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Un puente dinamitado y reconstruido

Oier Gorosabel 2009/07/31 18:15
Hauxe da "Antzinako" genealogia elkarteko aldizkari digitalian argitaratu desten artikulua, Berasueta familixian gorabeherei buruz. Merezi dau aldizkarixan bertan irakortzia, oso maketaziño politta eta atsegiña daka, argazki eta guzti gaiñera.

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Un puente dinamitado y reconstruido

Nunca se me ocurrió preguntarle directamente por su vida de niña. Quizás empecé a cavilar sobre ello con su mano huesuda dentro de la mía, en aquel invierno de un año que no soy capaz de recordar, mientras la habitación permanecía en un silencio roto únicamente por sus estertores. La amama Isabel dormía ya un piadoso sueño químico del que no despertaría.

Podría haber hablado con ella mil y una veces: hasta los 90 años, cuando tenía la cabeza lúcida y las piernas tan bien como a esa edad se puede; hasta los 92 años, cuando ya poco salía pero tenía mucho tiempo para estar con sus nietos y bisnietos; incluso hasta los 94 años, cuando con su cabeza “patinaba” en las cosas recientes pero recordaba las antiguas, que eran las que a mí más me interesan ahora. Pero entonces yo era demasiado joven, y siguiendo la irónica regla, no valoraba esta posibilidad porque todavía no la había perdido.

Únicamente recuerdo de su boca la anécdota del tronco que no era de madera, sino de serpiente: fue a por leña al galpón, y se escurrió entre sus manos... Entonces para mí era una anécdota graciosa de la viejita. Ahora sé lo que podría haber recogido si hubiera seguido tirando de aquel pequeño hilo: la amama tenía 11 años cuando se vino al País Vasco con su madre y hermanos, dejando en Argentina a su padre y hermano mayor. Once años en 1914 eran suficientes para trabajar duro en las labores de la granja y cuidar como una mujercita de sus hermanos pequeños. Lo recordaría bien, vaya que sí.

Supongo, sí, que empecé a interesarme por los vascos de la diáspora cuando la amama Isabel murió. Fue algo progresivo, casi inconsciente: fui sondeando por aquí y por allá en mis ratos de aburrimiento, comenzando a salsear en el recién descubierto internet allá por 1997. 11 años de rondar a la Argentina a distancia, hasta encontrarme con un pasaje a la Semana Vasca de Necochea en el bolsillo, y recabando información sobre los Berasueta en Argentina.

Tres adolescentes y un viaje sin retorno

Pero comencemos desde el principio. Corren mediados del S. XIX y en el caserío Maiskoternea de Lekaroz (Valle de Baztan, Navarra) viven Jose Francisco Pío Berasueta y Ana María Meaka con sus hijos José, Josefa, Ventura e Hilario. Según las costumbres de sucesión, sólo uno de los hijos puede heredar el caserío con lo que el resto queda obligado a marchar de casa, siendo las salidas más habituales ingresar en la iglesia católica o emigrar a América. Será esta última la opción escogida para los tres hermanos varones, Hilario, José y Ventura. Junto con muchos otros jóvenes del Valle de Baztan, se embarcan en un viaje de 3 meses; los chicos, que en ese momento tienen en torno a 15 años, se despiden de sus padres y hermana, quienes saben que nunca les volverán a ver.

La joven República Argentina ha conquistado recientemente su independencia de España en 1816. En la época que nos ocupa  el nuevo Estado se halla inmerso en plena “Conquista del Desierto”, campaña para adueñarse definitivamente de la pampa. Hasta entonces estas vastas y fértiles llanuras se incluían en los mapas como parte de Argentina, pero desde el S.XVI los repetidos intentos de colonización habían sido rechazados por los indígenas. Durante los S. XVII y XVIII los Cabildos autorizaban esporádicamente a vecinos de ciudades como Buenos Aires o Río Cuarto a hacer las llamadas "entradas" en territorio no sometido al control español, con el fin de cazar el abundante ganado cimarrón existente. Dichas "entradas" solían llegar hasta el actual territorio del partido de Balcarce. Pero el primer asentamiento definitivo de un colono no se produjo hasta 1819.

Las incursiones de los indígenas, que consideraban a los colonos europeos como usurpadores de sus territorios, son una constante por varios años, incluso después de las grandes batallas de 1884, año en que oficialmente se da por finalizada la “Conquista del Desierto”. Los indígenas practican un sistema de ataques en masa, denominados malones, en los que utilizan diestramente el caballo, largas lanzas y boleadoras. En tales ocasiones, los pobladores de lo que luego será Balcarce se refugian en las montañas de la Sierra Chata.

En este contexto, Hilario Berasueta Meaka y sus hermanos llegan primero a Castelli, y allí se separan. Aquí perdemos la pista de José y Ventura. Cuando Hilario llega a Balcarce entra a trabajar en la estancia Santa Elena, arrendada por una familia venida también desde Lekaroz: los Zaharrea.

Arrieros en la pampa

En aquellas inmensas llanuras donde la vista se pierde en el horizonte, muchos vascos están haciendo grandes fortunas como alambradores. La consigna del momento es “correr al indio” a toda costa, de forma que se da todo tipo de facilidades a los colonos: el Estado promulga una ley mediante la cual a quien alambre una tierra se le concede la propiedad de la misma, con tal de que hagan frente a los contraataques mapuches. Vienen barcos de Inglaterra cargados de alambre, y tras dotarlo de púas (el alambre de espino se inventa en Argentina) cuadrillas de vascos se dedican a colocarlo con postes a lo largo de centenares de kilómetros. La acaparación de terreno llegó a un punto que el estado consideró conveniente refrenar, y se promulgó una ley mediante la cual se limitaba la extensión máxima de las estancias a 11.000 hectáreas (más del doble de la Península Ibérica).

En esa época la mayoría de los vascos eran alambradores, y a casi todos les faltaba algún dedo. La razón era que esa tierra bruta y fértil, nunca había sido labrada y en ella abundaban las víboras. Cuando una de ellas les mordía en un dedo -cosa bastante frecuente-, lo ponían en el poste y ellos mismos se lo cortaban de un golpe de hacha, antes de que el veneno pasara a la sangre. Era la única solución para sobrevivir, dado que cualquier atención sanitaria se hallaba a muchas horas de distancia a caballo.

Desde el primer asentamiento en 1819, los colonos van por tanto ocupando lo que después se conocerá como Partido de Balcarce. Es fundado en 1865 y se bautiza así en honor del militar González Balcarce, que luchó en la Guerra de Independencia Argentina. Es en esta época cuando Hilario llega a la estancia Santa Elena. El Partido de Balcarce es por aquel entonces un conjunto rural de estancias o granjas, sin núcleo urbano alguno. La ciudad de San José de Balcarce se creará 11 años después, en 1876, a iniciativa del estanciero vasco José de la Cuadra.

El adolescente Hilario comienza a trabajar para los Zaharrea con una tropa de carretas de bueyes. Transporta géneros del campo a Buenos Aires (cueros, lana, cerda...), regresando a Balcarce con mercadería de almacén (azúcar, harina, vino...). La dificultad principal del viaje a Buenos Aires radica en el paso de los ríos Samborombón y Salado, en el centro de la pampa occidental; no hay puente, y si las aguas vienen crecidas los arrieros tienen que esperar a que bajen para poder vadearlas. Así, el joven Hilario necesita en torno a seis meses para ir a Buenos Aires con su carreta y volver a Balcarce; hace por tanto dos viajes al año.

Podemos afirmar con seguridad que cuando Hilario y su hermano llegaron a Argentina, desconocían el idioma castellano. Ésta era una circunstancia habitual en los emigrantes vascos, y más en los procedentes de la montaña navarra donde la vida se desarrollaba íntegramente en euskera y muy pocos conocían el francés o castellano. Ésto condicionaba evidentemente su círculo de relaciones, y probablemente facilitó su noviazgo con  Leona Zaharrea, hija de sus patrones y nacida en Lekaroz como él. Hilario y Leona acaban casándose y marchan a vivir a una casa cerca de la estancia “El Tropezón”, en donde nacerán después sus 12 hijos.

El hijo mayor de Leona e Hilario, Sebastián Berasueta Zaharrea, empieza a trabajar con su padre en la tropa de carretas. Según las costumbres de la época, los primogénitos recibían una preparación especial para poder hacerse cargo de sus hermanos en el caso de que los padres faltaran, así que cuando cumple 14 años Sebastián es enviado a Castelli donde permanece 6 años de pupilo en un colegio de curas. A su regreso se casa con Mariana Charo, también descendiente de vascos, y entra a trabajar para sus abuelos maternos en la estancia Santa Elena. Tras unos años trabajando de capataz, reune un capital y se establece por su cuenta.

Para entonces la ciudad de Balcarce ya ha progresado: en 1884 cuenta con una oficina de telégrafos y una sucursal del Banco Provincial; la primera iglesia es inaugurada en 1886 y en 1892 el ferrocarril llega a la ciudad, cambiando la forma de vida de esta familia. El transporte en carreta a Buenos Aires deja de tener sentido y Sebastián pasa a tener una tropa de carros grandes, tirados por caballos, que se dedican a llevar la producción de grano a las estaciones de tren, con largas hileras de galpones donde queda almacenado hasta su transporte a Buenos Aires o al puerto de Necochea. Del matrimonio de Sebastián y Mariana nacerán 9 hijos.

Una joven aventurera

En 1898 Serapia Arana Katarain tiene 19 años de edad. Vive con sus padres en Eibar (Gipuzkoa, País Vasco), donde su familia tiene una fábrica de armas que exporta a América. El hermano de Serapia, Conrado, se encuentra en Argentina y Serapia viaja a visitarle acompañada de una amiga que también va a ver a una hermana. Es así como conoce a Bautista Berasueta Zaharrea, uno de los hijos mayores de Hilario y Leona, y se enamora de él. No sabemos si vuelve a Eibar para algo o si directamente se queda en Argentina, pero el caso es que Serapia y Bautista se casan. Marchan a vivir a una casa que ha construido Bautista cerca de la estancia “El Verano”, y Serapia pasa de llevar una vida acomodada en un pueblo industrial y montañoso, a vivir en un medio rural como la inhóspita pampa argentina.

Bautista y Serapia tendrán 8 hijos. Su hijo Hilarito, como primogénito, marcha a vivir con sus abuelos Hilario y Leona siguiendo las costumbres de la época. Abuelo y nieto tienen una relación muy buena; Hilario enseña a Hilarito y sus otros nietos palabras en vasco, y los premia si las aprenden bien. Respecto a la transmisión del idioma, podemos decir que los Berasueta en Argentina siguen la evolución habitual en las familias inmigrantes, descrita esquemáticamente como sigue:

  1. La primera generación, de idioma materno euskera, aprende castellano en Argentina. Hablan vasco entre ellos, y castellano con sus hijos.
  2. La segunda generación entiende euskera pero no lo habla, por desconocimiento o por rechazo (la voluntad de integrarse en la sociedad argentina, castellanoparlante, es más fuerte).
  3. De la tercera generación en adelante (nietos, bisnietos...) resurge el interés por las raíces (algunos de los Berasueta argentinos más jovencitos portan hoy en día nombres como Iñaki o Arantzazu).

Pasados 14 años de la marcha de Serapia a Argentina, un tío suyo en viaje de negocios decide visitar a su sobrina. La encuentra bastante triste, agobiada por los trabajos del campo, con 7 hijos sin escolarizar y embarazada de la séptima. Bautista es tratante de ganado y pasa mucho tiempo fuera, pero no siempre trabajando: es bastante mujeriego y jugador. Serapia y sus hijos suelen quedarse solos en casa, en una situación bastante precaria.

Sabemos que Sebastián se solía enojar por esto con Bautista y sus otros hermanos menores, ya que parece que en general eran algo “vividores”. Los Berasueta argentinos recuerdan que al matar algún animal siempre se acordaba de enviar algo a la tía Serapia para que ella y los niños pudieran comer.

Impresionado por la situación, el tío de Serapia se ofrece, si su marido accede a ello, a pagarles el viaje de vuelta a Eibar a ella y los niños con el objeto de que puedan ir a la escuela. Quedan a la espera de Bautista, y cuando vuelve le plantean la propuesta; se muestra conforme, pero bajo la condición de que tras ir a la escuela los niños tengan la opción de volver a Argentina. La marcha de Serapia es precipitada: con los 6 niños menores y embarazada de Elisa, no puede avisar a tiempo a su hijo mayor Hilario, de 14 años, que vive en casa de sus abuelos a muchas horas de distancia. Su madre y hermanos se marchan sin él.

La separación de Juan Bautista y Serapia se produce en 1914. A pesar del trato al que han llegado, cuando los hijos que marcharon con Serapia finalizan sus estudios ninguno de ellos manifiesta deseos de volver a Argentina.

Bautista nunca se volvió a casar. Vivió al principio con su hijo Hilarito, pero como éste pasaba mucho tiempo fuera de casa, no podía cuidarle y así los últimos años los pasó en casa de su sobrina Mariana Berasueta Charo hasta que murió de cáncer en torno a 1932.

Todos los que conocieron a Hilarito coinciden al recordarle como un hombre solitario, silencioso y triste y no dudan de que esto se debió al hecho de haberse quedado solo de joven. Trabajó siempre en las labores del campo en la estancia Santa Elena, donde vivía en una cabaña al lado del río, y se desplazaba de un lado para otro en sulqui, con un caballo troteador. No le gustaba estar con la familia; tanto es así que un día, preocupados al no haberle visto hacía tiempo, fueron a su casa a ver si le había ocurrido algo. No era así, pero cuentan que para él fue una grata sorpresa ver que alguien se preocupaba por él. Nunca hablaba de su madre o hermanos, y a pesar de que recibió cartas nunca las contestó ni habló sobre ellas. Murió en 1952, con 52 años: un día estaba sacando patatas y se sintió enfermo. En una caja encontraron las cartas y fotos dedicadas por su madre y hermanos, a las cuales él nunca contestó.

72 años de silencio

Es evidente que los hermanos de Hilarito que marcharon a Eibar vivieron con pena el abandono de su hermano mayor, e intentaron mantener el contacto durante los primeros años, probablemente hasta que la falta de respuesta les hizo desistir (las últimas fotos están fechadas en 1925, unos 11 años después de la separación). Lo que no sabemos es lo que pensó el propio Hilarito sobre su abandono, ya que durante toda su vida mantuvo un mutismo total sobre este tema. También es un misterio lo que pasó por la cabeza de Serapia, cuya voluntad de borrar el pasado llegó al punto de incluir en su testamento una cláusula expresa para desheredar a su hijo mayor. Nunca lo sabremos con seguridad, pero no parece aventurado imaginar al hijo adolescente sintiéndose abandonado por su madre, sin poder superar nunca el golpe y desarrollando una personalidad arisca y depresiva. Tampoco a una madre con remordimientos, tratando de olvidar el abandono forzoso de su hijo más querido –el primero- bajo una máscara de dureza y rechazo. Desde 1914, pasarán 72 años sin comunicación efectiva entre Serapia, sus descendientes y su familia de Balcarce.

En una época que no hemos podido determinar, Demetrio Larrañaga (esposo de Isabel, hija de Serapia) consigue contactar epistolarmente con alguien. Decimos “alguien”, porque en el momento que su familia política se entera de este intercambio secreto de correspondencia se arma tal escándalo que Demetrio se ve forzado a cortar la comunicación. Hoy no conocemos la identidad de su contacto en Balcarce, ni el año en que se produjo.

Con posterioridad Félix Larrañaga Berasueta, hijo de Isabel y Demetrio, hace indagaciones para buscar el rastro de los Berasueta que quedaron en Lekaroz, también desconocidos. Cuando por motivos laborales pasa por Navarra, aprovecha para preguntar; pero nunca consigue saber nada y acaba desistiendo.

En 1986, Victor Mari Berasueta Iraolagoitia planea junto a su mujer Karmentxu Azpiri unas vacaciones en Argentina. Desconoce casi todo de la historia de sus parientes en América excepto que su abuela Serapia vino de un pueblo llamado Balcarce. Se dirige por carta a la Municipalidad de Balcarce, informando de su próxima visita y solicitando alguna información. Tras pasar el tiempo sin recibir respuesta, emprenden de todas formas el viaje y al llegar a Balcarce se encuentran con una sorpresa: el Ayuntamiento había respondido pero la contestación no llegó a tiempo; para entonces, ya la prensa local ha informado de “la visita de un industrial de apellido Berasueta, que busca a sus familiares”, noticia que despierta un revuelo importante entre los numerosos descendientes de Hilario y Leona. Se les hace un gran recibimiento, y les muestran conmovedores recuerdos: el cuchillo del abuelo Hilario, la hebilla de su cinturón, el asiento de madera de su ajuar traído desde Lekaroz, la pistola que Bautista llevaba en sus viajes...

Así, Victor Mari tiene ocasión de contrastar la “versión oficial” que manejaba hasta entonces con la historia real, que es la relatada hasta ahora. Hasta entonces, en la familia de Eibar se creía que Bautista se había juntado con otra mujer abandonando a Serapia. Todo lo relativo a la separación era un tema tabú, que tanto la madre como los hijos rehuían. De hecho cuando se supo que Victor Mari planeaba este viaje, sus tías que aún vivían (hijas de Serapia, las mismas que marcharon de Argentina cuando niñas y tenían para entonces unos 80 años) no les gustó nada que se removiera el pasado y así se lo hicieron saber. En cualquier caso, para la mayoría de los Berasueta de ambas partes del Atlántico fue una magnífica noticia el restablecimiento del contacto, 72 años después.

Actualmente, los Berasueta de Argentina están radicados principalmente en Balcarce; no obstante, hay un par de ramas que marcharon a Mar del Plata y parece que también se encuentra alguna otra en Dolores y Buenos Aires. En cualquier caso, parece que todos los Berasueta de Argentina son familia, a pesar de que unos lo escriben con “c” y otros con “z”. Ésto ocurrió con muchas familias de emigrantes: dependiendo del escribano que les atendiera, lo registraba de una u otra forma.

Balcarce a los ojos de un Berasueta europeo

En las calles de Balcarce, los edificios más antiguos son de entorno a 1890. Antiguamente todas las calles estaban empedradas en adoquín de granito, sacado de la cantera del cerro El Triunfo. Hoy en día sólo encontramos granito en el centro de la ciudad, y el cerro es el parque verde más grande de la ciudad. Como en la mayoría de los pueblos con 150 años de historia, Balcarce ha tenido desde su misma fundación un urbanismo planificado. Para sus habitantes son absolutamente normales las larguísimas calles perpendiculares, y son capaces de calcular con sorprendente precisión la distancia y la ruta más corta para llegar, por ejemplo, de tal punto al nº 1067 de la calle 18 esquina con la 67; esto extraña sobremanera a los europeos, acostumbrados a los pueblos de calles irregulares y caóticas. Al mirar cualquier mapa, es imposible distinguir la parte vieja de la nueva entre las cuadrículas perfectas y exactamente iguales. Aunque, el propio concepto de “parte vieja” es un tanto absurdo en las ciudades americanas.

En Balcarce la afición al automovilismo es notable. No en vano nació allá el mítico Juan Manuel Fangio (1911-1995), uno de los mejores pilotos de Fórmula 1 de la historia. La localidad cuenta con un museo del automovilismo en su honor, y es habitual observar por las calles antiguos vehículos que sus dueños se esmeran en cuidar y restaurar. También está muy extendida la afición a las carreras de coches, y existe un Circuito de Competición (llamado, cómo no, Juan Manuel Fangio); sin ir más lejos, Hector Mario Berasueta Berasueta tiene su auto con el que participa en diversas pruebas y exhibiciones.

El ritual del mate está, omnipresente en todos los ámbitos de Argentina. En la empresa de maquinaria agrícola que Hector Mario tiene junto con su hermano Aníbal César, se respira un ambiente parecido al de cualquier taller del País Vasco, con una diferencia: en una esquina de la nave, hay una cocina de gas con la llama siempre encendida. Allá está todo el material necesario: mate (un calabacín seco), bombilla (tubo de metal con filtro), yerba (la hierba mate), pava (especie de porrón metálico para calentar agua) y azúcar (para quien quiera). Tres o cuatro veces al día, alguien se acerca allá a matear. Y detrás vienen los demás, jefes y obreros, que pasarán diez minutos charlando. El que hace el mate vierte el agua caliente, y se lo toma; después vuelve a cebarlo y se lo pasa al siguiente, que cuando acaba se lo devuelve; el proceso se repite, siempre cebando la misma persona. Ritual integrador, que favorece la comunicación de todos con todos y vale para volver al trabajo con más brío. Y debe ser una costumbre pegadiza: la amama Isabel contaba que su madre, Serapia, mantuvo toda la vida una gran afición al mate. De hecho, mujer de gran genio como era, acostumbraba a demostrar su enfado lanzando el mate -yerba y bombilla incluídas- contra el objeto de su ira, manifestando una extraordinaria puntería.

Microhistorias universales

Siempre he mantenido mis investigaciones genelógicas más o menos en privado, difundiéndolas exclusivamente entre los miembros interesados de la familia. Nunca se me ocurrió que a alguien de fuera de casa le pudiera interesar. Me di cuenta de mi error cuando, casi por casualidad, colgué un audiovisual en internet. Este rudimentario resumen de la información recopilada en un viaje a Balcarce, hecho para ser visionado en una sobremesa familiar, ha sido descargado ya cerca de 400 veces desde múltiples partes del mundo, y ha conseguido un inusitado eco en el pequeño ciberespacio vasco. Ha tenido que suceder esto para que yo entienda que las historias de los emigrantes son universales; que la dura vida de nuestro tatarabuelo Hilario es un espejo donde muchos pueden ver su propia odisea familiar; que la separación traumática de nuestros bisabuelos Serapia y Bautista refleja el desgarro silencioso que muchísimas personas han pasado; que la feliz recuperación del contacto simboliza que es posible limpiar caminos llenos de maleza y tender puentes sobre las zanjas, por profundas que sean. Por eso, espero que el lector se sienta empujado a despertar las apasionantes historias que en toda familia duermen, a la espera de que alguien las relate.

Oier Gorosabel Larrañaga

Lekeitio (Bizkaia)

La información contenida en este artículo ha sido obtenida de diversas entrevistas a los Berasueta americanos y europeos, con especial mención de las aportaciones realizadas por Carmen Berasueta Charo, Maria Elena Berasueta Martín y Victor Mari Berasueta Iraolagoitia.

etiketak: diaspora, berasueta
Anibal Cesar Berasueta
Anibal Cesar Berasueta dio:
2011/02/28 01:16

Hola Oier, Soy Anibal Berasueta de Balcarce. Desde la ultima ves que nos contactamos, no pudimos comunicarnos nuevamente. Te dejo el mail: anibal_berasueta@hotmail.com , el de mi esposa: mirta_fabano@hotmail.com y el de mi hija Rocio: rochi962008@hotmail.com para poder hablarnos y intercambiar informacion de nuestras familias.

Muchas gracias, Saludos a todos.

bixente
bixente dio:
2010/01/29 00:22

oier, soy un apasionado de la geneologia, y estoi casado con una chica de lekaroz , estoy haciendo el arbol genealogico y puedo tenrer datos que te interesen si quieres te los paso mi e-mail es bazelai@gmail.com para lo que quieras bixente

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