, por fin me decidí, como otros, a salir de la herrería y sin soltar de la mano a mi hermano Luis, caminando aún muy asustados, tomamos el camino para casa, en el Paseo de Urquizu, a nuestro paso, vimos muy poca gente. Y en varios lugares, sobre todo por Maria-Ángela, se veían cascotes y vidrios rotos, así como destrozos en varias casas, causadas por las bombas y llegando a Ibarrecruz, vimos que el frente de la casa donde vivía el doctor Don Fernando Zuloaga estaba totalmente destruida. Así como parte del casino Rialto.

Fue en Ibarrecruz, donde nos topamos con nuestra madre, quien en cuanto supo que el bombardeo había terminado, despavorida y desatada había salido de casa como rayo, en busca nuestra, y como casi todas las madres en éstas situaciones, muy optimista, suponiendo y temiendo los peores males.

Este bombardeo causó en el pueblo bastantes víctimas, incluso oímos de algunas muertes, bastantes casas se vieron afectadas por las bombas, algunas quedaron muy dañadas y otras totalmente destruidas. Yo conocía a una muchacha quien en ése bombardeo perdió un brazo a consecuencia de la metralla.

Al decir de los “jakintxus” (sabelotodos) del pueblo, la intención al bombardear Eibar, fue para dañar las vías de comunicación, tanto el ferrocarril como la carretera... pero en realidad, si éso era cierto, no creo que los jefes rebeldes atinaron con encomendar la misión a semejante piloto y bombardero, creo que ambos eran como nuestro conocido “Xipri”, resultado de una improvisación, ya que, por lo que vimos, ninguna de las bombas caídas causó el menor daño que confirmara lo que suponían.

Pero eso sí, ni quien afirme lo contrario, el susto fue morrocotudísimo.

Sobre cuánto tiempo pudo haber durado este bombardeo, la verdad es que no sé, la única impresión que me quedó, es, que a mí me pareció que duró una eternidad. Aquello nunca acababa. Creo que como en otras ocasiones de desastres, resultaría muy difícil hacer un cálculo aproximado en más o en menos sobre su duración. Quizás fueron treinta minutillos, o diez minutotes, pero lo que sí puedo afirmar, basándome en experiencias posteriores que nos tocó vivir, que un tiempo medible en el marco de una situación de angustia como aquella, carece de valor alguno, lo que sí estoy seguro es que sea cual fuere el tiempo real de duración, su equivalencia correspondería a una duración en situación normal, de más de cinco horas.

Al día siguiente de los sucesos, el tío Gerardo, hermano de mi madre, se presentó en nuestra casa, como si tal cosa, fresco y sonriente, supongo que la razón de su visita se debía a un intento de justificar su visceral reacción pero no se imaginaba lo que le esperaba, pues mi madre que esperaba ansiosamente ése momento, se le fue encima y no le concedió la más mínima oportunidad ni de hablar, ni de defenderse y menos de justificarse, lo recibió con una soberanísima bronca, de tal calibre, que fue, creo yo, para el tío, algo mucho más demoledor que diez bombardeos juntos.

Cuando mi madre se tomó una pausa, supongo que para respirar o para acordarse de algo más que pensaba decirle, mi tío aprovechó esa pausa para, más que retirarse, todo espantado, escaparse del resto de la andanada, que mi tío acertadamente suponía, que aún se lo reservaba.

Mi madre se pasó, cosa de tres días rezongando y musitando sobre lo que no pudo decirle.

A mi tío Gerardo, creo que ya no lo vimos hasta que terminó la guerra. Y para entonces a mi madre ya se la había pasado todo el coraje.

Al respecto de la impresión que recibí en el primer bombardeo fue tal que hoy, 64 años más tarde todavía sigo escuchando los estampidos de las primeras bombi... tas en Eibar.

Fin del primer bombardeo de Eibar por un avión.

Cuando, no sé si fue hace quince o veinte años, ocurrió la tragedia de San Juan Ixhuaxtepec, en México D.F. más conocido como "San Juanico", en el que se incendió una enorme base de almacenamiento de gas LP (butano) y fueron muchos los depósitos o tanques de almacenamiento que simultáneamente o en cadena fueron prendiéndose y explotando, como bombas y que formaban unas bolas de fuego inmensamente grandes y que se acompañaban de espantosas explosiones.

Nosotros que vivimos en Ciudad Satélite, una zona más alta que el de la zona de desastre, veíamos perfectamente las columnas de humo, las llamaradas y el resplandor de las hogueras, pese a que "San Juanico" estaba a más de 20 km. de distancia de nosotros. Pues bien, las explosiones que se sucedían como en cadena, sonaban tan estrepitosamente que resentíamos las ondas de choque con alarmantes vibraciones en los vidrios de la casa.

Sobre todo fueron las primeras explosiones las que más me espantaron, ya que por el tipo de sonido, hicieron que de inmediato reviviera con todo y miedo los momentos pasados hacía más de 40 años durante el primer bombardeo en Eibar.

Mi primera impresión fue en el sentido de que todo se debía a un golpe de estado y que había aviones bombardeando la ciudad. Y estoy seguro que incluso se me bajó la presión. Claro que de inmediato, gracias a la radio y televisión, pudimos darnos cuenta perfectamente de la verdadera causa que provocó semejante alboroto.

Quinta parte. Primera evacuación (primera parte). (El botín de san Sebastián).

Algunas semanas más tarde, creo que sería a mediados de septiembre. Aprovechando el buen tiempo que hacía, mis padres decidieron el que ese día domingo nos fuéramos por la tarde de excursión a las faldas del monte Arrate. Nos detuvimos cerca del caserío Agarre, lugar que escogieron mis padres para merendar de las viandas que llevábamos (tortilla de patatas y peras en compota).

Desde ese lugar, se oían a mucha distancia explosiones, suponíamos que de artillería. Pues ya rebasado Irun luego de cruentas batallas, y con muchas bajas, los rebeldes se habían dirigido hacia San Sebastián.

A causa de la inminencia de la caída de la capital guipuzcoana en poder de las fuerzas rebeldes se produjo una muy desordenada desbandada, en la que todos querían salir de la capital al mismo tiempo y a como diera lugar. No había ferrocarriles y las carreteras enseguida se abarrotaron con coches y gente en huida, y como a la ocasión dicen que la pintan calva, como por arte de magia aparecieron cantidad de delincuentes y maleantes, ya que aprovechando el desorden, se les hizo muy fácil saquear todo lo abandonado, joyerías y casas particulares, cargando con todo lo que podían. Ante esa situación, las autoridades en retirada, informaron a las autoridades de Eibar, sobre la situación de anarquía que se había presentado, por lo que en Eibar se dispuso el que con las fuerzas de orden publico, y mediante barricadas colocadas en el cruce de Malzaga se obstaculizara y controlara el paso de coches y gentes.

Este lugar como es sabido, es cruce de las carreteras que comunican las tres provincias, Guipúzcoa, Álava y Vizcaya.

Por lo que todos los coches que en retirada o huida llegaban a Malzaga eran detenidos y verificadas todas sus pertenencias y contenido. Los objetos cuya pertenencia no podían justificar, o no correspondían al tipo o calidad de la gente que los tenían eran de inmediato retenidos, tanto las personas como lo que llevaban, personas y vehículos y remitidas a las autoridades correspondientes.

Todo lo anterior sucedía días antes de nuestra relatada excursión. Para ese día de la excursión, las cosas en el retén de Malzaga ya parecían estar más calmadas, San Sebastián ya había sido ocupada por las tropas rebeldes, por lo que los saqueadores ya eran menos.

De toda esta situación surgieron diversas leyendas o mitos.

Una de ellas se refiere a que habiendo detectado las autoridades salientes de San Sebastián la salida de un coche totalmente cargado con gran cantidad de oro y joyas provenientes de saqueos a joyerías e instituciones bancarias, una mañana muy temprano avisaron al retén de Malzaga reportando la situación, incluso dieron información sobre el número de la matricula y marca y tipo de coche, así como el número y la media filiación de las personas que ocupaban el coche.

En Malzaga de acuerdo a la importancia del aviso reforzaron la guardia e incluso aumentaron el número de obstáculos y quedaron en espera del coche de marras. Afirman que pasó todo el día y ya de noche por fin detuvieron el coche a su paso por el retén. Que lo registraron en forma por demás minuciosa, pero que no llevaban nada, sólo sus propios equipajes. Por lo que no les quedó más remedio que permitirle el paso libre.

Sexta parte. Mito sobre un tesoro escondido. Y lo que sigue. se trata de algo, que más bien parece una leyenda.

A partir de entonces, es leyenda y sigue en México. En las tertulias de los eibarreses que vivíamos aquí, había algunos que vivieron aquellos primeros momentos de la guerra. Más de una vez salió el tema del tesoro de San Sebastián, y no recuerdo quién (Antonio Iriondo, Rafael Ruiz Muruamendiaratz, Manolo Arrizabalaga “Pakiña”, o quién) pero alguien dio detalles de lo sucedido esa mañana, gracias a las personas que estaban vigilando la carretera de San Sebastián a Malzaga.

Se afirma que esa mañana, observadores situados estratégicamente a lo largo de la carretera que proveniente de San Sebastián conducía a Malzaga, pudieron observar, que un coche, de las características anunciadas, notándose que iba muy cargado, y cuando se iban acercando al retén de Malzaga, les salió al paso un motorista, que se supuso era un cómplice, quien había ido a la vanguardia, con la supuesta misión de avisar sobre cualquier contingencia que observara, y que ésta persona les avisó sobre el reforzamiento de la guardia en el retén y sobre el aumento en rigurosidad en el procedimiento de registro, y que también, se supone, que pudo avisarles sobre la razón de ese incremento en el registro a los coches y a las personas.

Que de inmediato el coche se dio vuelta, alejándose a toda velocidad de Malzaga, con rumbo de regreso al camino que habían traído, y que más adelante se salieron de carretera, tomando por un camino, en ese entonces de tercería, y que por una ruta corta, comunicaba las afueras de Mendaro con Motrico. Y como los supuestos observadores no tenían previsto este cambio de planes, no previeron la necesidad de poner observadores por aquella opción de camino, por lo que no pudieron saber de hasta adónde se habían dirigido.

Y que bastantes horas más tarde, regresó el coche a la carretera pudiéndose observar que venía muy sucio de tierra y ligero en carga. Y que pudo pasar sin ninguna dificultad el retén en Malzaga.

Lo que sigue en primer lugar se basa en el supuesto de que se trataba de gente que conocía perfectamente el lugar, y que esta decisión de regresarse, fue vista más como un plan ya elaborado con anterioridad y nada improvisado, con la clara intención de no perder el botín, producto de sus saqueos.

Se mantiene como cierto el supuesto de que este coche se detuvo en algún lugar oculto y que el contenido del coche lo ocultaron o enterraron en alguna cueva de por el rumbo. El problema es que no se sabe dónde. La zona es extensa y rocosa y muy agreste, se trata del macizo montañoso del Arno. Con la supuesta intención de estas gentes, de que ya pasado algún tiempo pudieran regresarse y recuperar el botín, sin peligro alguno.

Sobre los posibles lugares donde pudo ocultarse en ese tiempo se manejaban todo un abanico sobre posibilidades.

Incluso existe alguna hipótesis en la que se supone que el tesoro pudo haber sido ocultado en alguna cueva situada en la orilla del mar, o en el fondo del mar en alguna caleta o rada y así por el estilo. Todos ellas teorías cada una más disparatada que la anterior.

Tengo entendido, en que hubo un tiempo en que fue muy popular esta supuesta historia y que se afirmaba que en grupo o en solitario hubo gentes de todos los niveles, tanto económicos como políticos, que en distintas épocas, pero disponiendo de sofisticados equipos de detección de metales enterrados, dedicaron mucho tiempo y dinero en buscar el botín de San Sebastián.

Lo que no se sabe es si alguien consiguió localizar el botín, o si los que lo ocultaron pudieron recuperarlo.

Mientras tanto la mente seguirá trabajando.

Toda esta parte, sobre el mentado tesoro, lo armé en parte con lo que yo sabía, pero otra gran parte, la mayor, la recogí aquí en México entre gente de Eibar, que por ese entonces trabajaban aquí en México.

(Fin de la 3º parte)

Séptima parte. Primera evacuación (segunda parte). (En el caserío Areta).

Así que cuando ese día, ya al atardecer, nos disponíamos a regresar a Eibar, observamos a gran distancia que en la carretera que de Elgoibar iba a Eibar, una partida de caballos o mulas con algunos jinetes y un grupo que, a la distancia que los veíamos, parecían ser soldados. Se dirigían a paso muy tranquilo y calmado, rumbo a nuestro pueblo. El hecho nos llamó la atención, aunque no nos sentimos inquietos en lo más absoluto.

Cuando llegamos a Eibar ya era noche y notamos que no había gente en la calle. Lo que más recuerdo de ese momento era que los ladridos de los perros hacían eco, cerca de nuestra casa nos alcanzó llorando una muchacha, de nombre Crescencia, que trabajaba en el taller de mi padre, entre moqueadas y sollozos, nos dijo que habían sido vistas tropas de avanzada, de soldados rebeldes, por la carretera en camino a Eibar. Y que parecían ser moros. El terror que esta palabra, de moros, causaba en la población era indescriptible... A estas gentes pertenecientes a las tropas de regulares traídas de África, se les achacaban las mayores atrocidades, desde muertes por corte de cabezas, muertes de niños, y hasta violaciones, por lo que en esa primera evacuación, una gran parte de la gente de Eibar había huido lo más lejos posible, unos a pie y otros en coche, en camiones, autobuses y en tren, dejando abandonadas sus casas y pertenencias, pero sobre cómo y a dónde pudieron irse tanta gente y en tan poco tiempo, apenas en cuatro horas, como niño que era yo no lo entendí entonces y el caso es que ni siquiera hoy puedo entender de cómo todo un pueblo puede quedarse vacío en tan poco tiempo. Los últimos en salir del pueblo creo que fuimos nosotros.

En ese momento nos quedamos todos, incluídos nosotros, los niños, mudos del miedo y seguro que de terror. Y como habíamos visto lo que supuestamente nos parecieron tropas, pues no dudamos lo más mínimo sobre la veracidad de la noticia. Encontrando hasta justificada la estampida de la gente.

En medio de ese dilema sobre lo que era más conveniente hacer, vino a nuestra casa un amigo de mi padre de apellido Telleria, pero más conocido como “Mertxete”, en mención al caserío de donde provenía su familia.

Éste proponía el que de inmediato, cargando con lo que pudiéramos nos dirigiéramos junto con ellos al caserío también llamado Mertxete, ya que eran parientes de los actuales propietarios, distante de casa unos 30 a 45 minutos.

Mis padres no lo dudaron más, y cada quién agarró con lo que pudo, sobre todo cobijas y ropa, a mí me responsabilizaron con la importante misión de cargar con una bacalada seca. No se qué utilidad se le supuso. Y así, ya muy de noche, serían casi las doce de la noche, en fila india y en silencio tomamos por Txonta el camino hacia el caserío mencionado. Éste estaba muy cerca, era muy noche y estaba muy obscuro, no veíamos nada, por lo que creo que entre resbalones y caídas, nos llevaría entre cuarenta y cinco y sesenta minutos para llegar.

Llegados al caserío Mertxete, resultó que casi todos nos conocíamos, uno de los hijos de los caseros era compañero mío en la escuela, por lo que no hubo la más mínima objeción para que pasáramos la noche en el pajar. Incluso nos prepararon algo de cenar, y ya más tranquilos nos acostamos a dormir. Pidiendo que las supuestas tropas de moros rebeldes no nos encontraran.

A la mañana siguiente se presentó en el caserío un vecino que vivía en otro caserío más arriba de donde estábamos, el caserío del Sr. que llegó se llamaba Areta y su nombre era Marcelino Echeberria, homónimo de mi tío Marcelino, hermano de mi madre.

Este Sr. nos proponía a que pasáramos a su caserío, donde disponía de varias habitaciones desocupadas y que podíamos refugiarnos entre ellos por todo el tiempo que fuera necesario. Podríamos comer con ellos, mi padre quiso convenir en un costo por el hospedaje, pero el Sr. Marcelino se negó a tratar aquello por el momento, insistiendo en que no nos preocupáramos.

Este caserío Areta estaba situado a media ladera de mucha pendiente de una montaña, que se conocía como San Salvador, supongo que ese nombre le venia porque en su cima había una capilla dedicada a la devoción del "divino San Salvador".

Pero no obstante, aun cuando se aceptó en principio el ofrecimiento en su justo valor, sin embargo mis padres insistieron en la conveniencia de establecer alguna forma de pago. No supe por fin en qué quedaron, solo sé que en un ambiente pleno de armonía y amabilidad allí nos quedamos, creo que por más de cuatro meses.

Con esta situación, tuvimos que acostumbrarnos a otro tipo de vida. Y sin que nadie nos hubiera ni sugerido ni obligado, nosotros por decisión propia, decidimos ayudarles con lo que pudiéramos en los quehaceres del caserío. Nosotros, los chavales aprendimos a cortar y apilar la hierba, a cortar el helecho, a preparar las camas al ganado, conducir al ganado a sus pastos, recogerlos al atardecer, ordeñarlos de madrugada, recoger asimismo a los burros sueltos en sus pastaderos, etc. etc.. también aprendimos a ayudar a arar con los bueyes y también a layar, en cuanto a mi madre los ayudaba, en muchos casos preparando alguna comida especial, ya que mi madre cocinaba muy bien, y en otros casos, reparando ropa, tejiendo guantes, bufandas y calcetines de lana y algún que otro jersey y haciendo para las niñas, que eran cuatro, algunos vestidos, esto también lo hacía muy bien, sabía coser como sastre y modista etc. etc.

Al respecto de la alarma que causó lo que luego se conoció como la primera evacuación. Fue infundada, no eran tropas enemigas, sino una partida de milicianos conduciendo unas acémilas, que regresaban de entregar provisiones a un destacamento de vigilancia en el alto de una montaña.

Los amigos de mi padre se quedaron en el primer caserío, en Mertxete, entre sus parientes.

Se me pasaba decir, que la familia de Areta estaba compuesta por Marcelino, y su esposa Eusebia tenían un hijo Andrés de mi misma edad, quien también era compañero mío en la escuela, también tenían cuatro hijas, Maria Eugenia, la más chica, de la edad de Luis, Guadalupe, de mi edad, Victoria, algo más grande y María la mayor, de la edad de Antonio. También vivía en el caserío, recogido, un sobrino de ellos, nacido en Bilbao, y de nombre Luis. Este estaba como “morroi”, acogido, criado, empleado o sirviente.

Como véis, menuda cuadrilla que nos juntábamos, y creo que nos adaptamos rápidamente a las circunstancias. Aun cuando no faltaban las desavenencias y las peloteras entre la gente menuda.

Algunos días más tarde, después de refugiarnos en Areta, y antes de que Eibar quedara casi rodeada por la guerra, regresamos a la carrera a la casa de Eibar a recoger algunas ropas, sábanas, toallas y algunos enseres que nos serían muy necesarios.

De todas formas sí estuvo en alguna forma justificada la evacuación del pueblo. Pues apenas unas semanas más tarde, los rebeldes en un largo avance llegaron hasta la cima de Arrate, formando la línea del frente de Arrate - Akondia - Kalamua pasando a la cima de Karakate a Illordo al pico de Intxorta en Elgueta, quedando ocupados los pueblos de Elgoibar, Placencia, Marquina, Otxandiano, etc. quedando Eibar casi rodeada por el frente. Con una angosta salida por carretera y por tren a Vizcaya.

El caserío Areta donde estábamos estaba muy cerca del frente, abajo de San Salvador y del caserío Abeletxe, por lo que estábamos a cubierto de los proyectiles que caían del frente que estaba en el monte Illordo.

Pero esta situación que en principio causó bastante alarma, en muy poco tiempo se estabilizó, y regresó una especie de normalidad en período de guerra.

Y ya que todo pareció normalizarse, mi padre impaciente de estar inmóvil en Areta decidió regresarse el sólo a Eibar y ver si podía trabajar en su negocio. Pues ya íbamos sabiendo que nuevamente iba repoblándose Eibar, en parte con gente del pueblo que se regresaba y sobre todo con el gran numero de milicianos perteneciente a las tropas leales a la República que por causa del frente alrededor de Eibar continuamente llegaban con sus armas y pertrechos. Quedando Eibar como centro de operaciones.

Con tanta gente de paso, éstos gustaban de comprar regalos para sus familias, así como recuerdos, medallas y pulseras de identificación, los cuales mi padre los fabricaba en damasquinado con el oro y la plata que aun le quedaba. Así que dentro de la inseguridad de la época en guerra, no faltaba trabajo a mi padre.

Mi padre bajaba diariamente a Eibar y se llevaba su comida, al principio se regresaba a Areta por la noche a dormir, más adelante decidió quedarse toda la semana en Eibar y subía los sábados, quedándose hasta el lunes.

Ya que mi padre para eso de cocinar era negado, el asunto de la comida, se resolvió, aprovechando el que las dos muchachas mayores del caserío, Maria y Victoria, bajaban todos los días a Eibar para la entrega de leche a domicilio, con ellas, mi madre enviaba a mi padre su comida y cena.

Respecto a la vida diaria en el caserío era muy curioso escucharles conversar a mi madre con Eusebia. Mi madre no hablaba el euzkera, y Eusebia no hablaba el castellano. El caso milagroso es que a pesar de estas limitantes, ambas mujeres se hicieron muy amigas y se entendían a las mil maravillas. El oírles era como para morirse de risa.

En el caserío no había demasiadas comodidades, pero como digo nos adaptamos. Aceptamos las cosas como estaban. No había agua corriente. Nos servíamos de un riachuelito que bajaba por la montaña, y debidamente canalizado por canaletas de madera, era conducida a una especie de cisterna descubierta, de unos dos por dos metros y un metro de profundidad. Esta cisterna a la que conocíamos como “azkia” estaba construida con grandes losas de pizarra y descansaba sobre el suelo, adosada a la pared de la entrada al caserío. A un lado de esta “azka” estaba la caseta para el perro, éste era de raza indefinida, y se le tenía permanentemente amarrado. Al decir de los de la casa, este perro era muy feroz. La verdad es que yo nunca lo creí. Era el encargado de anunciar con sus ladridos, a las pocas visitas que llegaban hasta allí.

Tampoco había cuarto de baño ni ducha y menos, retrete. Existía un cuarto con una especie de banco de madera con un agujero en medio, el cual se cubría con una tapa también de madera. El agujero mencionado coincidía con una especie de habitáculo en la parte inferior y servía para recoger las heces, este lugar de tiempo en tiempo se vaciaba dejando que lo extraído se secara hasta convertirse en polvo el cual se usaba como abono.

En otras ocasiones se iba directamente a la cuadra y allí se hacían las necesidades corpóreas. Había veces que las gallinas muy curiosas acompañaban al paciente al mismo tiempo que escarbaban en busca de alimento, mal digerido.

Del chorrito de agua que caía al “azka” bebíamos y nos lavábamos todos, a veces en competencia con el ganado que bebía del mismo lugar que nosotros, con deciros que nos hicimos muy amigos de las vacas y bueyes. Las llamábamos por su nombre de cada quien e incluso les dábamos ordenes, y asómbrense, nos conocían y nos obedecían.

Lo terrible resultaba en invierno. Se helaba esta “azka” y amanecía con una gruesísima capa de hielo, el cual, antes de que amaneciera, lo teníamos que romper con la contra de una azada. Tanto para lavarnos, como para que bebiera el ganado.

Resultaba demoledor levantarse por la mañana, siendo aún de noche, y aún medio adormilados y enfrentarse al hielo. Al lavarnos con agua tan fría, se nos quedaba la cara roja como un tomate. Y eso sí, ya sin frío.

En este caserío, el fuego era bajo, con un hogar enormemente grande y con una chimenea enorme de donde colgaban cadenas y ganchos para colgar ollas de acero o cobre, el contra-fuego lo formaba una placa de hierro forjado como de un metro de ancho por un metro de alto, y esta placa de hierro con dibujos en relieve que denotaba su antigüedad, servía para proteger la pared del fondo del ataque directo del fuego.

No existía la cocina tal y como hoy lo conocemos. Como he dicho, el fuego era bajo y se alimentaba con troncos de árbol, de tan gran tamaño que solo entre dos podían moverse. Para cocinar se separaba de la hoguera cenizas y brasas, y encima de ellas se colocaba una parrilla, y sobre ella se cocinaba lo acostumbrado en estos casos, alubias con tocino, o sopas de ajo, habas, patatas, etc. etc. y fritangas de gruesas lonjas de tocino, etc. etc. Cuando había cordero o algún cerdo chico podía asarse de una sola vez, como en la Edad Media, con una barra de hierro atravesándola y haciéndolo girar.

También había un soporte colgante que permitía colocar un cilindro de lamina de hierro con agujeros con una tapa que se abría y servía para introducir castañas para asarlas. El asar y comer castañas era toda una tradición y se hacía en invierno (su efecto inmediato era que contribuía a calentar la cama).

A un lado de la chimenea estaba el horno para cocer pan. Y no era de adorno, se calentaba el horno, quemando dentro de él mucha madera, cuando el horno estaba muy caliente, se sacaba toda la brasa del interior del horno dejándolo todo bien limpio de fuego y brasas, y ya quedaba dispuesto para cocer el pan.

Se hacía pan una vez cada dos semanas. Una vez horneado, se guardaba entre cobijas en una caja de madera con adornos. También muy antigua.

Guardándolo de ésta forma el pan conservaba fresco su aroma y se mantenía blando y comestible por más de dos semanas.

Todo lo anterior, incluído carne de res y de cerdo, leche, huevos, gallinas, pan, frutas, quesos, cuajada (gatzatu) etc. etc., todo era de procedencia casera. Muy pocas cosas se compraban en el pueblo. No había lujos, ni en el vestir ni en el comer, todo era muy práctico y frugal, aunque muy substancioso. Toda la comida se hacía para varios días, se hacían guisados que duraban más de una semana, y se acababan a pura recalentada, agregándole agua, cada vez que se secaba.

La leche procedente de las ordeñas de casa, recién ordeñada era calentada en grandes peroles, para ello introducían en ellas, piedras redondas de río, calentadas en el fuego, hasta que la leche hervía. Quedaban las piedras en la leche hasta que éstas se enfriaban, una vez sacadas y se dejaban cerca del fuego donde pudieran mantenerse calientes hasta la próxima ocasión, de esta forma la leche adquiría un sabor estupendo como de leche quemada.

Y en cuanto al café, tostado y medio molido en un mortero, se ponía en un gran cacharro con agua, sobre la parrilla y luego de calentarse hasta que hirviera, se le introducía un tizón ardiendo para que le diera también su saborcito de camarote quemado.

Al arroz con leche no se le ponía azúcar, se le agregaba un puñado o una pizca de sal, según la cantidad y lo mismo a la leche, ya caliente se le agregaba una pizca de sal. Debéis saber que estas costumbres adquiridas en Areta, las mantuvimos toda la vida en casa de mis padres. Siempre se tomó, y aun hoy en día se toma la leche con una pizca de sal.

Tanto en la cena como en el desayuno se acostumbraba tomar leche con talo. Este talo era una torta delgada de masa de maíz, el cual se calentaba en un disco de lámina de hierro y se comía en caliente sopeándola en leche fría o caliente agregándole más sal al gusto.

Esta torta hecha con harina de maíz amarillo, era muy parecida a la que aquí en México conocemos como tortilla, pero bastante más gruesa.

Otra variedad hecha con harina de maíz era el pan de borona o “artua”, se trataba de una especie de pan muy grueso hecho con masa de maíz, a la cual se le daba forma de pan, y sin levadura se horneaba, estaba hecha para que durara varias semanas. Cortando de ella con un cuchillo muy afilado rebanadas delgadas y sopeándola en leche caliente era alimento muy apreciado. También se le agregaba sal al gusto

Y por último existía el “morokil”, una especie de masa hecha con harina de maíz, el cual se cocía en una olla, siendo necesario darle continuamente vueltas con un cucharón de madera para que no se quemara o se pegara, quedando cocida cuando adquiría una consistencia bastante dura como de mantequilla, hacía falta mucha fuerza para darle vueltas. Y se tomaba retirando a cucharadas trozos de morokil e introduciéndolos en una escudilla con leche caliente agregándole sal también al gusto. Esto también se hacía para que durara varias semanas.

Una de las razones por lo que la comida se hacía para bastante tiempo era que no había tiempo para que las mujeres se entretuviesen en la cocina por razón de hacer la comida, desde muy temprano todas debían trabajar, unas en el campo y otras en la entrega de leche en Eibar.

La comida del día siguiente para comerla en el campo generalmente era preparada de víspera por la noche.

Todos, tanto mayores como pequeños, en un deseo de ayudar (o a txaleko) lo hacíamos en los quehaceres del campo o con las bestias. Este quehacer no acababa nunca. Cuando se estaba en el campo y llegaba la hora de comer, era la esposa de Marcelino la que se dirigía a la casa a preparar o darle un calentón a la comida. Media hora más tarde estaba de regreso y se paraba la faena en el campo para comer. Y se comía en el mismo campo. Esto para mí tenía un muy especial encanto.

Cuando se comía en casa y lo mismo en el campo, no se usaban platos ni vasos, se colocaba en medio de la mesa o del mantel una gran cazuela con la comida y cada quién con su cuchara se servía y comía, sin plato, ayudado por los talos. Y muy importante, convenía evitar las pláticas, pues se corría el peligro que quien mucho platicara se quedara sin comer, nadie ni esperaba ni avisaba.

Con el agua sucedía otro tanto, había un cacharro con agua y un cazo colgando del borde. Tomabas tu agua usando el cazo y después lo colgabas. El único cuidado era el de agitar un poco la superficie del agua no fuera a haber algún bichejo náufrago. Sólo se ponían vasos para el vino. Y éstos eran chicos. Como niños se nos permitía tomar un dedo de vino.

Cuando llegaron los fríos del invierno, comprobamos que tan fría era la casa. Aun cuando se pusieran grandes troncos en el fuego y se le atizara y se le soplara con un tubo, conocido como “canutua” para que salieran grandes llamas.

Aquella casa no se calentaba con nada. Era tal el frío que hacía que para mitigarlo en alguna forma, por las noches mientras se esperaba para cenar, nos sentábamos en sillas o bancos cerca del fuego, y se aprovechaba para que los mayores conversaran y nosotros los jovencitos escucháramos, allí alrededor del fuego, más o menos la íbamos pasando, aunque siempre a punto de quemarnos, pero en cuanto llamaban a cenar, y nos retirábamos del fuego, apenas a un metro de distancia, para sentarnos alrededor de la mesa, se sentía un frío que nos hacía castañear los dientes, nos equilibrábamos más o menos con la cena, la diferencia de temperatura entre los dos lugares era increíblemente elevada.

En la mesa nos congelábamos, y ante el fuego nos quemábamos. Ésa era nuestra disyuntiva. Y aquí la cosa no acababa, todavía faltaba irnos a la cama. Y las camas estaban de puro heladas que parecían las sábanas mojadas. Nosotros nos acostábamos con los calcetines puestos y hasta con bufanda y con ladrillos calentados y envueltos en jerseys viejos, los cuales colocábamos dentro de las camas.

Para levantarnos de la cama en invierno, apenas amaneciendo había que pensarlo muchas veces. Todo estaba helado. El suelo, las ropas duras, y en la cocina la leche en vez de nata tenía hielo. Antes de desayunar a mí me tocaba ordeñar una vaca, me tenía que poner guantes, pues de no hacerlo y tratar de ordeñarlas con las manos frías, era provocarlas para que me dieran una patada y me lanzaran con todo y cacharro de la leche y taburete contra la pared.

El tomar algo de la leche recién ordeñada, espumosa y tibia, era para nosotros los chavales de pueblo (los otros eran de caserío) todo un privilegio. A mí me encantaba. Lo mismo que meter la mano en la boca de terneras mamonas. Se sentía el paladar, así como la lengua, ambas muy ásperas, lo que al chuparnos nos producía una sensación placentera acompañada de escalofríos.

Creo que hice una presentación de cómo y por qué llegamos al caserío Areta. Y también de cómo era nuestra vida en el caserío.

A las pocas semanas de llegar a Areta, hubo mucha actividad guerrera en los montes cercanos, hubo intensa actividad en disparos de fusil y de ametralladoras así como también se escuchaban muchas explosiones de obuses de artillería. Además simultáneamente a lo anterior, hubo bombardeos aéreos, pero como para estas fechas ya se habían habilitado varios refugios antiaéreos. Eso de que les llamaran refugios antiaéreos era una jalada, era como tratar de tapar el sol con un dedo. Eran túneles, algunos sobre el río, otros como los de Orbea eran pasos por debajo de las vías del tren, y en todos los casos se preparaban paredes con sacos terreros, colocados tanto a la entrada como a la salida de los túneles. En otros casos eran sótanos bajo casas supuestamente seguras de resistir.

La verdad es que se tuvo la suerte de que no cayeran bombas sobre los refugios o a sus entradas. De haber sucedido algo de esto hubiera sucedido toda una masacre y no hubiera sobrevivido nadie de los acogidos a los refugios. Pero mientras nada de lo anterior sucediera, la gente hallaba alivio y tranquilidad ocultándose en los refugios.

Como he dicho, pasaron varios días muy agitados. Seguidos de una aparente tranquilidad. Según nos dijeron que eso era debido a que el frente se había estabilizado. Y como dije más arriba, los rebeldes habían ocupado varias cimas de montañas alrededor de Eibar, así como la mayoría de los pueblos que lo rodeaban. Solo Ermua, Elgeta y Markina y la continuación para Bilbao quedaba libre sin ser ocupada por los rebeldes.

Durante esos días previos a la estabilización y aun después, por frente al caserío pasaban infinidad de milicianos leales, totalmente armados y pertrechados, incluídos morteros y artillería de montaña. Generalmente el paso por delante del caserío lo hacían por la noche. Y éstas fuerzas que pasaban por delante del caserío eran tropas que iban a reforzar y a relevar a las tropas que estaban en el frente del monte Illordo. Por otras rutas subirían para cubrir frentes en otros lugares.

Presenciando una noche el paso de un gran contingente de fuerzas leales a la República, descubrí a un amigo de mi hermano Antonio, hijo de "Pepe abogaua" abogado muy conocido en Eibar, de nombre Armando Azpiri, chato de cara ancha y paladar hendido daba la impresión de robustez de muy fuerte para su edad, ese día en que pasó por Areta en camino al frente apenas tenía cumplidos diez y seis años, éste Azpiri, meses más tarde falleció, no sé si durante un ataque o defensa en la Peña de Lemona.

Y ahora nos tocó acostumbrarnos a la presencia continua de fuerzas armadas en paso por el caserío unos de subida y otros de bajada. Así como el continuo escuchar de disparos de armas, unos de fusil con el clásico sonido de paaa...cunnn, otras eran ráfagas de ametralladoras, no faltaba el programa casi diario de disparos continuos de mortero y también de artillería, en rondas de a tres disparos y luego un descanso para cargar y corregir la puntería. Veíamos con frecuencia a los aviones que pasaban y repasaban lenta e impunemente por encima del pueblo, tirando a capricho las bombas que generalmente hacían mucho ruido pero pocos daños. Estos aviones se paseaban por el cielo de Eibar, como Pedro por su casa, ya que como no había oposición, ni en aviones ni en cañones antiaéreos. Pues el cañón de “Xipri” se descompuso y no lo pudieron reparar.

Después aprendimos a conocer su origen de los aviones por su ruido del motor. Unos eran trimotores italianos de marca Saboya, otros eran también italianos de marca Capronis, también llegaban aviones alemanes, trimotores Junker, y algunos más, pero todos cada cual más lentos y que producían un ruido de motor muy característico parecido a un interrumpido run...run...run, los aviones nos parecían tan familiares que incluso les pusimos nombres, uno era el abuelo, por lo viejo y renqueante, otro era el madrugador, pues siempre pasaba muy temprano a la mañana, otro era el correo por su puntualidad. A alguno supuestamente dedicado a observar, se le llamaba “mozolua” que era como decir el mochuelo por aquello de lo ojón o mirón. A otro lo identificábamos como la pava, por lo ceremonioso y lento, y así por el estilo. A pesar de los bombardeos nos referíamos a todos ellos como si fueran nuestros mejores amigos, claro que amigos molestos, pero eso sí, al fin y al cabo, amigos.

A Marcelino, el casero, junto con otros caseros los contrataron (también a txaleko) para que con sus carretas tiradas por bueyes y cargadas de suministros, comida, armas, combustibles, equipos, etc. etc. las llevaran y las descargaran en lugares del frente. Hacían dos o tres viajes al día y en más de una ocasión aviones enemigos los ametrallaron e incluso les tiraron alguna que otra bombita. Afortunadamente Marcelino jamás tuvo el menor percance. Alguno de sus compañeros padecieron grandes sustos y algunos daños por estos ataques.

Octava parte. En el caserío Areta. (sobre la fuga de unos prisioneros y con el “fusilamiento” de Marcelino)

Cierto día nos amanecimos con una gran algarada, oímos voces alteradas y disparos de arma ligera.

Salimos disparados de casa para indagar la causa del ruido, y justo en ese momento vimos que por delante del caserío y para abajo, pasaron dos personas jóvenes, como diría mi madre, corriendo como alma que lleva el diablo.

No se si dije, que el caserío estaba situado en medio de una ladera de muy grande pendiente.

Por lo que estas dos personas, que venían siendo perseguidas, venían de la cima de la montaña, corriendo ladera abajo, desapareciendo de inmediato de la vista. A los pocos segundos llegaron por el mismo camino, asimismo corriendo ladera abajo, varios milicianos armados con armas ligeras, a pregunta nuestra nos informaron, que los fugados eran dos prisioneros y que eran de un caserío cercano, que los tenían en custodia por intento de deserción, para ser entregados a las autoridades militares. Y que no sabían como, pero que se habían salido del encierro, suponían que alguien les había ayudado, pero que los habían sorprendido justo al momento de fugarse ladera abajo. Y que los venían persiguiendo.

Después supimos de cual era la versión real. Que estos dos fugados, ambos hermanos estando trabajando en Nabarra en una obra publica, cuando la rebelion franquista, se vieron orillados a ingresar en un tercio de requetés, por lo que en ese momento, eran combatientes por el lado rebelde, y como estaban atrincherados en una posición cercana al caserío de donde eran, se les hizo fácil pasarse al lado leal, para visitar a sus padres, y así lo hicieron en varias ocasiones, pero esta última vez con tan mala fortuna, que al regresar a sus filas, fueron sorprendidos y detenidos. Y como los aprehensores ignoraban todo lo anterior, los acusaron de deserción y de intento de pasarse al enemigo.

Un par de horas más tarde regresaron frustrados los milicianos, manifestando que se les habían escapado y que no los encontraron.

Como no pudieron detenerlos, los fugados que conocían a la perfección el terreno pudieron regresarse a sus filas con los rebeldes.

La diferencia entre ser detenido de un forma u otra estaba en que la deserción estaba penada por traidores con la pena de muerte por fusilamiento, y de ser detenidos perteneciendo a los enemigos, en este caso serían retenidos en la retaguardia ya fuera en la cárcel o en un campo de concentración.

Ese mismo día, al atardecer, se presentaron en el caserío un oficial y varios milicianos armados con fusiles, ordenando con voces altaneras, que de inmediato se les presentara el dueño del caserío, cuando se presentó Marcelino lo acusaron de ser la persona que había ayudado a los prisioneros a fugarse, de nada sirvió el que protestara y afirmara, en medio vasco y castellano, de que el nada tuvo que ver con la fuga, y es más, que nada sabía de la existencia de los prisioneros y que ni siquiera los conocía.

Pero pasados unos días tuvieron más información al respecto de los huidos y de quienes se trataban y resultó que sí los conocían y muy bien por cierto, tanto Marcelino como su esposa e hijas conocían a los huidos. Así como el caserío de donde eran, y también a los padres y más hermanos.

Pero las negativas de Marcelino aparentemente fueron interpretadas por el oficial como mentiras y supuestamente sospechaba el oficial de que Marcelino sí sabía más de lo que afirmaba. Por lo que la situación se agravó.

Por lo que el oficial, le dio un ultimátum, cinco minutos para que confesara, amenazándolo, que de no hacerlo, lo pasarían por las armas. El espectáculo que se organizó en ese momento, fue indescriptible, por un lado la esposa y las hijas llorando, gritando, repelándoles e insultándolos a gritos. Por otro lado, mi madre que también tomo partido en la protesta, agregó lo suyo. Así como nosotros, que no se nos ocurrió otra solución, sino soltar al perro y azuzarle para que los mordieran, además de apedrearlos.

Nos habían dicho tantas veces de que el perro era muy feroz, que acabamos creyéndolo. Pero resultó que en cuanto soltamos al perro, el muy “coyon” desapareció de la vista, y a nosotros nos amenazaron, que o dejábamos de tirar piedras o nos disparaban. Y ésto lo dijeron cortando cartucho, palabras mágicas. Y aquí se diluyó nuestra protesta.

Pasaron los cinco minutos, y como Marcelino no cambiaba su versión, ni nada nuevo pudo decir, por lo que los milicianos, a una orden del oficial, tomaron a Marcelino por los brazos, lo sujetaron con cuerdas a un árbol, anunciándole de que ya que no quería confesar, lo iban a fusilar, el pobre de Marcelino quien no podía tenerse de pie, y quedó allí todo pálido, colgado de las amarras y resignado a que pasara lo que fuera. Y lo más trágico para mi, fue que vi cómo involuntariamente se orinaba y defecaba en sus mismos pantalones.

A una nueva voz de mando del oficial, los milicianos, que eran seis, se pusieron en fila y firmes a unos diez metros de donde estaba Marcelino amarrado al árbol, y a una nueva orden apuntaron con sus pistolas a Marcelino, con el oficial a un lado con el brazo alzado dispuesto para dar la orden de fuego. Y cuando esperábamos oír la temida descarga. El oficial dio una nueva orden... inesperada, esta fue la de !descanso! !armas! y los milicianos descansaron sus armas... y todos se soltaron a reír a carcajadas. Festejando el susto que se llevo Marcelino.

Así acabo todo ... como en un sainete... pero trágico.

Y resultó que todo fue una broma, por cierto de muy mal gusto y muy cruel, pero broma al fin y al cabo. Y allí quedamos todos, en medio de las lágrimas y sollozos agradeciendo al cielo, de que sólo fue una broma.

Y todo para forzar a Marcelino a que confesara.

Por fin, convencidos de que Marcelino nada sabía, lo soltaron del árbol, quien cayó al suelo como un pelele y se fueron. Sin un, .............. ustedes perdonen.

Marcelino pasó varios días muy enfermo en cama a causa de la impresión y el susto. Siempre fue flaco y aun adelgazó mas.

En adelante se negó a hacer los viajes de transporte de suministros, pero como las órdenes provenientes de los militares, eran órdenes que habían que obedecerse sin excusa ni pretexto, trataron de obligarlo, y pese a las amenazas siguió en sus trece, negándose a hacer el servicio, así que para evitar mayores problemas, su hijo Andrés se propuso cumplir con esta tarea, Andrés, de mi misma edad, con diez años cumplidos. Hizo sólo un viaje, pues como era menor de edad, no lo permitieron.

Pudo conseguirse un sustituto, quien por un tiempo se encargó de esta tarea.

Novena parte. Seguimos en Areta. (Sobre nuestro viaje al molino).

Como resultaba que por causa de la guerra, algunos molinos quedaron en el lado rebelde y junto con los que estaban en nuestro lado, pero cerca del frente, la mayoría habían dejado de trabajar, era por lo que resultaba no sólo muy difícil sino incluso muy peligroso conseguir que algún molino moliera trigo o maíz y ésto causaba un desabasto de harina que empezaba a ser preocupante.

En el caserío apenas quedaba harina, ni de trigo ni de maíz. Así que llegó un día, precisamente la víspera de Navidad, el 23 de diciembre de 1936, en que Marcelino comentando lo que ya sabíamos, que sólo había harina para apenas una semana, pero que tenía conocimiento de un molino que aún trabajaba, pero que resultaba, que este molino, estaba cerca de Vergara, en un lugar entre dos cerros, y que en uno de ellos, estaban atrincheradas las fuerzas rebeldes, y en el otro cerro, las tropas leales a la República. Y la distancia que existía entre un cerro y el otro era de apenas unos trescientos metros aproximadamente, con un río que pasaba por el fondo de una cañada profunda y allí en medio y a caballo sobre el río, estaba el mencionado molino.

Decía Marcelino, que quien le había dado la noticia también le había indicado el camino que podía seguirse, un camino muy poco transitado por el que, con ciertas precauciones, podía evitarse cualquier contratiempo tanto con los de un lado como con los del otro.

En un principio se daba por asentado el que Marcelino en compañía de su hijo Andrés harían el viaje al molino.

Pero esa misma noche, en gran reunión, y después de mucho hablar, en que se estuvo sopesando las posibilidades de ir al molino, pero como nosotros los chavales nos sentíamos tan machitos, y nos permitieron hablar, de nosotros salió la propuesta de que seríamos nosotros y no Marcelino, los que iríamos al molino, pues no faltaba mas, claro que iríamos.

Y como medida prudente, nos ofrecimos con la salvedad de que deberíamos al menos intentar hacer el viaje al molino. Y que lo haríamos nosotros tres, Andrés, Luis (primo de Andrés) y yo, con la única advertencia de que saldríamos del caserío antes de que amaneciese.

Aclaro que también las muchachas se mostraron dispuestas, pero no se les aceptó su ofrecimiento, para esas cosas estábamos nosotros los hombres. Y como por otra parte, mis hermanos y mi madre, ese mismo día por la mañana habían bajado a Eibar para hacer algunas compras. Y que subirían al día siguiente junto con el padre. Así que gracias a esta circunstancia se evitó el que mi madre, armando una gran trifulca, se opusiera a mi aventura.

Al día siguiente, 24 de diciembre, nos levantamos a las cuatro de la mañana. Y con un medio desayuno rápido, compuesto por un pedazo de borona seca y un vaso de leche fría, nos dirigimos a la cuadra donde cargamos los burros con los sacos de maíz, dos en cada burro y nos pusimos inmediatamente en marcha. Serían como las cinco o cinco y media. La noche era muy obscura y hacía un frío que pelaba, y para remate había tal niebla que junto a la oscuridad que había, yo al menos no veía a más de dos metros, pero ante nuestra inquebrantable decisión, dada la importancia de la misión, nada de esto fueron obstáculos que nos arredraran.

Mis dos compañeros conocían muy bien la ruta a seguir, y en ningún momento hubo la menor vacilación sobre qué camino debíamos tomar. Para el viaje, a mí me destinaron que fuera en medio. Andrés abría la marcha, y Luis iba a la zaga. Durante todo el viaje, íbamos arreando los burros, que iban a su máxima carga, lo que a nosotros nos obligaba a caminar a un continuo y para mi, fatigosísimo trote burrero.

Tardamos como tres horas en llegar al molino, al final del camino, la última hora la tuvimos que hacer en absoluto silencio caminando por la orilla del río que alimentaba al molino, en medio de los dos bandos contendientes evitando hacer el más mínimo ruido. Hubo lugares, donde incluso oíamos voces de los combatientes, tanto a los de un lado como a los del otro.

Por fin llegamos al molino. Afortunadamente no había nadie en turno delante de nosotros. Ese día fuimos los únicos, estaba el molinero esperando a quien llegara, normalmente en esto de las moliendas funcionaba de forma que quien llevara grano para moler, para que no tuviera que esperar, el molinero de inmediato, de su reserva de harina le entregaba el equivalente en harina menos su comisión a la carga entregada, pero esta vez no tenía harina de reserva, por lo que no nos quedaba de otra sino esperar todo el tiempo que tardara en moler.

Como a las ocho y media o nueve de la mañana comenzó la molienda. Nos anunció que si no había problemas, por dificultades del molino, tardaría entre tres y cuatro horas, así que dejando amarrados los burros, nos fuimos a dormir al pajar. Vaya si dormimos, pero a eso de las once y media o doce nos despertaron tiros y bombazos, los oíamos muy cerca, que nos levantamos espantados temiendo sobre lo que ese momento pudiera estar pasando, el molinero nos advirtió que eran escaramuzas sin importancia, y que mientras duraran esas escaramuzas, nos ocultáramos debajo del molino, en un hueco detrás de la rueda de paletas, cerca del río. Y que él se seguiría moliendo, así lo hicimos y el lugar estaba tan húmedo y frío, que no parábamos de tiritar. Y como nosotros, al salir de Areta, habíamos supuesto la posibilidad de que nos regresáramos pronto, pues no llevábamos nada de comer. Y al frío se le agrego el hambre.

La escaramuza o batallita duró unas dos horas, y claro que hubo espacios de tiempo sin apenas disparos, y en otros se desquitaban. Pero nosotros, por si acaso, nos manteníamos bien ocultos, sin atrevernos a asomar ni las narices.

Del molinero no sabíamos nada, al molino lo sentíamos inmóvil, y no sabíamos si nuestra carga estaba molida o no.

Aproximadamente, a eso de las dos o tres de la tarde, cuando ya nos estábamos inquietando y ya casi decididos a salir de nuestro escondite en busca del molinero, éste apareció, quien nos entregó la carga, descontada su comisión en harina. Y sabiendo que nada de comer habíamos llevado, nos obsequió con medio queso, duro como una piedra, más media hogaza de pan, que aunque blanco, estaba también seco y durísimo, advirtiéndonos que aprovecháramos la tregua y que nos diéramos prisa en salir.

Cargamos los burros y por el mismo camino de la mañana caminando con cautela nos fuimos regresando para casa, en ese momento caía una llovizna fina o agua nieve, que calaba hasta los huesos, afortunadamente yo llevaba una trinchera de tela ahulada, que me protegió bastante bien. Al pasar por cierto lugar, también en esos momentos, lo mismo que por la mañana, oímos voces, por lo que no podíamos hablar ni sacar el menor ruido. Y para que los burros no nos delataran con sus rebuznos, los manteníamos acallados teniendo sujetos los hocicos con unas cuerdas amarradas como bozales y para que al caminar los burros no sonaran las herraduras, envolvimos las patas con trozos de sacos, teniéndolos bien amarrados.

Ya pasado lo peor y lo más peligroso del camino, y ya considerándonos libres de hablar y gritar, quitamos los bozales a los burros y los descalzamos, y arreándolos retomamos el camino. Pero esta vez corriendo y sin detenernos. Pudimos comer del queso y del pan, previamente mojándolo en el agua de riachuelos. Lo cual nos supo a gloria. Y ya pasado el nerviosismo, nos reíamos y cantábamos como tontos. Pero la cosa no acabo aquí.

Cuando creíamos estar lejos del peligro, de pronto oímos un fuerte sonido especie de fuerte chirrido seguido de una muy fuerte explosión, esta explosión fue a cierta altura y muy cerca, eran obuses de artillería del tipo rompedoras, como ya estábamos familiarizados y nos considerábamos expertos en la materia, tanto por los ruidos que precedían a las explosiones como al calibre del proyectil de artillería que correspondía al volumen del sonido, inmediatamente, dedujimos que el calibre de los proyectiles eran del quince y medio (y fue cierto) y que los obuses eran disparados desde Vergara y dirigido el tiro a Eibar, pero que habían quedado cortos, por lo que explotaban mucho antes de llegar a Eibar, y por mala suerte, explotaban los obuses casi encima de nosotros, las andanadas eran de tres en tres. Así que oíamos el primer chirrido previo a la explosión nos ocultábamos detrás de algún árbol o roca o nos lanzábamos al suelo y esperábamos los otros chirridos previos a los dos obuses. Y tan pronto los oíamos y explotaban, iniciábamos una desesperada carrera, hasta escuchar el sonido del nuevo proyectil en su paso por el aire y nuevamente a ocultarnos y a esperar los ruidos de los otros dos proyectiles, en cuanto ya explotaban, de inmediato a ponernos a correr y así una y otra vez, hasta que nos sentimos suficientemente alejados del peligro.

Llegamos a casa como a las siete de la tarde, ya era noche, pero eso si, a pesar de lo fatigados muy orgullosos y ufanos por la misión cumplida. Suponíamos que todos nos estarían esperando y que nos harían un gran recibimiento, pero resultó que no había nadie en casa, más tarde fueron primero las chicas y bastante más tarde Marcelino y Eusebia, yo ni los vi. A pesar de nuestra hazaña, todo fue normal como otro día cualquiera, por lo que ni nos pelaron ni nos hicieron el menor caso, ni tampoco sentimos la más mínima muestra de regocijo por nuestra llegada, ni siquiera una miserable felicitación.

Afortunadamente para mí, mis padres y hermanos todavía no habían regresado al caserío Areta.

Lo peor de todo fue que al llegar al caserío, debido al hambre, al esfuerzo de tanto caminar y correr y a la tensión por los peligros pasados, llegábamos con nuestras fuerzas al limite de su resistencia. Pero de acuerdo a la obligación de primero atender a las bestias antes de nada, tuvimos que descargar a los burros de su carga, y como no había nadie en casa no recibimos ninguna ayuda, como no fuera entre nosotros mismos. A los burros les dimos de beber y comer y secándoles el sudor, los metimos a su cuadra para que descansaran. Sólo entonces, pudimos dedicarnos a nuestro propio cuidado, e irnos a la cocina a buscar nuestra comida, pero el caso fue que no encontramos nada preparado ni a nadie para atendernos, así que no nos quedó de otra que abalanzarnos sobre lo que hubiera, y lo único que pudimos conseguir fue una olla con alubias rojas, secas y frías. Pero teníamos tal hambre, que ni tiempo nos dimos para calentarlas. Las comimos como estaban de frías y secas y nos acabamos con todo lo que había.

Nada más terminar de comer, me sentí muy enfermo y vomité todo lo que había comido, por lo que sintiéndome muy mal, me acosté y me dormí de inmediato.

A eso de la media noche me desperté debido al ruido, voces y carcajadas que se oían en la cocina y sintiéndome ya mejor, me levanté, pero con más hambre que por la tarde. La causa de tanto ruido, era que estaban en plena celebración de Nochebuena. Teniendo a mis dos compañeros de aventuras como centro de todas las conversaciones, contando en detalle, y con más de una exageración, los pormenores del viaje. Cuando llegué, incluso me aplaudieron, e intervine por derecho propio en la conversación, poniendo yo también mi propia cosecha de exageraciones respecto a nuestra aventura.

Esta vez, primero Marcelino y después los demás, me recibieron muy bien y me felicitaron por el resultado de nuestro viaje al molino. Y allí, también estaban mis padres y hermanos todos ellos con la boca abierta, incrédulos y espantados de lo todo lo que escuchaban, sobre nuestro viaje al molino. Quien no se encontraba nada divertida, era mi madre, tenía una cara tan entre funesta y fúnebre que auguraba grandes desastres. Pero cuando escuchó de boca de mis compañeros por las que habíamos pasado, allí ardió Troya y más cuando me vio llegar a la mesa, pues me estaba esperando, para decirme, según ella, cuatro verdades, solo cuatro, y ni una más, pero la que armó. Y no nada más fueron cuatro las verdades de mi madre. Fueron más de cuatrocientas. Y no todas fueron verdades.

Al llegar ella al caserío y a su pregunta de dónde estaba yo, conociendo las reacciones de mi madre en lo que a nosotros sus hijos se refería, solo le dijeron que habíamos ido a un molino que estaba por allá cerca y que hacía poco tiempo habíamos regresado y que yo quise descansar antes de cenar pues estaba muy cansado, pero sin decirle ni media palabra, sobre que tan lejos estaba el jodido molino y que tan arriesgado había sido el viaje, ni que tal me fue con mi comida retrasada.

Afortunadamente, viéndome que estaba bien, y sin dejar de rezongar, todo se le pasó y acabamos la noche en plena alegría y jolgorio.

Aunque llegué a la mesa después de la cena, esta vez sí me lo habían guardado, todo estaba caliente y a punto, por cierto que todo me supo a gloria, así que habiendo cenado a gusto y abundantemente, incluido, talos y morokil (gracias a nuestro viaje) además de postres y natillas (contribución de mi madre) y castañas asadas, y alguna que otra copita de anís, luego me uní al grupo de los que estaban jugando a la brisca y nos quedamos jugando hasta la mañana siguiente. Gané siete pesetas.

(Aquí termina nuestra aventura del molino)

Pasó Navidad y Nochevieja y comenzamos con un nuevo año. Todo siguió igual que el año anterior, trabajando en las faenas del caserío y aguantando el frío. Durante casi todas la semanas por la noche, para evitar ataques de aviones, pasaban por delante del caserío batallones de milicianos, unas veces para arriba y otras para abajo, que en unos casos iban a reforzar o relevar a los soldados en la línea de fuego. En otras ocasiones eran caravanas de soldados que se iban al pueblo a su periodo de descanso. Tampoco faltaban interminables recuas de mulas cargando artillería de montaña y ametralladoras pesadas, armas y municiones, intendencia etc. etc. Los carros de bueyes con suministros eran pan de cada día, siendo ésta la única ruta al frente. Al día, por la madrugada, pasaban unos diez o más carros tirados por bueyes.

En cuanto a Marcelino, aún muy dolido por la mentada bromita, se mantuvo firme en su negativa de no hacer el transporte de suministros. Y por fin acabaron aceptándole en su negativa.

Las andanadas de artillería era cosa cotidiana, así como las paseadas de los aviones que algunas veces bombardeaban, pero con menos virulencia. Donde más bombardeaban era en los frentes. Y desde Areta estas incursiones, podían observarse estupendamente

El protagonismo de un perro ratonero.

Mientras estábamos en Areta, cada vez que llegaban los aviones a Eibar para bombardear, con frecuencia se repetía una situación, bastante graciosa.

Y todo era debido, a un perro pequeño, de raza conocida como ratonera y que tenía mi padre, primero lo tuvo en su taller y cuando nos fuimos a Areta nos lo llevamos con nosotros, y cuando mi padre se regresó a Eibar, nuevamente se lo llevó con él, primero lo tenía en su taller y debido a que las bombas caían cerca de su taller, se pasó a trabajar en casa y se llevó el perro a casa, y mi padre empezó a observar que el perro, sin más aviso, empezaba a ponerse nervioso y a gemir. Suponiendo que lo que quería era salir a la calle para hacer sus necesidades, le abría la puerta para que saliera y en cuanto veía la puerta abierta el perro salía disparado y desaparecía como por encanto. Una hora más tarde se regresaba contento y moviendo la cola.

Después de que en varias ocasiones el perro hizo lo mismo, mi padre acabo dándose cuenta, que su salida del perro, tenía algo que ver con los bombardeos, pues al poco tiempo de que salía el perro, llegaban los aviones a bombardear.

Estas observaciones de mi padre coincidieron, con las que nosotros por nuestra parte en Areta también veníamos observando que sucedían con la actitud del perro. Desde que mi padre se fue a Eibar, nos dábamos cuenta el que antes de que llegaran los aviones a bombardear a Eibar, primero llegaba el perro a Areta, y después llegaban los aviones.

Este perro por lo que veíamos poseía un muy especial instinto que le avisaba con mucha antelación de cuando se acercaban los aviones rumbo a Eibar. Entonces era cuando en casa comenzaba a gemir y a querer salir. Y en cuanto mi padre le abría la puerta, se iba corriendo como flecha, y asómbrense, se iba directo a Areta, y ya en Areta se metía en lo más hondo de la cuadra y allí quedaba temblando y gimiendo. Y era después de que llegaba, cuando aparecían los aviones por el cielo de Eibar, esta llegada del perro a Areta siempre sucedía antes de que se avistaran los aviones.

Por lo que tanto para mi padre en Eibar como para nosotros en Areta se nos convirtió en una especie de lo que posteriormente se conoció como radar.

¿Sabíais que con las gallinas y con el ganado en general, pasaba casi otro tanto que con el perro? Como preludio a la llegada de los aviones, las gallinas se volvían locas, entre cacareos y carreras acababan metiéndose también en la cuadra. El ganado en general, las vacas, bueyes y burros se mostraban visiblemente inquietos, y si estaban comiendo dejaban de comer, y si estaba en el campo arando o sujetos a un carro se ponían rebeldes haciendo difícil cualquier tarea.

A fines de marzo, con la primavera, nos regresamos a nuestra casa en Eibar. Fue todo un alivio.

A partir de entonces, y hasta la actualidad, por más de sesenta años, tres generaciones de los de Areta, diariamente han proveído de leche a la casa.

Era Eibar en esa época un hervidero de gente vestida de milicianos. Era el centro de destino para los que iban a los frentes de Arrate, Kalamua, Akondia, Karakate, Elgueta, Illordo etc. etc. y los que regresaban en descanso y permiso, al pasar y quedarse en Eibar, aumentaban en numero la población flotante.

Y ya para ese momento la comida escaseaba, hacía tiempo que se había establecido el sistema de racionamientos, controlado mediante cartillas y cupones. Todo lo que fuera necesario para la vida cotidiana escaseaba, o de plano había desparecido. Junto con la escasez asomó su hocico el mercado negro, con dinero podía conseguirse casi todo.

Nosotros nos defendimos bastante bien, gracias a que mi padre trabajaba y por nuestra relación con los de Areta, conseguíamos lo más indispensable de su huerta, leche, huevos, quesos, algunas veces embutidos, etc.

Desde que nos fuimos a Areta, entre Marcelino el de Areta y mi padre se estableció una relación en que ambos se compensaban la mar de bien. Y funcionaba estupendamente. Marcelino nos conseguía en el mercado negro rural, por ejemplo, uno o dos cerdos chicos para engorda, como el precio resultaba bastante elevado, mi padre era quien los compraba y Marcelino se encargaba de engordarlos, cuando estaban en su momento para ser sacrificados, Marcelino se encargaba de ello, así como de preparar toda la carne, ya fuera en adobo, en tocino, en manteca, en jamón, en cecina en chorizos y morcillas, etc. etc... Mi padre se quedaba con la mitad de todo el producto y Marcelino con la otra mitad. Y lo mismo se hizo con ganado vacuno y con corderos.

Después, parte de estas carnes de cerdo o de res se cambiaban por otros artículos necesarios, por ejemplo por harina, leguminosas, aceite azúcar, patatas, frutas secas, etc. etc.

Y así nos fuimos defendiendo

Al respecto de esa época decía mi padre que por ese tiempo habían desaparecido todas las panzas, ya no se veía ninguna persona gorda. Que todos se veían esbeltos y ágiles, asimismo también habían desaparecido las enfermedades gastrointestinales. Con tanta carrera a los refugios, nadie padecía de reumas, ni de artritis, no había tiempo para estos achaques. Pero en cambio la tuberculosis adquirió carácter endémico. Esta enfermedad continuó creciendo aún después de terminada la guerra. Y se llevó por delante a muchas personas, no respetando sexos ni a jóvenes ni a mayores.

Por otra parte, volviendo al Eibar de ese entonces. La mayor parte de las familias que salieron cuando la primera evacuación habían regresado. Por lo que en cierta medida, el ritmo de vida parecía normal. Casi todos los días, al atardecer llegaban los obuses de artillería, en andanadas de a tres. Y pausa, tres y pausa y así por horas. Y tampoco faltaban los aviones, que a veces bombardeaban el pueblo.

Como el pueblo quedaba alineado con Arrate eran continuos los disparos de fusil y de ametralladora que llegaban al pueblo, creo que los que disparaban lo hacían como si fuera una especie de tiro al blanco, para ver si daban a alguien.

Pero como la distancia de Arrate al pueblo era grande, eran muy pocos los efectos que las balas causaban. Lo que resultaba peculiar era oír el continuo silbido de las balas en su paso por delante de la ventana donde trabajaba mi padre. Y llego un momento que se dejó de prestar atención.

Ya al anochecer se organizaba un paseo general en la Calle de la Estación. Este lugar se convirtió en lugar ideal para ligar. Media calle se iba en un sentido cruzándose con los que por la otra mitad se paseaban en sentido contrario, así todos se veían frente a frente. En llegando a los extremos del paseo se seguía caminando en semicírculo y se tomaba el otro sentido contrario al que tenía antes.

Todos los días ponían no sé si dos o tres sesiones de películas en el cine Cruzeta en la calle de la Estación.

Al respecto de ésto del cine, me contaban unos parientes de Larrión y que por ese entonces pertenecían a las fuerzas requetés y estaban en el frente de Arrate por el lado de los otros que una o dos veces por semana cruzaban impunemente el frente y se llegaban a Eibar para ver películas en el cine. Incluso uno de ellos se consiguió novia en Eibar.

Así funcionaba la guerra de trincheras por ese entonces. Lo mismo que una rutina cómica de Gila.

En las que a veces, nostálgicos y aburridos por la monótona e incómoda vida en las trincheras a voces se comunicaban de un lado con el otro y convenían ambas partes en celebrar una tregua, en las que del lado de la República aportaban lo que más disponían y los otros carecían, por ejemplo tabaco, café y botes de leche condensada y los del otro lado, de los nabarros, embutidos pan y vino. Se juntaban en la tierra de nadie, y se pasaban una o dos horas en plena armonía y camaradería olvidando la guerra y el odio que supuestamente los tenía que separar.

En esas treguas incluso se intercambiaban correspondencia y fotografías. Que luego de franquearlas se enviaban por correo dirigidas a familiares en el otro lado.

En esta reuniones nunca faltaba una guitarra o acordeón y el que alguno o algunos en grupo cantaran o jotas, o canciones nostálgicas y no sólo cantaban sino que incluso bailaban. Y después de sacarse fotos en grupo para recuerdo, se abrazaban y se separaban muy amigos y cada quién se iba a su lado. Regresados cada quién a su lado inmediatamente recibían ordenes para que por cada lado efectuaran determinado numero de disparos de fusil y de ametralladoras, así como de morteros, y todo para convencer a algunos incrédulos de que la guerra la tomaban muy en serio.

Y esto de las treguas se hizo tan frecuente, que se celebraban ya fuera en un frente o en otro de los que rodeaban Eibar, en que según nos enterábamos, no había mes en que no se celebraran una o dos treguas, y se hicieron tan populares que tuvieron que intervenir las autoridades militares, tanto los de un lado como los del otro para, que con amenazas evitar el que la guerra de trincheras se convirtiera en un pitorreo de guerra.

Lo curioso es que como consecuencia de las treguas jamás hubo un incidente que lamentar.

Cuando los observadores en sus puestos de vigía situados en lo más alto de los montes, avistaban la llegada de aviones, y daban la señal, de inmediato se hacían sonar a arrebato las campanas de la iglesia parroquial así como también se hacían sonar las varias sirenas colocadas en lugares estratégicos del pueblo, avisando a las gentes para que se ocultaran en los refugios, y luego de correr a todo lo que podíamos, llegados a los refugios, allí nos quedábamos, todos muy nerviosos, preguntándonos si el refugio aguantaría o no, un impacto directo.

Generalmente casi nadie hablaba, y aun había gentes que hacían callar a los pocos que hablaban o rezaban, aun en voz baja, así como a los que por miedo lloraban a medio tono o a gritos y no faltaban quienes también a gritos exigían el que callaran los que pedían que se callaran, ya que alguno afirmaba, el que un cabo de carabineros de Calahorra, les había dicho, el que los aviones traían unos aparatos especiales, que les permitían escuchar a los que estaban hablando en los refugios, que de ésta forma sabían dónde estaban las gentes para tirarles bombas. Hay que ver lo ....m....a...l....o....s q.....u.....e e...r...a...n l...o...s m....a...l...o...s...

Pero eso sí, todos muy atentos, unos rezando, y todos escuchando, tanto el sonido de los aviones como el de las bombas al detonarse, y todos tratando de adivinar para sí mismos, por el estruendo de las bombas, el lugar aproximado donde, se suponía, podían haber caído.

Ya nosotros en Eibar, también tratamos de acomodarnos al ritmo normal de la vida. En las escuelas no había clases por lo que normalmente nosotros los chavales pasábamos el día junto con nuestros amigos, en los jardines de los Orbea. Esto se debía a que en esos mismos jardines había dos refugios, los dos eran túneles que atravesaban por debajo las vías del ferrocarril. Y a un lado y otro del túnel se había construido con sacos de arena y tierra apilados formando paredes, estos jardines estaban situados de forma que las balas y proyectiles procedentes del frente de Arrate no podían caer allí, la razón de que nos pasáramos el día allí, se debía a que como había estos refugios estábamos muy cerca para ocultarnos tan pronto sonaran campanas y sirenas.

Mi padre que trabajaba en casa, y que era de condición muy tranquilo, afirmaba que en casa estaba más seguro que en el refugio, y estoy convencido de que tenía razón, jamás salía al refugio y se quedaba en casa aún cuando sonaran cerca las explosiones de las bombas. En cuanto a mi madre, muy nerviosa de por sí, en cuanto comenzaban a sonar las campanas y sirenas, dejaba en casa todo como estaba, y se lanzaba escaleras abajo, y corría de tal forma, y con tanta rapidez y tal estilo, que a pesar de la distancia que había de casa al refugio, alcanzaba y rebasaba fácilmente a toda la gente y generalmente llegaba al refugio entre las primeras. Debéis saber que por una razón u otra, estas carreras se repetían todos los días, en una o dos corridas y hasta tres. Mi madre, de constitución fuerte, y que en ese entonces, contaba con cuarenta y un años de edad, y con semejante entrenamiento, no hubiera hecho mal papel en una olimpiada.

Generalmente el mayor número de bombardeos por aviones se concentraban en la parte alta de Eibar, pasando Ibarrecruz.

Nuestra casa estaba en la parte baja, y por este rumbo no cayeron bombas de avión, aun cuando no faltaban los bombardeos por artillería, y eran del diez y medio, procedentes de la parte de Elgoibar. Éstos también los disparaban de tres en tres con un descanso en medio. Y también eran rompedoras y con granalla, y explotaban en el aire. pero éstos no nos inquietaban demasiado, pues no hacían ningún daño.

A nosotros los chavales, estas sesiones de artillería hasta nos servían de diversión, cuando nos tocaban nuestra sesión de obuses, enviadas desde Elgoibar, para guarecernos bajábamos al portal y allí nos quedábamos ocultos detrás de la puerta de madera cerrada que era muy gruesa. Pero para nosotros, los chavales, estos bombardeos tenían un especial atractivo. Y era que cuando explotaban los obuses en el aire, dejaban caer como proyectiles y metralla, cantidad de bolitas de plomo de unos diez mm. de diámetro, estas bolitas resultaban ser excelentes como proyectiles para ser disparadas por nuestras resorteras, o tiragomas, que es como nosotros las conocíamos.

Así que en cuanto oíamos el silbido o chirrido característico que producían los obuses en su llegada, de inmediato nos ocultábamos, y esperábamos las tres explosiones, que quien sabe por qué casi siempre explotaban encima del parque y enfrente de nuestra casa, que por cierto, que yo recuerde jamás hizo el menor daño, ni siquiera rompió vidrios, en cuanto sonaba la tercera explosión, nosotros los chavales salíamos lanzados a toda prisa de nuestro escondite y procedíamos a recoger las bolitas que pudiéramos en el espacio de tiempo que había entre una andanada y la siguiente.

La desesperación de mi madre al vernos en estos juegos era notable, no se medía en sus amenazas. Así como tampoco se medía en lo duro de los coscorrones que me propiciaba, claro que eso era cuando conseguía alcanzarme !y vaya si dolían!

Estas bolitas en nuestros bolsillos adquirían calidad de trofeos, entre nuestra tropa de chavalería. Cuanto mayor era el numero de bolitas que se poseía mayor era el prestigio. Y por cierto, cuanto mayor era el numero de trofeos, menos duraban los bolsillos.

También contábamos con otra diversión.

Como había mucha tropa militar, y muy grande el descontrol, era muy fácil conseguir, en los depósitos de municiones, carrilleras llenas con balas para fusil. Tomábamos dos municiones para fusil, a ambas municiones les quitábamos las balas, dejando los cartuchos con su contenido de pólvora.

A uno de éstos cartuchos, le quitábamos todo el contenido de pólvora y la colocábamos sobre el suelo haciendo un montoncito, y sobre ella colocábamos totalmente parado el cartucho vacío, con su pistón de cara hacia abajo. El otro cartucho con su pólvora, la colocábamos acostado a unos diez m/m de distancia de la base del cartucho parado, haciendo salir, por su boca, un poco de pólvora, y apuntando con su boca sin bala pero con la pólvora asomándose a la parte baja del cartucho parado, que primero habíamos colocado sobre la su pólvora.

Ya todo colocado tal y como he explicado, se procedía a prender fuego a la pólvora que salía del cartucho acostado. Y se prendía como soplete, prendiendo el resto de la pólvora y calentando la parte del pistón del cartucho parado, hasta que el fulminante o pistón se disparaba, y daba tal impulso al cartucho parado que éste como cohete v-2 se elevaba a una altura superior a los veinte metros... o al menos así nos lo parecía.

Nuestra diversión consistía en hacer de este acto todo un concurso. El número de concursantes no tenía límite, el concurso se dividía en dos partes, ganando el concurso quien conseguía, primero, el que más rápido hacía dispararse el cartucho y segundo el que conseguía mayor elevación del cartucho.

Y como la altura en que se elevaba, así como la rapidez de la explosión, ambos parámetros dependían de lo atinado de la colocación de los componentes... pues ahí surgía el mérito y el triunfo, cuyos trofeos eran en cada caso la mitad del total de bolitas de plomo con que cada quién de los concursantes contribuía a un fondo común.

Claro que en muchas ocasiones, nuestro campeonato se truncaba, debido a la inesperada visita de los municipales. Por lo que abandonando todo, no nos quedaba de otra, sino correr y desaparecer de su vista.

En esto fuimos muy afortunados, jamás nos alcanzaron.

Décima parte. Mi estancia en un colegio en Bilbao.

Pero llego un día, en que nuestra delicia de pasarnos como la pasábamos, se nos acabo. Y tuvimos que ir a la escuela... Se trataba de una escuela con comedor. Y nuestra estadía en la escuela duraba todo el día, entrábamos a las nueve de la mañana, y al mediodía, a las doce comíamos en el comedor de la escuela, a las cuatro de la tarde merendábamos, y a las cinco y media salíamos para regresarnos a casa.

Esta escuela estaba en la planta baja en las casas de Paguey. Y teníamos de profesor a Don Jaime, no supe su apellido. Esta persona siempre fue reconocida y muy querida en Eibar.

Esto de contar con comedor en la escuela tenía una gran importancia, pues debido a la época de guerra, la comida empezó a escasear en manera alarmante. Y el poder llevar algo a la mesa se convirtió en todo un reto. En casa gracias a Areta en parte y temporalmente pudimos resolver este problema, pero no en todo. No había jabón, tampoco aceite, se conseguía algo de aceite de coco, que sabia a jabón, pero no siempre. Había sémola, patatas de los caseríos, pan muy negro, malo y con moho. Había arroz y garbanzos. Por lo tanto el arroz con garbanzos era casi comida diaria, pero en muchas casas y casos se comía sin aceite ni manteca, y así con todo lo demás. Se cocinaba con carbón pero éste empezó a escasear, con la electricidad no se podía contar, pues fallaba continuamente. Tampoco se conseguían velas. Y así como con tantas y tantas cosas.

Bajo la escuela había un refugio. En el comedor de la escuela el pan que nos daban eran chuscos o bolillotes y aunque integral eran riquísimos, el resto de la comida comíamos bastante bien y suficiente. Incluído fruta o dulces de postre.

Y aquí y de este modo pasamos algún tiempo, no recuerdo cuánto. Hasta que un día nos entregaron en la escuela una nota impresa para entregársela a mis padres en la que hacían de su conocimiento, que debido a la intensificación de los bombardeos, las autoridades habían decidido, para alejarnos de la guerra, trasladarnos a Bilbao, donde en una hermosa casa con jardines estaríamos a resguardo de los peligros de la guerra.

Tendríamos profesores y educadores para que nos atendieran en nuestra enseñanza, así como médicos, dispensario y enfermeras. Podríamos practicar deportes de campo y juegos de salón, así como dispondríamos de una muy buena biblioteca y películas.

Contaríamos con dormitorios con camas individuales, y comedores y también refugio seguro.

En el caso de que mis padres aceptaran esta propuesta de traslado a Bilbao, debían firmar la conformidad y entregar la nota. Y así se hizo. Una semana más tarde nos llevaron a Bilbao en tren yo creo que entre chavales y chavalas seríamos casi unos doscientos. Llegados a Bilbao nos encontramos con otros niños procedentes de otros pueblos, nos repartieron por casas y edades, no recuerdo si fue en tres o cuatro casas.

Por otra parte, algún tiempo más tarde, estando yo en Bilbao en el área de Eibar nuevamente se había provocado una especie de segunda evacuación, por lo que por precaución, la mayoría de la gente civil había ido saliéndose del pueblo, en busca de lugares más seguros. En el pueblo civiles quedaban muy pocos, entre ellos mi padre. Por el pueblo sólo se veían cada vez más militares.

Fue días antes de ésta segunda evacuación, temiendo lo que sí ocurrió, en que mi padre se decidió por buscar en Garai una casa donde refugiarnos. También en este caso, cuando se fue a Garai a buscar casa, como en la primera vez se fue mi padre con su amigo Telleria “Mertxete”. Mi padre llegó a un acuerdo con los de la casa Etxe Zuria (casa blanca) y “Mertxete” llegó a lo mismo con los del caserío llamado Ernara (golondrina).

Mis padres, que ya habían conseguido la casa en Garai, muy bonito pueblo arriba de Durango, donde refugiarse, se habían trasladado a ése lugar donde podrían vivir en la casa, junto con los propietarios. Este matrimonio, cuyo hombre tenía en el mismo Garai un negocio de maderera, adaptó para mis padres y hermanos una muy amplia habitación anexa a la casa. Y mientras estaba yo en Bilbao, mis padres y hermanos se habían trasladado a Garai.

El nombre de esta casa era Etxe Zuria (casa blanca), el propietario de esta casa se llamaba Juan Berasaluce y su esposa María. Tenían una hija de pocos meses, cuyo nombre era Begoña.

Con nuestro grupo de la misma escuela de Eibar fuimos destinados a quedarnos en una casona que estaba en la calle Fontecha y Salazar, ésta calle era vertical al campo del Volantín y estábamos muy cerca de la ría, se oían las sirenas y se veían pasar a los barcos.

Recuerdo que la casona era muy lujosa y muy grande, que tan grande sería, que allí nos toco quedarnos a unos ochenta, entre niños y niñas.

Tenía un jardín también muy grande con muchos juegos de jardín, no recuerdo en detalle de qué tan bien lo pasábamos, lo que sí recuerdo es que aparte de que comíamos en forma aceptable, seguramente mejor que en casa, pero la disciplina era bastante dura y fría, el caso es que sentía mucha añoranza por mi casa y extrañaba a mis padres. No pude adaptarme.

En una ocasión mi hermano Antonio me visitó trayéndome como regalo una hogaza de pan. Recuerdo que era negro y húmedo, en ese tiempo era un regalo inapreciable. Por él me enteré de que ya estaban en Garai y de cuál era la dirección exacta.

No se de qué fecha a que fecha ni por cuánto tiempo estuve en el colegio, pero por esos días todos en el colegio estábamos muy nerviosos y preocupados, pues corrían muchos rumores en el sentido de de que nos iban a llevar refugiados a un país extranjero. Con frecuencia nos enterábamos de que tal o cual colegio había sido llevado, en un caso fue a Inglaterra, en otro fue a Francia, que si a Bélgica etc. etc.

En otra ocasión junto con un amigo, también vecino de casa en Eibar, llamado Pedro Arizmendi (a) "Payasua" un día, a las seis de la mañana, tratamos de escaparnos, pero nos agarraron justo al salir.

Nuestra intención era la de escaparnos e irnos a nuestras respectivas casas, mi amigo a Eibar y yo a Garai con mis padres. Pues temíamos que nos llevaran al extranjero sin tiempo a avisarles. Y como carecíamos de dinero seguramente tendríamos que hacer el camino a pie.

Esta fuga frustrada sirvió para darnos una muy fuerte regañada y amenazas, que a nosotros y a otros muchos nos quitaron las ganas de intentar futuros intentos.

Hasta que un día, luego de escribir una carta a escondidas y ponerle la dirección, ya que ahora sí me la sabía, y acompañándola de algunas monedas, y sin que nadie se enterara, pude dar la carta a una persona que pasaba por la calle, pidiéndole de favor que me la timbrara y la pusiera en el correo.

Se me olvidaba decir, que tanto las cartas que recibíamos como las que enviábamos nos la retenían y las censuraban, o no las enviaban. Ninguna de las cartas anteriores enviadas por mí a la dirección de Eibar las recibieron en mi casa. Y eso que estaba mi padre para recibirlas.

Creo recordar, que fue al tercer día de enviada la carta, en que mi padre se presentó en el colegio donde yo estaba. Vino muy temprano a la mañana para decirme que había recibido mi carta y que venía a sacarme. Se entrevistó con el administrador, quien muy renuente, por fin terminó informándole sobre el trámite que debía cumplir. Ésa misma tarde regresó con la autorización correspondiente y de inmediato me sacó y esa noche dormí en Garai.

Todo fue apenas a tiempo, después supimos que antes de que transcurriera una semana, a todos los del colegio los embarcaron en una nave, de nombre muy raro y bandera rusa, el cual partió, supimos más tarde, rumbo a un puerto de Polonia.

Cuando ya pasados todos los acontecimientos de la guerra, y regresados a Eibar, poco a poco fuimos enterándonos sobre quiénes fueron llevados refugiados a los diversos países a partir de los colegios en Bilbao. Y poniéndome a particularizar supe de algunos compañeros y amigos de colegio en Bilbao, a quienes llevaron a Rusia.

De los que fueron llevados a países europeos, a la mayoría los fueron regresando al poco tiempo, antes de que comenzara la guerra en Europa.

Pero de los que fueron llevados a Rusia, de muchos jamás se supo más, de otros, muchos años más tarde, algunos regresaron con sus familias a expresa invitación del gobierno español pero de todos los que se regresaron a España, la mayoría se volvieron nuevamente a Rusia casi ninguno se adaptó, ni a las costumbres ni a su familia ni a la política de España.

Pero no obstante lo anterior tuve oportunidad de comprobar la certeza de que los del colegio donde había estado y que fueron llevados precisamente a la Unión Soviética (Rusia).

Esta certeza la tuve de la siguiente manera.

Cierto día en que acompañé al administrador a cierta gestión, entre la gente con quienes nos cruzamos por la calle, oí una voz que se me hizo muy familiar. Y me dio un vuelco el corazón, se trataba nada menos que de mi tío Luis, hermano de mi madre. Y tuve un gran alegrón al toparme con él. Apenas pudimos hablar, ya que iba con el administrador, quien tenía mucha prisa pero el tío me prometió que en pocos días me visitaría y que saldríamos a comer y a pasear.

No supe cuantos días más tarde trató de cumplir con su promesa, pero se encontró con la sorpresa de que ya no había nadie en el colegio y que el guardián que custodiaba el edificio, le informó que días antes a todos los niños los habían embarcado en una nave, para trasladarlos y refugiarlos en Rusia.

De inmediato se fue a la embajada rusa a indagar sobre la veracidad de lo que le habían informado, en la embajada tenían una lista de los que habían sido embarcados, con destino a no supo qué puerto en Polonia y que de allí los iban a llevar en tren a unas granjas en el campo, en algún lugar de la Unión Soviética, mi tío vio mi nombre en la lista de los refugiados, que quién sabe debido a qué error, mi salida del colegio no había sido anotada, y ya no dudó más, y a invitación de los de la embajada escribió allí mismo una carta y la depositó en la valija diplomática, comprometiéndose estos en hacérmela llegar.

Pasaron muchos meses y acabó la guerra española. Mi tío Luis fue detenido en Valencia; cuando quedó libre se fue a Eibar, y se llevó la gran sorpresa al verme, pues creía que yo había desaparecido, y supuestamente muerto, en un naufragio en ruta a Polonia.

Decía, que estando en la cárcel de Valencia, por vía de la Cruz Roja, le fue entregada devuelta la misma carta que me envió, pero que ésta venía dentro de otro sobre más grande y lleno de matasellos y anotaciones en muchos idiomas, con una nota en español de la Cruz Roja, en la que aclaraba el que según las notas que venían anotadas en la carta, que informaban que en ruta a no sé a qué puerto de Polonia, había zozobrado el barco de tal y tal nombre y que varios de los pasajeros niños habían desaparecido en el naufragio, y que naturalmente se suponía que todos los desaparecidos habían muerto. Entre la lista de los desaparecidos o no aparecidos estaba mi nombre.

Esta carta que hubiera sido un tesoro para un numismático, al ser liberado, se la quitaron en la cárcel, suponiendo las autoridades, imaginarios informes secretos o instrucciones en clave.

A mi tío Luis, tan pronto llegó a Eibar, debido a la labor de acusadores voluntarios que controlaban las llegadas de los ferrocarriles, antes de cuatro horas nuevamente lo detuvieron y lo metieron en la cárcel de Martutene en San Sebastián, donde estuvo cosa de un año y por fin pudo salir definitivamente libre.

Volviendo a cuando estaba yo en Bilbao.

Lo mismo que cuando estábamos en Areta, mi padre seguía trabajando en Eibar, los fines de semana se iba a Garai y los lunes se regresaba. Nosotros los chavales en Garai, plenamente dedicados a tratar de pasar lo mejor posible.

Estaba el pueblo de Garai situado en un lugar alto, sobre el nivel de Durango, la vista que se tenía sobre todo el Duranguesado era extraordinaria. Se veían, como si fuera el fondo de un telón, las peñas de Durango entre, de las cuales las más importantes eran Amboto, Alluitz, Aitz-txiki, Mugarra, Ezkubaratz, etc. etc. más al fondo a la distancia se veía el monte Gorbea . También se veía Urkiola y su iglesia.

Undécima parte. (El gran bombardeo de Durango) Lo que vimos desde Garai.

Fuimos testigos, en luneta preferente, de los varios bombardeos y ametrallamientos que tuvo que padecer Durango.

A propósito de Durango, a mi padre le tocó estar presente en uno de los bombardeos, creo que el más duro, que padeció Durango.

Como dije más arriba, mi padre se quedaba en Eibar a trabajar durante toda la semana y los sábados por la mañana se iba en tren hasta Durango y de aquí caminando a Garai. Y los lunes se regresaba a Eibar.

Uno de los sábados, cuando en tren se iba para Durango, vieron como a un avión que pasaba por encima del tren se le ofreció ametrallarlo, por lo que enfilando en la dirección de la vía, empezó a dar pasadas ametrallándolo en toda su longitud. Afortunadamente con muy mala puntería, pues casi todos los disparos fallaban, a la cuarta pasada, estando el tren cerca del túnel de Zaldivar, tratando de llegar para ocultarse en el, por chiripa, alguna de las balas dio quién sabe donde, si en la máquina o en los cables de la conducción eléctrica, o simplemente fue algún movimiento reflejo del pie del maquinista, el caso es que a pocos metros del túnel el tren se detuvo.

Los viajeros que iban en el tren, conscientes de lo que podía pasar, abrieron las puertas de los vagones y se lanzaron a tierra corriendo, cada quién a todo lo que podía, en dirección al túnel. Mi padre también hizo como los demás, pero con tan mala fortuna que al saltar del tren, cayó a una zanja que pasaba por debajo de la vía y se golpeó la frente contra una esquina de una de las piedras que formaban el canal. Y se hizo una herida como de quince centimetros, cruzándole la frente y hasta muy entrada en el cuero cabelludo. Debió sangrar mucho. Mi padre quedó con el trancazo muy conmocionado. Una señora que iba en el tren y que se identificó como enfermera le hizo la primera cura, con una pañoleta y varios alfileres, para detener la hemorragia.

Y ya que el avión con el piloto, seguro que muy frustrado por sus fracasadas pasadas, se retiró, milagrosamente el tren pudo funcionar y retomar su ruta para Bilbao. En Durango bajaron del tren a mi padre y lo subieron a un coche. Y lo llevaron para primeros auxilios al dispensario del hospital que estaba en la iglesia de Santa María.

Le curaron y cosieron la herida y con un vendaje que le hacía parecer a un moro con turbante, sintiéndose repuesto salió por su pie del hospital y se fue caminando para Garai entre hora y hora y media de camino (pues eran unos cuatro o cinco kms. y en subida). Fue morrocotuda la impresión que recibimos al verle llegar en aquellas fachas.

Desde entonces por las mañanas, muy temprano, a eso de las seis de la mañana, diariamente y caminando se iba desde Garai al hospital en Durango, para que le curaran. Y después también caminando se regresaba a Garai y así lo vino haciendo por varios días. Hasta que un día, sería a fines del mes de marzo, en que estando siendo curado, a eso de las ocho de la mañana, llegaron muchos aviones, los cuales en forma muy organizada y en pasadas continuas y en vuelo rasante se pusieron a bombardear y ametrallar a Durango. Destrozaron e incendiaron casi toda la ciudad, murió mucha gente, estos aviones después de soltar las bombas, se continuaban a lo largo de todo el valle, ametrallaban a todo lo que veían o se moviera: personas, automóviles, ganado, casas y hasta perros.

Al final del valle se elevaban y como en carrusel se regresaban nuevamente para seguir con la mortal rutina. El bombardeo a Durango fue continuo sin pausas. Un avión seguía al anterior, y a éste, otro avión lo seguía por detrás y así todos en fila, sin perder el orden. Todo funcionaba como una maquina perfecta y bien engrasada.

No se cuánto duro en tiempo, pero fue mucho. Alguien afirmaba que duro más de media hora. Para otros duro más de dos horas.

He aquí una muestra de cómo se las gastaban.

Una muchacha de Garai, vecina nuestra, que bajaba todos los días a Durango para la entrega de la leche a sus clientes, ya muy cerca de Durango observó que un grupo de aviones pasaban por encima de Durango y que como hasta entonces no habían tirado ninguna bomba, se tranquilizó, pero que en ésto, un avión saliéndose del grupo, se dirigió directo a ella y que comenzaron a sonar las ametralladoras, y que por si acaso, de inmediato ella se brincó del burro y se ocultó detrás de un árbol algo grueso, el avión pasó muy bajo, casi tocando las copas de los árboles y que entonces se dio cuenta de que las ráfagas de ametralladora eran para ella, ya que éstas pasaban por cada lado del árbol, y que el avión se siguió de largo, pero que dio una rápida vuelta y nuevamente se puso a disparar a donde estaba la muchacha y ésta nada tonta, se ocultó nuevamente al otro lado del árbol, y así una y otra vez. Ella creía recordar que por lo menos en cuatro o cinco ocasiones se repitió el pasito de la danza. Afortunadamente a ella no le pasó nada, pero el pobre burro murió acribillado.

Mientras tanto ya había comenzado el bombardeo de Durango. Y el frustrado piloto con su gran victoria, de un burro a cero, se regresó junto a los otros aviones en su tarea de masacrar a Durango.

La razón de que sea tan detallado en este relato se debe a que desde Garai pudimos ver y observar todo el bombardeo. Nosotros, con mucha angustia, sabiendo que mi padre estaba en ese momento en la ciudad.

Mi padre que estaba siendo curado en el dispensario del hospital y atendido por una monja, decía que sin sospechar nada, escuchó un muy fuerte estampido y se vio elevado de la camilla donde estaba y caído al suelo. Seguido de muchas otras explosiones y que observó que todo a su alrededor iba deshaciéndose, y todo esto en medio de una humareda y de una polvareda que le impedía respirar y no ver casi nada, y que mirando a su alrededor para ver por dónde podía salir, vió que la monja que lo asistía y su ayudante una enfermera, ambas estaban caídas en el suelo, sangrando y llorando a gritos.

Que de inmediato procedió a tocarse por todo el cuerpo para ver si estaba sano y bien, afortunadamente no le pasó nada, solo que quedó medio sordo de un oído. Y que si se salvó fue porque estaba acostado. Y que pudo darse cuenta de que algunas de las bombas que estallaron lo hicieron en el cuarto de al lado, y que la metralla pasó al dispensario a la altura de una persona.

Y que viendo el estado en que estaban ambas mujeres, trató de acercarse a ellas por si las podía ayudar en algo, pero que en ese momento llegaron varias personas y que se hicieron cargo de la situación. A él lo sacaron de todo aquel lío y lo llevaron a otro lugar, según ellos para terminar con la curación, y como sentía y escuchaba que aún seguían bombardeando no quiso tentar más al destino, por lo que con los apósitos a medio desprenderse, y tomando un rollo de venda de una mesa, se salió a la calle y corriendo en lo más que podía, tomó rumbo para salir del pueblo.

Recordando, decía que cuando él salió corriendo aún continuaba el bombardeo. Sorteando escombros y llamas, y que era tal el polvo y el humo, que no podía identificar la calle para la salida del pueblo y como vió que mucha gente despavorida corría en una determinada dirección, se decidió a seguirlas, suponiendo que corrían, como él, para salir del pueblo, y le atinó, pues de pronto se encontró en las afueras del pueblo, y que sin sentir fatiga y sin apenas darse cuenta de lo que y cómo lo hacia, se siguió corriendo y que como a medio kilómetro de la salida, escuchó que con fuertes voces lo llamaban, se trataba de tres jóvenes soldados que estaban a cubierto en una profunda zanja, pegada a la cuneta de la carretera, que le decían a gritos que se pusiera a cubierto, sugiriéndole que lo hiciera donde ellos estaban, mi padre dándose por fin cuenta del peligro que corría al no guarecerse, aceptó el ocultarse y allí esperó a que todo pasara, y ya que terminó el bombardeo y vieron que se retiraban los aviones, los soldados se ofrecieron a vendarle la cabeza, con la venda que mi padre, aun traía en la mano. Por fin con la cabeza en orden, cada quién se fue a su destino, ellos tres a sus cuarteles, en Durango y mi padre para Garai.

Añadía mi padre que, dando traspiés y tropezándose en todo lo que encontraba en el camino, medio caminando y medio corriendo, en dirección a Garai, teniendo que detenerse a cada rato, para recuperar el resuello y de paso mirar para atrás y hacia Durango, y que sólo se veía grandes llamas, mucho humo y polvo y que todo hacía suponer, el que casi todo Durango estaba ardiendo o que de plano casi había desaparecido, y con el temor de que volvieran los aviones a rematar lo poco que pudo haber quedado en pie retomaba corriendo, como podía, el camino para Garai. Y cuando por fin llegó nos encontró a todos muy preocupados y llenos de angustia y temor. Pero gracias a Dios, que a nuestro padre, nada grave le pasó.

Por una o dos semanas mi padre se quedo en Garai, hasta que se le curó del todo la herida de la frente. Para curarse dejó de ir a Durango, un farmacéutico de Durango, apellidado Urquizu y que como nosotros se había refugiado en Garai se encargó de curarle. Por cierto este Urquizu, tenía hijo e hija, ambos de nuestra edad, el hijo, que se hizo farmacéutico como su padre, muchos años más tarde, fue victima de la ETA, en cuanto a la hija, para nuestros ojos de niño, en camino para adolescente, nos parecía todo un bombón y ella nada ignorante de nuestra admiración, nos traía a todos de un ala. . Mi padre ya con la herida totalmente curada, y con una cicatriz de recuerdo de unos ocho o diez centímetros de largo, que comenzando a media frente se internaba por la cabeza, llegó el día en que nuevamente volvió a sus andadas y se regresó a Eibar. Y nosotros seguimos en Garai.

La situación en Eibar era cada vez peor. Se incrementaron los bombardeos por aviones y por la artillería siendo necesario, cada día que pasaba, pasarse más tiempo en los refugios. Mi padre seguía en sus trece, reacio a ir al refugio, afirmaba que estaba más seguro en casa que en el refugio (pudiera ser que tuviera razón pero...).

El continuo movimiento de tropas y equipo militar, para reforzar los frentes, todo indicaba que aquella situación no podía durar, y que de un momento a otro todo se iba a revertir.

Al principio de la segunda quincena de abril de 1937, observábamos muchos preparativos a nivel militar, todo hacía suponer que estaba a punto de acabarse la pacifica guerra de trincheras de hasta entonces, temiendo nosotros una inmediata ruptura del frente. Lo que para nosotros, profanos, aun estaba por verse de quién la iniciaría.

Llegaron mucha tropa y equipo a Garai, y empezaron a preparar trincheras en las cercanías, por lo que vimos se trataba de prepararse para la defensa y no para atacar. Esto nos indicó, sobre de qué lado se esperaba una ruptura del frente.

Efectivamente, la ruptura provino de los rebeldes, y creo que fue por el frente de Otxandio. Los leales tuvieron que replegarse hasta Urkiola donde se hicieron fuertes dispuestos a resistir. Pero el avance a partir de Otxandio, hizo temer la formación de una gran bolsa. Los de la República en todos los frentes tuvieron que replegarse. Era bien sabido que uno de los primeros y más importantes objetivos para los rebeldes era la toma de Eibar.

Previos a la toma de Eibar hubo muchos y fuertes bombardeos por aviones. En el último bombardeo, decía mi padre que fue tan intenso que no le quedó de otra sino salirse de casa y ocultarse en lo primero que vió abierto, y que fue una alcantarilla. Cuando terminó el bombardeo, sabiendo que un tren, el último, estaba a punto de salir, y que no iba a parar hasta llegar a Bilbao, por lo que tomando alguna ropa, se fue a la estación. El tren estaba lleno de soldados y fue uno de los últimos civiles que se subió al tren y salió de Eibar.

En éste último bombardeo, una de las bombas, una sola, cayó encima de un túnel sobre el río, y que había sido habilitado para refugio. Fue en la calle de O’Donell, a la izquierda del ayuntamiento. La bomba atravesó la cubierta de tierra como de tres metros sin explotar, y fue dentro del refugio donde explotó, según se decía fueron muchas las personas que fallecieron. La mayoría milicianos.

El tren salió casi de inmediato. Pero ésta situación de viajar en un tren lleno de militares le causó una angustia tan grande que ante el temor de que lo bombardearan e hicieran una masacre, antes de llegar a Durango, del tren en marcha se bajó en Berriz y de allí se fue caminando a Garai.

Al día siguiente, 26 de abril de 1937, Eibar, fue ocupado por las tropas franquistas. Antes de abandonar Eibar un equipo de demolición, de filiación supuestamente anarquista, se dedicó a rociar con gasolina procedente de un camión cisterna a un gran número de casas, al mismo tiempo que las iban prendiendo fuego. Gracias a que hubo personas que inconformes con lo que estaban haciendo, pese al peligro que ello suponía, se opusieron a que siguieran con la práctica de tierra arrasada y procedieron a apagar los incendios y evitar que el fuego se extendiera.

Tengo oído, que unos de los que tomaron parte activa en apagar estos incendios fueron gente muy conocida y muy amigos nuestros, José Astigarraga, albañil y bombero, quien vivía en la calle Arragüeta, no sé el número, encima de la panadería de Telleria. Este Astigarraga, junto con su hijo José, más conocido como "Gordobiro", quien en ese tiempo tendría unos 16 años, ambos, padre e hijo apagaron varios incendios incipientes, entre ellos el de la fábrica de bicicletas de Beistegui Hermanos, en el Paseo de Urquizu.

Otro recuerdo, y en el que este Sr. fue protagonista: el 24 de abril de 1931, cuando la proclamación de la República, éste José Astigarraga, el padre, como bombero que era, fue la persona designada para subirse por una escalera elevada de los bomberos, hasta alcanzar el punto más alto del Ayuntamiento, y desprender el letrero que allí había y que permitía leer "Plaza de Alfonso XIII" y dejarla caer al suelo.

No obstante la labor de estas personas y de otras más dispuestas a defender a Eibar, se quemó más de la mitad del pueblo.

Ese mismo día de la caída de Eibar, estando nosotros en Garai, a media tarde del 26 se abril, procedentes del rumbo de Vitoria observamos espantados el continuo paso por encima de Garai rumbo hacia al mar, de gran cantidad de aviones, todos se preguntaban de a donde irían. Fueron muchos los supuestos destinos del temido ataque de los aviones. Ya vimos que el ataque no era muy lejos de donde estábamos, pues se oían las explosiones y también se veían aviones que daban vuelta y se regresaban al lugar del ataque. Seguimos observando el paso de aviones de regreso hacia Vitoria y el regreso de otros al lugar del ataque, con gran horror esa misma noche nos enteramos de que prácticamente Gernika había sido arrasada por las bombas y por el incendio que siguió al bombardeo.

Por más de tres horas bombardearon y masacraron un inerme e indefenso Gernika. El número de víctimas en este bombardeo en realidad no se sabe, pero se manejaban cifras que abarcaban desde 1000 a 2000.

Cuando me tocó cumplir con mi servicio militar de dos años, el último año 1948, lo cumplí en Gernika. fuimos dos los soldados que lo cumplimos en dicha ciudad.

Para esas fechas Gernika presentaba un aspecto de ciudad en un 90 u 80% reconstruida, y a la fecha convertida en una ciudad muy bonita y moderna.

Hice muchos amigos y fui bien recibido y acogido por familias gerniquesas. Y aun cuando el estado actual de la ciudad reconstruida invitaba a olvidar la pasada tragedia, en cambio no vi que nadie de los vecinos de la ciudad olvidara aquella fecha y aquellos instantes de la tragedia pasada y vivida por muchos. Supe y oí detalles de lo más terrible. Para muchos gran parte de la familia, padres o hijos, o tíos, o abuelos, o todo junto, habían desaparecido. Me contaban sobre las explosiones sentidas y vistas, así como también me contaban de pequeños recipientes como botes de conserva, que vieron caer de los aviones y que pasados horas o incluso días del bombardeo, se abrían e incendiaban todo lo que había a su alrededor, y que incluso tomaban fuego hasta las piedras.

Durante una comida que me invitaron la familia de unas amigas me contaron cómo se sintieron muy afortunadas por que su casa no fue destruida por ningún impacto directo de bomba alguna, y que apenas sufrió ligeros daños por impactos en las cercanías. Pero que al día siguiente de madrugada, se despertaron sobresaltados por que la casa sin más empezó a arder. Y que junto con unos vecinos habían tratado de apagar el fuego, sin comprender sobre cual fue la causa del incendio. Pero que en esto observaron que un bote como de aluminio, que junto a la casa había aparecido, se reventó súbitamente se prendió con un fuego fuerte, como de soplete, y casi blanco, y que les fue imposible apagar, ya que el bote ardía hasta dentro del agua.

En resumen, perdieron toda la casa, no quedó más que cenizas y escombros.

Duodécima parte. En la que nos alcanzaron y rebasaron las fuerzas rebeldes.

Seguimos en Garai. Mi padre y Juanito Berasaluce, propietario de la casa donde estábamos refugiados. Dos o tres días antes de que Garai fuera ocupada por las tropas rebeldes, ante el temor de que por la edad los obligaran a irse con las tropas en retirada decidieron irse al monte y ocultarse hasta que se viera como quedaba la situación.

Creo que dos días después de ser ocupado Eibar, el día 28 de abril ese día por la mañana se presentaron en Garai, un camión con miembros de las Fuerzas de Orden Público (especie de Gestapo en versión republicana) ordenándonos que antes de tres horas debíamos abandonar el pueblo, ya que en Garai se iba a preparar una línea de defensa. Advirtiéndonos que quienes no acataran la orden serían detenidos y pasados por las armas.

Ante esta disyuntiva se reunió lo que quedaba de los habitantes del pueblo, unas treinta gentes, que luego de sopesar los pros y los contras aceptaron una propuesta que alguien hizo, de desobedecer la orden y ocultarnos en una cueva que había a unos dos kilómetros del pueblo. Esta cueva tenía unos treinta metros de profundidad y era muy espaciosa, y lo mejor era que estaba muy oculta, y su ubicación, por muy pocos conocida.

Aprovechando el que los del Orden Público se habían dirigido con su camioneta a otros pueblecitos cercanos, suponíamos que para otras misiones semejantes al que hicieron en Garai, decididos a cumplir con nuestro plan agarrando cobijas y algo de comida, todos juntos nos dirigimos a la mentada cueva. Los hombres fueron ocultados al fondo de la cueva, después estaban los niños y por último cerca de la entrada estaban las mujeres, todas ellas muy decididas y dispuestas a defenderse y a no permitir el que los milicianos entraran en la cueva, nosotros los chavales más decididos fuimos comisionados como vigilantes. Y nos colocamos cerca del pueblo en lugares estratégicos para ver si del pueblo salía algún destacamento en dirección a la cueva.

Pasaron varias horas, y por fin vimos que llego al pueblo un camión grande y los que se bajaron del camión fueron los mismos agentes del O.P. y otros más. En ése momento el pueblo estaba casi desierto, con excepción de unos pocos milicianos y pudimos notar que los del O.P. quedaron muy extrañados de que no quedara nadie del pueblo, por lo que procedieron a revisar casi todas las casas, abriendo las puertas a patadas o a culatazos y no encontraron a nadie. Y por último preguntaron a un miliciano que cerca de ellos pasó, lo que ya nos imaginamos, y éste les indicó con un gesto ambiguo, sobre más o menos hacia dónde nos habíamos dirigido. Y ésto nos inquietó, seguimos observando y vimos que se hicieron parejas y cada pareja se salió caminando del pueblo, siguiendo cada quién por un rumbo distinto. Una de las parejas tomó el camino que conducía a la cueva donde estábamos. Visto todo lo anterior, rápidamente nos regresamos a la cueva, y contamos todo lo que habíamos observado. Así que con órdenes y advertencias de que se guardara el mayor silencio, de que todos se replegaran al interior, nosotros los chavales procedimos a cubrir la entrada con ramas y zarzas. Ocultamos perfectamente la entrada y borrando toda huella, muy preocupados nos introdujimos en la cueva y quedamos esperando y temiendo acontecimientos.

Hubo dos personas que con escopetas quedaron fuera y muy ocultos cerca de la entrada y que se ofrecieron a disparar a los del Orden Público si acaso nos localizaran.

Como quince minutos más tarde oímos voces y pasos y los sentimos caminar por encima de la cueva. Muy angustiados y con nudos en la garganta sentíamos que estaban registrando los alrededores, un rato más tarde sentimos que continuaron por el camino, y a la media hora oímos dos disparos como de pistola por el rumbo del pueblo, supusimos que era un aviso para que dejaran de buscar y se regresaran al pueblo. Efectivamente así fue, pasado un rato los oímos regresar y esta vez se pasaron de largo caminando de prisa.

Ya pasado el peligro nuevamente los chavales nos lanzamos a nuestros escondites para observar.

Los vimos llegar al pueblo y reunirse a todos, eran unos quince. Y después de hablar a todos entre sí, a las voces de uno de ellos, suponíamos que sería el jefe, se subieron al camión que los estaba esperando y se fueron del pueblo. Un rato más tarde vinieron a avisarnos de que no quedaba ningún miliciano en el pueblo.

Así que nos regresamos al pueblo la sorpresa fue que en casa nos estaba esperando mi padre y Juanito Berasaluce, a quienes no veíamos hacía dos días, en esto llegó un propio con un mensaje para Juanito, enviado por un primo de él, en la que le avisaban que se tenía informes de que en Garai iba a formarse una línea de defensa, por lo que recomendaba de que se fueran a determinado caserío cerca de Berriz, ya ocupada por los franquistas, y que a las diez de la noche habría gente esperándonos para ayudarnos a pasar al otro lado. La contraseña sería una determinada palabra, que ya no me acuerdo, y que podía invitar a agregárseles al grupo a todos los que a su criterio podían interesarse. Juanito nos puso en conocimiento del aviso recibido, invitándonos a nosotros los de casa a formar parte del grupo, absteniéndose de hacerlo con otras personas, por el peligro que suponía una denuncia, por lo que mi padre y Juanito se pusieron a considerar los pros y los contras de ese paso. Se aceptó el que la situación era muy grave, y que se corría gran peligro de quedarse en el pueblo, por lo que se decidió que ya que no resultaba recomendable quedarnos en Garai por aquello del posible frente, ni tampoco tenía caso seguir huyendo, por lo que se decidió que lo mejor sería atender la invitación y pasarnos al lado rebelde.

Esa misma noche, precisamente muy nublada y con algo de sirimiri, todos en fila india y en el mayor silencio salimos de Garai en dirección al lugar de la cita, donde suponíamos que nos estarían esperando, y ya cerca del lugar, todos sentimos un gran sobresalto no exentos de pavor, al oír inesperadamente, que alguien a quien no distinguíamos, darnos el !alto quien vive! y con el temor de que no fueran los que nos debían estar esperando, después de dudar un poco, volvieron a decirnos, alto quién vive, y esta vez oímos cargar el fusil, pero alguien de los nuestros, no supe quién, dijo titubeando y con voz queda la contraseña, y menos mal, efectivamente, eran los que nos estaban esperando. Nos saludaron y felicitaron y luego de un breve descanso emprendimos nuevamente el camino hasta que media hora más tarde llegamos a un caserío en la que nos recibieron un grupo de soldados franquistas, todos navarros. Después de que para entrar en calor, nos ofrecieron algo para cenar y vino de una bota, nos permitieron dormir por esa noche en el pajar. Y con la afirmación de que no teníamos por qué preocuparnos y que durmiéramos tranquilos, pues quedaban varios soldados como centinelas, y que al día siguiente vendrían a buscarnos.

Por lo que cenamos con gran apetito, el pan era blanco y blando, cosa que hacía tiempo no conocíamos ni tampoco lo habíamos comido, y los huevos con chorizo, que uno de los soldados nos preparó, eran pura delicia, también hubo vino en bota. Por primera vez en mucho tiempo nos acostamos y dormimos con el estómago lleno, y a pierna suelta.

Al día siguiente, fuimos despertados por un cañonazo, y nos entró tal miedo que para qué os cuento. Los soldados nos tranquilizaron. Desayunamos y una hora más tarde llegó el primo de Juanito, esta vez acompañado de tres o cuatro oficiales de los requetés, también nabarros. Mi madre, en cuanto oyó que eran nabarros, inmediatamente se identificó de dónde era, la festejaron y uno de ellos le anunció de que posiblemente en próximos días nos visitarían dos hermanos, naturales de Zuñiga, que posiblemente serían parientes, pues por toda esa zona habían estado preguntando sobre una familia de Eibar y que eran nacidos en Nabarra. Y que los enviaban sus padres con el encargo de localizarlos y ayudarlos en lo que fuera posible

Naturalmente que supusimos que esa familia a quien buscaban éramos nosotros.

Otra noticia que nos dieron era que Garai había sido abandonada por lo republicanos, y que ese mismo día, a las seis de la mañana, y sin disparar un solo tiro, Garai había sido ocupada por una compañía de requetés, que dejaron algo de tropa y que el grueso de la compañía había continuado con su avance. Estos oficiales requetés nos invitaron a que regresáramos a Garai y que no había peligro alguno pero ante nuestras caras algo incrédulas, y para que no tuviéramos el menor contratiempo nos destinaron a dos soldados y un sargento para que nos acompañaran a nuestra casa. En Garai. todo fue bien. Y así llegamos a la casa sin nada que lamentar, sólo la puerta que estaba rota.

Efectivamente, tal y como nos había anunciado el oficial requeté nabarro, una semana más tarde, preguntando por el pueblo, llegaron a casa dos muchachos requetés, que habían tratado de localizarnos por encargo de sus padres, efectivamente buscaban a mi madre y a mis tíos. Y eran parientes de mi madre. De Zuñiga el encargo era debido, a que cuando se rebelaron los nabarros y tomaron las armas, lo hicieron bajo el grito de ¡Viva Cristo Rey! y ¡vamos a matar a todos los vascos!. Como los padres de estos muchachos temieron el que si se toparan con mis tíos, por sus antecedentes de socialistas, cometieran con ellos alguna barbaridad, fue por eso que fueron enviados, para que nos protegieran. Mi madre se sintió muy emocionada y alegre, incluso lloró, pero de alegría.

Ya terminada la guerra, supimos que dos semanas más tarde de nuestro encuentro, no sé si uno o los dos muchachos, perecieron en la Peña de Lemona.

A los dos días de que Garai hubiera sido ocupada por las tropas navarras mi padre se enteró de que a Berriz habían llegado muchos camiones con comida, alimentos enlatados y ropa, y que los estaban repartiendo entre los vecinos de los pueblos recién ocupados.

Al día siguiente, mi padre, por curiosidad se decidió a ir a Berriz, para ver qué tanto era cierto, y yo le acompañé. El camino se hacía a pie. Llegamos y nos encontramos que efectivamente, lo que nos habían contado era cierto. En una oficina de campaña después de que nos tomaron los nombres y número de familiares y de qué pueblo veníamos, nos dieron unos vales y con ellos fuimos a recoger lo que nos dieran. Recibimos entre muchas otras cosas que no recuerdo, varias hogazas grandes de pan blanco, latas de chorizos, latas de durazno, alubias, lentejas, tocino, mantequilla, latas de sardinas y atún, paquetes de fideos, latas de aceite, cajas con surtido de galletas y dulces y vino, de ésto varias botellas, y muchas cosas más que a tantos años pasados ya no me acuerdo.

Aquello era jauja, hacía años que no sólo no veíamos, ni siquiera habíamos olido semejantes delicias.

Y ya que nos entregaron hasta de más, y como todo pesaba bastante, nos quedamos pensando sobre cómo transportarla y en ésto vimos un carro de bueyes guiado por un joven aldeano de Garai a quien yo conocía, y como él también, como nosotros, se había cargado con aquellos obsequios y se regresaba a su casa, se nos ocurrió preguntarle si nos podía llevar nuestra carga hasta Garai, muy dispuesto, aceptó el llevarnos, a la carga y a nosotros.

Y como los bueyes caminaban tan despacio, en vista de lo que duraría el viaje, para saciar en parte el hambre que teníamos, nos propusimos consumir algo de lo que llevábamos. Los tres sentados encima del carro, abrimos uno de los panes, que eran redondos y muy grandes y gruesos, lo llenamos con rodajas de chorizo y lo embadurnamos con mantequilla, y abrimos, primero una botella de vino, seguida de otras dos.

Tan cómodos íbamos y con tal hambre, que decididos a comer, acabamos con todo, con la hogaza de pan y con el chorizo con que cubrimos toda la superficie del pan, incluído las tres botellas de vino, y llegamos a Garai los tres, en un estado inimaginable de alegría y euforia y eso sí, muy contentos y cantando, claro que por todo lo que nos habíamos soplado.

Yo no recuerdo en mi vida haber disfrutado tanto y haber comido con más gana y más a gusto, algo tan sabroso como lo fue para nosotros tres, aquello que comimos en aquel momento en que subidos a un carro de bueyes íbamos en camino de Berriz a Garai.

En casa fuimos recibidos como si fuéramos los reyes magos, con mi madre con los ojos casi desorbitados, por vernos a mi padre y a mi algo más que "achispados".

Parte de lo que llevamos sirvió para que ésa misma noche celebráramos todos juntos los de la casa y nosotros una cena como hacía muchos años no la habíamos visto y menos comido. Se alargó la sobremesa mientras duró el vino. Y ya casi todos cocidos nos fuimos a dormir.

Al día siguiente, más organizados, incluído burros, Antonio y yo, más otros del pueblo nos fuimos todos juntos nuevamente a Berriz. Y nuevamente nos llenaron a cada quién las alforjas, pero ésta vez, quedamos advertidos de que por esa semana, sería la última vez, y nos dieron vales para que volviéramos pasada una semana. Pero cuando regresamos, una semana más tarde, ya no estaban, y no volvieron.

Todo fue muy bueno mientras duró, la verdad es que poco a poco, todo se iba normalizando. Los aldeanos iban sacando sus ocultas mercancías y los panaderos disponían de harina blanca para hacer pan. Y quien tuviera joyas o monedas en plata se vendían a buen precio y permitía comer y vestirse, mejor que otros y mi padre se regresó a trabajar a Eibar, y como no faltaba trabajo, pues la fuimos pasando bastante bien.

Eibar había quedado bastante destruido, en aquella situación se carecían de los servicios necesarios. En las casas no había agua, ni electricidad, casi todo el comercio estaba cerrado. No había carbón para cocinar, se carecía de todo. Así que llegado a mediados de mayo, y ya decididos a salir de Garai, y como nada en Eibar estaba en condiciones (lo mismo sucedía con nuestra casa), mis padres optaron por rentar un piso en Deva y allí nos fuimos a vivir. Allí en Deva estuvimos hasta fines de septiembre. El pueblo nos resultó muy tranquilo y estupendo para chavales de mi edad, y como ese año, en plena guerra, hubo pocos veraneantes, pues la cosa estuvo mejor , casi todo el pueblo y playa eran para nosotros.

Cuando nos regresamos a Eibar, más que nada se hizo porque teníamos que acudir a la escuela. La casa ya había sido, dentro de lo que cabe, arreglada. En cuanto a Eibar, el pueblo estaba por lo menos en un sesenta por ciento destruido. Sólo estaban de pie las paredes exteriores, los interiores de las casas no existían. Con las lluvias del otoño, todas las calles se convirtieron en un lodazal, en el que había que caminar con los pantalones remangados y a saltitos.

Ya vueltos a una normalidad de tiempo de guerra, no quedó de otra que reintegrarnos, nosotros los chavales, a lo que podía ser nuestra obligación.

Me estoy refiriendo a continuar con nuestra interrumpida y abandonada escolaridad.

Primero tuve que acudir a la escuela de los Jardines. Y como a criterio de mis padres aquello no funcionaba bien, me sacaron de ella y me hicieron ingresar contra mi voluntad en las escuelas de frailes en Isasi, era un colegio de corte religioso atendida por los hermanos del Sagrado Corazón. Aquí estuve como dos años y lo asombroso fue que me gustó el colegio.

Aceptando una de los pocas posibilidades de estudios que existía por ese entonces presenté examen de admisión a la Escuela de Armería e ingresé, y lo que sigue no fue nada extraordinario.

Me referiré a lo que sigue en otra ocasión

Decimotercera parte. 1937. La tragedia de Santander.

Coincidente con estas fechas de retirada ante las tropas rebeldes, se produjo una inesperada situación en Santander en la que fue escenario, esta última ciudad. Y que culminó en una gran tragedia.

Es por lo que voy a ocupar un espacio en hacer un paréntesis y detenerme para mencionar lo que en tiempo de la guerra eran sólo rumores, prohibida su publicación, y que pasado varios años tuve oportunidad de enterarme sobre estos sucesos hasta en su más mínimo detalle. Y fue en la época en que cumplí con mi servicio militar obligatorio.

Durante mi primer año que lo cumplí en Zaragoza, en el aeródromo militar de Sanjurjo, tuve dos compañeros santanderinos que fueron en primera mano testigos presenciales, y que dada la edad que tenían, en ese momento no pudieron captar los sucesos en su justo valor. Pero fue más tarde que escuchando a sus padres y a otras gentes que pudieron captar la realidad tal y como fue en momentos previos a la ocupación de Santander por las tropas rebeldes.

En fechas previas a la ocupación de Santander por las fuerzas rebeldes, se produjo una situación terrible e inesperada, provocada por la afluencia de multitudes de refugiados procedentes de todas las provincias vascas y de Santander, que huyendo de las tropas rebeldes que los estaban alcanzando, llegaron a Santander y fueron concentrándose, la mayoría camino al puerto, y como para la situación de angustia y urgencia que los agobiaba no parecía haber solución, desesperados, los refugiados en gran número decidieron, ya cansados de tanto peregrinar y como última oportunidad, tratar de salir de Santander a como diera lugar, por las buenas o por las malas, por la única vía posible que veían, por mar.

Antes de seguir, imagínense el espectáculo en Santander. Por un lado los miles de refugiados llenos de terror corriendo y asaltando casas y comercios, buscando algo que comer, o donde descansar, procurando ocultarse donde fuera, siempre y cuando fuera de la vista de los aviones alemanes que experimentaban nuevas tácticas y estrategias en la que los ametrallaban y bombardeaban, tanto la ciudad como los accesos a la misma, o a los que en su huída se dirigían al puerto, con la esperanza de poder hallar en el mar una puerta segura que les permitiera salir y escapar del horror de la guerra.

Y por si no fuera suficiente y a la vista de Santander un acorazado perteneciente a las fuerzas rebeldes, con todo su armamento orientado a Santander, disparando continuas andanadas de artillería de grueso calibre.

En estos últimos instantes, con todo lo anterior y la desesperación colectiva que iba en aumento y que se disparó por la inminencia de la ocupación de Santander por las tropas rebeldes, de quienes se referían estaban formadas por tropas de moros salvajes y regulares de la Legión, con el rumor anticipado de que por donde pasaran iban cometiendo las mayores atrocidades y barbaridades.

Y fue tal el terror que estos anuncios derrotistas producían en los que huían, que muchos, en su desesperación, ante las dificultades que encontraban, no sólo para poder ocultarse de los aviones y de las andanadas de artillería, no pudiendo siquiera, acercarse al mar, debido a la irracional muchedumbre de refugiados y huídos que se concentraban en el puerto, y que sordos y ciegos a cualquier lógica, impedían cualquier intento de organización, para una evacuación ordenada.

Entre estas gentes, las más cercanas al borde de los muelles en el puerto, en parte, por los empujones de los que venían por atrás, y por otra parte, aterrorizados y enloquecidos por el pavor que sentían, fueron siendo empujados contra su voluntad, hasta el punto de caer en el puerto, como en cascada al agua, donde una gran mayoría, pese a la ayuda improvisada con que se intentó socorrerlos, se fueron ahogando.

Afirmaban mis amigos de la “mili” que fueron testigos, de que muchos de los que cayeron al agua, lo hicieron voluntariamente, arrastrando con ellos a sus familiares, incluyendo niños y ancianos, en un acto desesperado que culminó en suicidio colectivo.

Y que hubo otros más, entre gente generalmente joven, que confiados en su juventud, se lanzaron al agua, nadando entre cadáveres y restos de embarcaciones, con la esperanza de poder subirse a alguna embarcación o confiando de que algunas de las naves, hasta botes de remos que salían, por caridad los recogieran, pero salvo excepciones, no resultó así, y no siéndoles posible, por agotamiento, regresarse a la orilla y subirse a los muelles, fue causa por la que, al límite de sus fuerzas, fueron ahogándose.

Entre los barcos que había en el puerto, la mayoría eran de pesca, muy chicos, y otros, aunque también de pesca, pero de altura un poco más grandes, que habían sido habilitados para la guerra, con un sólo y pequeño cañón, y que fueron conocidos como “bous”.

Y llegó un momento en que un gran número de estos barcos, entre chicos y los un poco más grandes, fueron asaltados violentamente por grupos de gentes enloquecidas, atropellando a todo lo que encontraran en su camino, arrollando y empujándolos al mar, incluso a los tripulantes que trataban de evitar la invasión, y en esta anarquía en la que todos gritaban, ordenaban, lloraban, rogaban y maldecían resultó que las embarcaciones, fueron sobrecargadas con estas personas, de tal forma, que antes de poder salir, muchas de ellas se hundieron o se voltearon, y esto sucedía en el mismo puerto.

Y para los que tenían la fortuna de que la embarcación en la que estaban, saliera de puerto, ya en alta mar, a la vista de Santander, los estaba esperando un acorazado rebelde, quien a cañonazos, como quien caza patos, se dedicaron a destrozar las embarcaciones que habían conseguido salir de puerto, hasta hundirlas. Y a los sobrevivientes que no desaparecieron con la embarcación, y trataban de alejarse a nado, a tiros de fusil o con ametralladoras los masacraron sin piedad.

Aseguraban los mismos testigos mencionados habérselo escuchado a sus padres, que no supieron de un solo caso, en que éste acorazado hubiera ejercitado ni siquiera por caridad, su obligación de salvamento a náufragos por muy enemigos que fueran. Por lo que suponían que no se salvó nadie.

Que todo esto sucedía a la vista de Santander y ante los horrorizados ojos de los miles y miles de personas que no pudiendo escapar, se quedaron, paralizados por el terror, en el mismo puerto entre gritos y maldiciones de la gentes, testigos de tales atrocidades.

Decimacuarta parte. Mi tío Gerardo y su aventura en el mar.

En uno de estos barcos conocidos como “bous” y que había sido artillado con un sólo cañón de poco calibre, mi tío Gerardo, hermano de mi madre, y creo que con otros cinco o seis marinos más, que habían sido destinados para servicio en la guerra en misión de vigilancia de las costas. Y que precisamente estuvieron para reparaciones, fondeados en el puerto de Santander, hasta varios días antes de la toma de esta ciudad por las tropas rebeldes.

Contaba que, no sé si una semana o más antes, y de madrugada, los habían ordenado que partieran de puerto para auxiliar a un barco en dificultades que pedía ayuda, y que acudieron varios barcos semejantes, para auxiliarlo.

Pero que resultó, que ya en alta mar, y en el horizonte, vieron un barco enorme, que navegaba muy lento y con las luces apagadas, y que se movía casi paralelo a la costa, como observándolos y pendiente de lo que pasara.

Pero decía mi tío, que como él y otro compañero del “bou” natural de Guetaria, habían cumplido juntos su servicio militar en la marina de guerra, como tripulantes del acorazado “Miguel de Cervantes y Saavedra” afirmaban que habían sido capacitados como vigías, para conocer e identificar a los barcos de la armada de guerra por sus siluetas y por las banderolas y códigos de identificación.

Por lo que en este “bou”, la función de los dos, precisamente era la de ser vigías, relevándose por turnos, para identificar barcos que vieran, y como para esta función disponían de, dizque, de unos buenos prismáticos, que en un principio, por falta de visibilidad, y porque no notaban en el barco ninguna actitud amenazadora, habían creído, que el barco de marras, pudiera ser de bandera republicana, leal al gobierno de la República Española, pues siendo madrugada no les fue posible una identificación correcta, ni por la silueta ni por las banderolas que no conseguían distinguirlas.

En cuanto amaneció un poco mas, y ya con una visibilidad más clara, inmediatamente y con gran pavor, creyeron reconocer por la silueta, de que se trataba de un acorazado ¡¡¡bingo!!! y que por las banderolas, yo no creo que las vieran, pero se imaginaron a qué bando pertenecía, naturalmente que al otro, por lo que sin más averiguaciones, alarmados, se fueron con el chisme a su patrón del “bou”. Y este, héroe al fin, sin pensarlo dos veces (y por si acaso) ordenó que de inmediato y a todo lo que en velocidad (seguro que no pasaría de unos cinco nudos) pudiera dar su barco, procedieran a alejarse de la zona y eludiendo al acorazado, tomar rumbo al noreste hacia Francia.

Muchas horas más tarde, llegaron a puerto francés. Y contaba mi tío, que era tal la velocidad (yo lo llamaría mejor miedo) que llevaban, que no pudieron parar hasta que chocaron contra un rompeolas en el muelle.

Según mi tío Gerardo, que fue tan grande el estruendo que armaron al chocar con el muelle, que, aun cuando era noche, como de milagro, aparecieron en el muelle, antes silencioso y solitario, gentes y gendarmes por todos lados y que todos muy enojados los insultaron hasta desgañitarse, menos mal que no entendían nada en francés, y que los inmovilizaron con cuerdas, que incluso se los pasaron hasta por el cuello, y que de inmediato, como si fueran asaltabancos, a pesar de las cuerdas, fueron todavía maniatados con grilletes por los gendarmes y sin más, los metieron a empujones en la cárcel del pueblo, donde pasaron, decía que a pesar de todo, la mejor noche en mucho tiempo. Ya que pudieron dormir y descansar, a pierna suelta, sin preocupación por los inconvenientes y las sorpresas de la guerra.

Que al día siguiente, además de un buen baño, rasurados y con ropa limpia que les dieron, además de un excelente y abundante desayuno, y que seguidamente y en castellano, y con mucho respeto, los interrogaron y los clasificaron, y después de una buena comida con vino, hartos y somnolientos por la opípara comida, fueron trasladados ese mismo día a una playa a bastante distancia del pueblo y que había sido habilitada para campo de concentración, donde la totalidad de los internos eran españoles, y así como ellos, huidos y refugiados en Francia, y aquí quedaron internados y detenidos sin la más mínima comodidad, a la intemperie y rodeados por alambre espinoso, y custodiados por soldados negrotes senegaleses, de aspecto inquietante y feroz. Y aquí estuvieron por un buen tiempo, pasando hambre, incomodidades y carencias, sin la más mínima posibilidad de asearse ni de rasurarse debidamente, y lo que era peor, sin el desayuno, ni la comida, que tanto recordaban y añoraban.

Muy puesto a exagerar, aseguraba mi tío Gerardo que toda la comida que habían recibido durante el tiempo que estuvieron detenidos en la playa o campo de concentración, era por mucho, menor en cantidad y mucho menos en calidad, que la que comieron el primer día en la cárcel.

Y lo que sigue, es otra historia.

Decimaquinta parte. (Mi topetazo de cuando me salí a ganarme la vida)

Aquí en México, cuando en alguna reunión de amigos, en Gaztelupe normalmente, cuando hay gente, también amigos, invitados de Gaztelupe, con alguna frecuencia Arrillaga saca a colación de cuando yo estuve de soldado, y me presentan, dadas las circunstancias, como un bicho raro, para quien no hubo uniformes ni botas, y que cumplió el servicio militar en Gernika, presentándome a nivel de comentario jocoso, como "guardavías de aviación" por lo que me parece correcto comentar algo al respecto. Pero para llegar a lo que me propongo necesito retomar el asunto a partir de un tiempo anterior.

Después de la Escuela de Armería.

Creo que fue el año 1940 cuando ingresé en la Escuela de Armería, yo tenía trece años. Tres años más tarde nos recibimos como Técnicos Mecánicos. Los que terminamos nuestra especialidad con cierto nivel en las calificaciones, algo más elevado que el promedio, tuvimos la oportunidad de continuar con nuestros estudios para una Maestría en Mecánica de Precisión. Un año más tarde, terminé con la Maestría, y ya con 17 años, y supuestamente bien preparado y capacitado, y muy ilusionado, muy seguro de mí mismo, me dispuse a enfrentarme al mundo laboral.

Y lo que siguió a este momento me resultó una experiencia muy traumática. Como muchos de nosotros, supuestamente por el hecho de ser egresados de la Escuela de Armería, y más en calidad de Maestría me sentía muy confiado en que se me facilitaría el encontrar un, más o menos, regular empleo. Suponíamos, y así nos lo remacharon hasta la saciedad, de que los egresados, de la Escuela de Armería recibiríamos, para complementar nuestros estudios con una posterior práctica y experiencia, especiales apoyos y consideraciones, por parte de la industria, sobre todo de la de la zona nuestra. En esos momentos, nuestras aspiraciones de trabajo eran en primer lugar, la de poder ingresar en alguna oficina técnica de industria de buen nivel, donde poder poner en práctica todos nuestros conocimientos teóricos y prácticos adquiridos en la Escuela de Armería. quedando nuestras aspiraciones respecto al salario, relegado a un segundo lugar.

Lo cierto era que por nuestros estudios y prácticas, resultábamos ser perfectamente capacitados para este tipo de actividades.

Y la realidad fue, que en una forma no declarada, se nos negó esta ayuda. Con algunas excepciones, los que no contábamos con antecedentes familiares industriales o con compadres generosos, nos enfrentamos pese a nuestra capacitación a nivel académico, con ofertas de indignos trabajos peonales o de ínfima categoría, aunados, por nuestra edad y argumentada falta de experiencia, aspirantes a salarios mínimos. La triste realidad fue que por parte de la industria, no existió la más mínima disposición a reconocer los esfuerzos personales y de nuestras familias para capacitarnos en una actividad que a la larga, en mucho podría beneficiar a la industria, tanto en lo particular como en lo general.

Tampoco recibimos por parte de la Escuela de Armería la necesaria ayuda a través de una bolsa de trabajo promotora de nuestras capacidades, tendiente a defender dignamente nuestras pretensiones y necesidades laborales, ante la posición tan negativa asumida por la industria en lo general.

Terminamos nuestra carrera y fuimos abandonados a nuestra suerte, huérfanos de apoyo, en una selva de incomprensión y abuso laboral. Y a muchos, a casi todos, así nos fue. A medida que pasaba el tiempo y con muchas decepciones pese al esfuerzo, algunos, no la mayoría, pudimos en alguna forma, salvar nuestra vapuleada dignidad.

Por ese tiempo y en lo que a mí respecta, respondí a todo tipo de ofertas de trabajo. Pero el hecho de ser egresado de la Escuela de Armería, en contra de lo que suponíamos, no fue motivante de consideraciones especiales. Por nuestra edad y nuestra supuesta falta de experiencia en el mundo industrial, éramos considerados menos que aprendices, poco menos que incapacitados, y tratados como tales.

Aún cuando en mis solicitudes de trabajo presentaba mis certificados de estudios y calificaciones el primer trabajo que me ofrecieron fue como operador de un taladro chico en trabajo de producción. Me negué a aceptarlo por ofendido. Me costó convencerme de que los certificados eran papel mojado. Después de varias experiencias igual de humillantes no me quedó de otra, ante la imperiosa necesidad de tener que trabajar, sino claudicar.

Así que olvidando mis pretensiones, acepté que mi primer trabajo fuera de ayudante de tornero, con salario mínimo. Diariamente tenía que trabajar hora y media más, con el mismo salario. Trabajé en este lugar por muy poco tiempo, pues el lugar de trabajo era tan oscuro e insalubre que caí enfermo ante esta realidad, mis padres insistieron en que renunciara a este trabajo. Y así lo hice. Apenas me repuse de mi enfermedad, nuevamente con mis estudios y pretensiones ignoradas y despreciadas, tuve que agradecer un nuevo trabajo en otra fábrica, y ésta vez, como ayudante de ajustador. Con igual salario al anterior. Aquí estuve como año y medio, pues me llegó el momento de tener que cumplir con mi servicio militar obligatorio.

De cuando me tocó ir de soldado.

Con la intención de evitar el que cuando fuera llamado a filas fuera destinado a África, previamente había solicitado el ingreso voluntario al Cuerpo de Aviación en Zaragoza. Así que en enero de 1947, portando el requerimiento recibido, me presenté en Zaragoza, en la Jefatura de Reclutamiento de Aviación. Y para mí, aquí empezó una nueva vida, lejos y sin el apoyo y la comprensión de "papá y mamá".

Y a partir de ese momento me sentí como cucaracha fumigada, y bajo el dominio y el alcance de las botas guerreras de mis superiores. En el que el capitán era casi Dios y el sargento, un cabrón desertor del arado que nos traía a parir. Lo primero que tuvimos que aprender fue el que a nosotros, reclutas recién ingresados, pretendían el que como personas nos consideráramos menos que una colilla de cigarro, a quien podían pisar impunemente.

Mi primer encontronazo con el entorno militar fue un desafortunado hocicazo que me di, a causa de que por un mal entendido, no me presenté donde debía, en el momento que debía, y ante quien debía. Y cuando al otro día me presenté en una oficina, ante el oficial de reclutamiento... me puso una regañada que para qué os cuento. Pues resultó que todos los reclutas que se presentaron de víspera, ya habían sido destinados y trasladados, a sus nuevos destinos. Quedaba yo sólo.

Este energúmeno que me recibió en aquellas formas era un teniente chusquero, con más edad que una vieja cacatúa, y que cuando me presenté ante él, se puso frenético, a punto de congestión. Yo me espanté, pues creí que le iba a dar una apoplejía. Aunque la verdad fue, que en ese momento, era lo menos que podía desearle.

Esa misma noche con otros despistados como yo, fuimos todos destinados y llevados al aeródromo de Sanjurjo, un aeródromo militar situado a 25 km. de Zaragoza.

Como dije antes, era enero y hacía un frió de muchos grados bajo cero. Nos llevaron a unas barracas-dormitorios. Y nos destinaron unos camastros, sin cobijas. Pasé un frió polaco.....(po...la...co...la) y natural que no consiguiera dormir. Y al día siguiente, todo trasnochado, comenzó mi vida de soldado, que duró dos años. Tres meses de "entrenamiento", "instrucción" (guardias, lavar peroles y retretes etc. etc.). Ya jurada la bandera, nueve meses más los pase en Sanjurjo. Y el segundo año (fue el año más bueno de mi vida), lo pasé destacado en Gernika, y aquí estuve solo. Mi función fue la de ser observador antiaeronáutico (no es chiste). Debía reportar los aviones que trasvolaban por Gernika, indicando orientación, altura aproximada, tipo y nacionalidad del avión. El resultado fue que ese año y en Gernika lo pasé bomba.

Tenía libre acceso y sin obstáculos a todas las dependencias municipales, cárcel, biblioteca, asistir como oyente a las sesiones municipales, así como también acceso gratuito a todas las demás instalaciones, frontón, campo de fútbol, Casa de Juntas, cine, etc. etc. etc. etc. Y como gesto inútil y vanidoso de snobismo, me daba el lujo, cuando así me apetecía, de ir a dormir la siesta en la mitad del campo de fútbol. Y lo hice varias veces.

Cuando con la correspondiente orden me presenté en el Ayuntamiento de Gernika para que me proporcionaran un lugar que me sirviera de habitación y dormitorio, me la dieron una habitación que estaba encima de las celdas de la cárcel, con una gran ventana a la calle. Había un catre de madera con un colchón de paja molida y más dura que una losa. Por lo que en un alarde de sentido práctico, tomé mis cobijas y sábanas e hice mi cama lo mejor que pude, y seguidamente procedí a clavetear el extremo inferior de la cobija con las sábanas y el colchón al catre. De esta forma la cama ya hecha me duró todo el tiempo que estuve en Gernika, un año, exactamente.

Y vuelvo a Zaragoza, cuando recluta, en los próximos días posteriores al ingreso, nos proveyeron de equipo; ropa, botas, abrigo etc. etc. y resultó que nada de lo que me entregaron me servía. Aunque algo delgado, yo medía 1.90 mts de estatura y mis pies eran de tamaño respetable. Por lo que resultó, que de la ropa y calzado que me fue entregado nada me servía. Y lo mío se convirtió en problema. Por lo que tuvieron que pedir a los almacenes de la mayoría la ropa adecuada a mi talla. Y resultó que no existían ni ropa ni abrigo para mi talla ni botas para mis pies. Menos mal que yo llevé en mi ingreso unas botas que empleaba en mis caminatas montañeriles. Y gracias a ello pude preservar mis pies de la humedad y frío que hacía. El uniforme que me dieron era de chiste, las mangas de mi guerrera me llegaban a mitad del brazo, y lo mismo los pantalones. Y como tampoco existían botas de mi medida, cuando el tiempo lo permitía calzaba alpargatas, tanto en los desfiles como cuando iba de paseo a Zaragoza.

Cuando las marchas y desfiles, era costumbre para armonizar el paso el que se cantara. Eran canciones sencillas pero por su ritmo y compás, ayudaba a marchar en orden.

En esa época, no sólamente era alto y bastante desgarbado, sino que poseía un vozarrón que se me oía claro y fuerte.

Pues bien en las marchas y desfiles estoy seguro que ponía todo mi entusiasmo en cantar, y tampoco existe la menor duda de que desafinaba, ya que a mí el canto no se me daba, pero que más daba, la tropa no era un orfeón, hasta que un día, y aquí si que me humillaron, mi capitán me prohibió que cantara, pues según afirmaba, que yo, con mis cantares y con mi vozarrón, era la causa de que toda la tropa perdiera el paso... qué exagerado. Por lo visto, no le caía nada bien.

Recuerdo que viéndome en un espejo, la facha que yo tenía con aquellas ropas improvisadas, era como para morirse de risa. Parecía un espantapájaros. Por esa causa me libré de desfilar en cuanta ceremonia se celebraba en los cuarteles.

Cuando en la ceremonia de la jura a la bandera, en la que estaban presentes los más altos jefes del cuerpo, resultó, que por impresentable yo exenté de desfilar y jurar en la ceremonia con todos los demás compañeros... pero no me libré de jurar, y lo tuve que hacer privadamente en la biblioteca.

Y esta situación no dejó de causarme problemas, sobre todo cuando me iba de permiso o de paseo a Zaragoza. En varias ocasiones fui detenido por la Policía Militar, y llevado a resguardo, siendo necesario que del cuartel enviaran a alguien a mi rescate. Y esta situación se repitió varias veces. Lo suficiente para que mi capitán se decidiera extenderme un pase en el que textualmente más o menos decía:

“Aeródromo de Sanjurjo (Zaragoza). Sexta región aérea. A solicitud del interesado y para lo que proceda, se expone lo siguiente: El legionario Félix Arrieta Echeverria va con traje de faena y alpargatas por no existir uniforme y botas de su talla y número en los almacenes de esta mayoría. (firmaba) Capt. Manuel Serrano Expósito Comandante del campo”.

Con este pase dejaron ya de molestarme los de la Policía Militar.

Más tarde, en una sastrería civil y por cuenta del Cuerpo de Aviación, me hicieron a la medida los uniformes de tela de sarga para verano y de paño para invierno, así como el abrigo y las chamarras para invierno. Y otro tanto con la botas, éstas eran de media caña, y también me las hicieron a la medida. Me parecieron enormes.

Éste hecho de que tuvieran que hacerme todo mi equipo a la medida era algo sobre lo cual no existían precedentes.

Y para remate resultó que el corte de todos estos uniformes eran de diseño moderno o futurista. Y por lo tanto también desconocido para algunos de los oficiales o de la Policía Militar. No obstante el pase que llevaba, seguimos con las llamadas de atención, solo que estas veces no me metían al bote.

Cumplido con el periodo de "capacitación" que duró tres meses se nos dieron nuestros destinos, algunos fueron destinados a servicios de cuarteles y militares, guardias, patrullajes, destacamentos, etc. otros para la cocina, algunos para oficinas, y así por el estilo. En mi caso previamente había solicitado ser bibliotecario pues en esas fecha el anterior bibliotecario, que era mi amigo, se licenciaba y se regresaba a su casa. Enterado de esta vacante, fue que solicité ser bibliotecario y me lo concedieron.

Fue estupendo. Sobre todo para mí, que gustaba de la lectura pues gracias a ello, nada más desayunar me desaparecía y me iba a la biblioteca, y allí me apoltronaba hasta que llegaban soldados y oficiales que gustaban de leer o recibían algún que otro cursillo y tenía que atenderlos.

Entre los cursos que se impartieron, fueron varios de capacitación para el servicio de antiaeronáutica.

Como circunstancialmente siempre me tocaba estar presente en estos cursos, lógicamente me los aprendí. Así que en una ocasión se me ocurrió proponer a las personas encargadas de impartir el curso (un capitán y un sargento) el que yo podía dar ese curso (di dos, en el lapso de medio año) y en tanto ellos se tomaban ese tiempo, de tres semanas por curso, como permiso. Pero condicionando el que a cambio, ellos me ayudarían a cambiar de servicio, y así como el poder escoger el destino final donde cumplir el servicio mencionado es que supe de que estos destacamentos, de dos soldados por destacamento, estaban ubicados por toda la frontera con Francia así como por Guipúzcoa y Vizcaya (Gernika, Markina, etc. etc.).

Y así sucedió, solicite el cambio de servicio, y en un abanico de posibilidades, escogí Gernika. Y aquí pasé todo el año 1948. Al principio de enero tome posesión del destacamento (yo solo). Y al principio de enero de 1949 entregué el puesto a mi relevo y me licencié y regresé a casa.

Nuevamente en pos del trabajo.

Y nuevamente en casa, y nuevamente a buscar trabajo. Pero esta vez conté con mejor fortuna. Me empleé en una compañía donde me desempeñé como delineante en la sección técnica. Al menos, cabía la posibilidad de no estar siempre mugroso. Aunque en el aspecto económico y de trabajo no hubo mucha compresión.

En esta compañía trabajé por dos años. Al cabo de ellos, por un profesor de la Escuela de Armería, Don Eduardo Lizundia, de quien guardo un afectivo y agradecido recuerdo, supe de una solicitud recibida en la Escuela de Armería en la que una dependencia oficial solicitaba personal técnico.

Recomendado por el mencionado profesor, y por la Escuela de Armería ofrecí mis servicios, aceptado en principio, tuve que presentarme en Madrid. Luego de un examen de admisión a nivel práctico y que duró casi un mes, fui aceptado. Y me encontré con que los ofertantes, de casi cien anteriores a mi, luego de un primer filtro quedaron reducidos a unos cincuenta, luego de un segundo filtro, quedaron reducidos a veinticinco candidatos, y ésta fue la plantilla de aceptados para trabajar. Yo me presenté en Madrid en este mismo momento. Por las recomendaciones con que la Escuela de Armería apoyó mi propuesta, quedé aceptado entre los veinticinco. Sujeto en lo personal a una prueba-examen de un mes de duración. Transcurrido el mes fui aceptado. Al convenir en el aspecto económico, me llevé una gran sorpresa pues su ofrecimiento, niveles salariales y prestaciones rebasaban por mucho mis más ambiciosas pretensiones. Claro que acepté y de inmediato para mí era como atinarle a los 14 resultados de una quiniela de fútbol. Y resultó que mi aceptación no me condenaba a una inmovilidad laboral. Me quedaban abiertas amplias y jugosas oportunidades, y quedé enterado de que cada tres meses se evaluaría a cada quién en su trabajo. Los que aprobaran, luego del primer trimestre continuarían, y los que reprobaran, o se quedaban para otra oportunidad o en caso de inconformidad tendrían que regresarse a su casa. Entre los que fueran aceptados, algunos, los de mejor desempeño, serían promovidos, pudiendo ascender a Proyectista de Segunda. Otros tres meses más y nueva evaluación, y los aceptados pasarían a Proyectista de Primera. Y entre estos Proyectistas de Primera, luego de una última evaluación que duraría seis meses, saldría escogido un Jefe de Proyectistas. Pues bien, a la final sólo fuimos tres los candidatos. Pero resultó el que al final del primer año de trabajar en este centro, fui yo el único promovido a Jefe de Proyectistas.

El centro donde laboré en Madrid era conocido como CETME (Centro de Estudios Técnicos de Materiales Especiales). Este nombre ocultaba su verdadera función. Pertenecía al grupo del INI (Instituto Nacional de Industria). Administrativa y técnicamente estaba bajo la dirección y control del Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción (militares).

Este centro, en lo que se refiere a su función específica, era la de desarrollar armas ligeras y pesadas y estaba atendida por un numeroso grupo de ingenieros alemanes, todos ellos contratados entre el personal técnico alemán que al terminar la guerra emigraron a otros países, especialmente a España, todos ellos eran especialistas reconocidos y que habían trabajado en importantes compañías alemanas dedicadas a la fabricación de armas, Krupp, Reischmetal, etc. y estaban especializados en el cálculo, desarrollo y fabricación de armas (cañones, cohetes, armas ligeras etc. etc.). Este grupo de técnicos alemanes, quienes se desempeñaban en forma autónoma bajo la dirección de un jefe, también alemán. Y nuestro grupo de proyectistas y dibujantes en la que cada quién, laborábamos en la asistencia a un técnico alemán.

Pues aquí llegué, y creo que caí de pie. Fui muy reconocido y estimado, así como respetado profesional y personalmente mi criterio y opiniones en este lugar, profesionalmente y como persona me sentí realizado, así fue como recuperé sobradamente toda mi deteriorada autoestima.

En cuanto al aspecto económico, fueron conmigo en lo personal de una liberalidad, no solamente desconocida para mí, sino incluso insospechada. Un buen salario, tres períodos de vacaciones (verano, cuatro semanas, Navidad, tres semanas, y Semana Santa dos semanas) más primas por residencia, viáticos en caso de viajes, bonos por productividad, y cuatro pagas extraordinarias anuales.

Pero al cabo del tiempo, al cuarto año, me encontré en una situación inesperada. Mi posición, aunque muy apoyado y reconocido tanto por el personal directivo español, como por el alemán, fue objetado, y todo por mi condición de civil. Esta decisión, que me cayó como rayo, procedió de las altas esferas militares, en la que se establecía, el que todo jefe de origen español, como era mi caso, debía ser ocupado por un militar a nivel de jefe y procedente de la Escuela de Ingenieros de Armamento y Construcción.

Después de un sin fin de dimes y diretes, acuerdos y desacuerdos, etc. etc. en un deseo de favorecerme le hallaron la vuelta. Reconocieron el que los estudios en la Escuela de Armería, eran equivalentes hasta cierto nivel con los impartidos por la Escuela de Ingenieros en Armamento y Construcción.

Reconocida y aceptada la mencionada solución, sólo quedaba condicionado, y de esto nada me libraba, a que yo debería presentar un examen de actualización. Y el cual, el examen, podía evitarse con el reconocimiento de mi desempeño en el trabajo.

Aparentemente todo quedó resuelto y arreglado, pero la verdad es que no. Aún cuando aceptara y quedara en mi trabajo, la situación era que, automáticamente me convertía en militar. De momento con grado de oficial (teniente) y naturalmente que sujeto a las leyes, disciplina y reglamentos militares. Y sería en una segunda etapa en que tendría que sujetarme a un periodo de internado por seis meses en la Academia Militar de Armamento y Construcción para una actualización y capacitación técnica. Y sería terminado con este protocolo que yo recibiría un reconocimiento por mi puesto y esta vez sería con grado de comandante. Con todos los privilegios y prestaciones que suponía tal condición.

Y aquí fue donde la burra perdió el rabo... ya que eso de ser militar, por muy comandante que fuera, no cuadraba con mi devoción, en mi interior siempre odié el militarismo, y mira por dónde... la verdad es que por mucha buena voluntad que yo pusiera en aceptar... no me entraba... y no me sentía dispuesto a aceptar las condiciones ni la rigidez ni la disciplina militar. Así que decepcionado, empecé a considerar otras opciones. Y fue a partir de éste momento y en éste verano de 1954 después de más de cuatro años en el CETME, cuando sucedió como en cascada todo lo que hizo para que yo me viniera para México.

Al respecto de lo anterior, en algún lugar de estos recuerdos me refiero con más exactitud a toda ésta época en que me vine a México.

Decimasexta parte. De cuando aquí en México DF fuimos victimas inermes de un asalto. (Ésto que voy a referir nos sucedió aquí en México).

El día 4 de enero de 1998, domingo, acordamos nosotros, Dora, Jaione, Nerea con Andoni y yo, juntos con Laurita y su esposo Vicente Trejo, en una especie de celebración por Año Nuevo ir a comer al restaurante Gernika, en la calle Mariano Escobedo y frente al Club Deportivo Chapultepec. El propietario de este restaurant es un ex-pelotari de nombre Iñaki Soraluce (Sor-Alicia). Nacido en Ermua.

Iñaki y nosotros somos muy amigos. Hace muchos años que nos conocemos.

La especialidad en cocina de este restaurante es la comida vasca. Y lo cumplen con bastante acierto.

Nos habíamos citado a las dos de la tarde, pero como siempre, fue hasta las tres y media que pudimos por fin reunirnos. Mientras esperábamos aprovechamos el tiempo de espera para tomarnos algunos aperitivos (botanas): txistorra, morcilla, jamón serrano, etc. etc. bien bañados con tequila, así que para cuando nos reunimos todos, y el que los recién llegados trataran de alcanzarnos a nuestro nivel, pasó otro rato, y ya con todos muy animados, por fin nos decidimos a hacer el pedido de la comida.

Dada la hora , había pocas mesas ocupadas. Yo creo que serían una seis mesas en total.

Ya nos sirvieron y comenzamos la comida, vino va y vino viene, todos muy animados y ya en los postres y en el café, a eso de las cinco y media entraron en el restaurant dos muchachos de unos diecinueve y veinte años. Yo los ví entrar y oí que decían ¡todos quietos! ¡esto es un asalto! y ¡el que se mueva o haga algún movimiento sospechoso se muere!

Al mismo tiempo que uno de ellos sacaba de entre sus ropas una pistola automática, por lo grande que vi el agujero, me pareció que sería de calibre 45, y lo dirigía amenazador a todos los que estábamos.

Otra orden ¡a los señores, que vayan sacando todo lo que tienen en los bolsillos, carteras, dinero, tarjetas de crédito, relojes, y todo ello lo dejan sobre la mesa!, ¡a las señoras, que se quiten todas la joyas, relojes, collares, pendientes, así como también vacíen los contenidos de los bolsos! ¡y no trate nadie de pasarse de listo!

El de la pistola a quien se le veía muy nervioso, seguro que drogado, agitando la pistola en forma amenazadora, y a mí, de entrada, el cañón me lo aproximó a la frente, y se paseó de mesa en mesa recogiendo lo que cada quién iba sacando y colocándolo sobre la mesa, en algunos casos, con insultos y amenazas instaban a que sacaran todo lo que tenían sin tratar de ocultarlo.

Yo por mi parte, con precipitación y con no mucho disimulo, conseguí sacar de mi cartera las tarjetas de crédito y el dinero que llevaba y me los metí en la caña de mi bota, sólo dejé cien pesos en la mesa junto con otras cantidades, la verdad es que del reloj ni me acordé, y eso que estaba en mangas de camisa. Pero tampoco el asaltante lo vió y cuando el empistolado pasó a mi lado, recogiendo lo depositado en la mesa, vió mi teléfono móvil que tenía en mi bolsillo de la camisa, y me lo arrebató. Al esposo de Laurita le quitaron su cartera completa con dinero y tarjetas y a las mujeres los anillos y pulseras que llevaban. Pero dada la inseguridad que priva por estos tiempos, las mujeres evitan llevar alhajas de alto costo, las que llevaban eran de plata o plateadas.

El otro asaltante portaba un descomunal cuchillo cebollero y con ello iba amenazando a todos lo que encontraba en su camino, se dirigió a la barra del restaurante y vació la caja, y a los camareros también.

Ya con todo lo recogido, luego de advertirnos el que no intentáramos salir detrás de ellos, hasta pasados cinco minutos, pues que fuera del restaurante había un compañero de ellos encargado de cerrar la huida, y que si alguien salía en su seguimiento, podría pasarle que le fuera peor que a nosotros. Por tras los vidrios del restaurant los vimos perfectamente cuando salieron del restaurante, y que siendo jóvenes, a buen paso como corriendo, pero con no demasiada prisa, cruzaron la calle y enseguida los perdimos de vista al confundirse entre la gente.

Esta última advertencia de que nadie saliera en su persecución o en solicitud de ayuda, la tomamos muy en cuenta, pues con mucha frecuencia salían noticias en los periódicos, en la que relataban que luego de un asalto a un restaurante o comercio o banco, al salir los asaltantes a la carrera, alguno de los asaltados, se decidió a salir en su persecución, y que desgraciadamente justo al momento de salir recibió un balazo, procedente de un cómplice oculto entre la gente, o incluso aparentemente asaltado, y que era el encargado de evitar que salieran en su persecución. Así que no lo hicimos.

Cuando entraron en el restaurante y como digo más arriba, uno de ellos amenazador con una pistola yo los ví en cuanto pasaron la puerta y escuché su aviso y amenaza. Pero viéndolos me pareció estar viendo una escena surrealista, un tanto caricaturesca, no me parecía nada real, como si se tratara de una película en la televisión. Y aún cuando nos amenazara , en ningún momento me sentí amenazado.

Aunque vi sus caras, en lo único en que sí me fijé bien y que no se me olvida, fue en la pistola, y creo que llevaba el seguro puesto, y el percutor abajo. Pero naturalmente, que yo ví lo que quería ver, y que tal si estaba yo equivocado... y fue cuando yo estaba tratando de fijarme mejor, en parte en su cara pero más en su pistola fue cuando me preguntó ¿y usted qué tanto mira?. Y nuevamente acercó la pistola a mi frente, pero esta vez lo hizo apoyando la pistola en mi frente... el agujero del cañón de la pistola que yo ví en ése momento, me pareció de tal tamaño, que estaba seguro de que fácilmente podía caber mi dedo gordo de la mano (una pulgada).

Después de que todo pasó, nos pusimos a considerar sobre la conveniencia de acudir a una delegación policíaca y levantar el acta correspondiente. Pero consideramos que son tan inútiles estas gestiones, y tan poco efectivas y tantas las molestias por las que te hacen pasar. Además que después de todo, más fue el susto y la contrariedad sufrida, que el mal económico, o en la propiedad. Así que todo quedó como una pesadilla pasada y pesada.

Pero pasada la cosa, y claro que por causa del nerviosismo pasado, y ya que no estaban los asaltantes, y a falta de a quien culpar, mis hijas y Dora me pusieron como "chupa de dómine", por haber provocado, según ellas, el que el "Juan Candelas" apoyara la pistola en mi frente......¡habráse visto semejante ocurrencia!

Si hubieran sabido lo que en realidad pensaba y lo que estuve a punto de hacer, y que si no lo hice, fue por la presencia de mi familia... me fusilan.

Índice por épocas y acontecimientos

1º.- 18 de julio de 1936. Comienzo de la guerra. Batallas en Irun y caida de San Sebastián (¿fines de julio?)

2º.- Primer bombardeo en Eibar (verano de 1936) (¿agosto 1936?) En el jardín de Orbea (agosto-hasta mediados septiembre)

3º.- Excursion al caserío Agarre, y primera evacuación y nuestro exodo a Areta. Llegada de las tropas rebeldes a Arrate (¿ mediados de septiembre de 1936 ?)

4º.- 21 de septiembre, evacuación de "Industrias Movilizadas" a Deusto para ser convertida en "Industrias de Guerra Guipuzcoanas".

5º.- Aventura del viaje al molino, y Navidad pasada en Areta (25 de diciembre de 1936)

6º.- Regreso a Eibar y vuelta a clases (¿enero de 1937 hasta principios de febrero?) en un colegio en Bilbao (¿principios de febrero 1937 hasta principio de marzo de 1937?)

7º.- Salida del colegio y mi llegada a Garai (¿principios de marzo de 1937?)

8º.- Mediados de marzo, accidente de mi padre al tratar de escapar del bombardeo al tren.

9º.- Fines de marzo, bombardeo de Durango.

10º.- Ocupación de Eibar por las fuerzas rebeldes y bombardeo de Gernika 26 de abril de 1937.

11º.- Ocupación de Garai por los franquistas (28 de abril de 1937).

12º.- Salida de Garai y regreso a Eibar (mediados de mayo de 1937).

13º.-Traslado a Deva, principios de junio, hasta septiembre.

14º.- Septiembre, regreso a Eibar y comienzo de clases.

Serafin
Serafin dio:
2011/02/23 13:05

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